Dos generaciones que se dan la espalda
La brecha entre el voto de los jóvenes españoles y sus mayores es más amplia que nunca. Un abismo político y económico les separa y condiciona sus opiniones
Antes de salir para una manifestación en 2007, Pablo Padilla recibió la advertencia de su padre: “Pablo, ten cuidado, que yo sé qué pasa en las manis”. Su padre había corrido delante de los grises en los 70, cuando era estudiante de Caminos. Pablo, de 28 años, es hoy diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid, y su padre acabó trabajando en Telefónica. Sus experiencias políticas en la juventud fueron diferentes, pero marcan de manera similar a sus generaciones: los jóvenes de la Transición y los millennials. El profundo interés por la política de la generación que forman los menores de 34 años, según constatan los datos del CIS y diferentes encuestas de Metroscopia, hace prever más novedades para el futuro, además del fin del bipartidismo. Igual que ocurrió con la Transición.
“Se ha roto el momento referente político en España que era la Transición. Ese momento ya no es inédito. Ahora hay otro. Se ha replicado con otros canales, con otra estructura política”, dice Paco Camas, analista de Metroscopia. La Transición duró solo unos años, pero su legado es profundo. María José Estrada, madre de Padilla, recuerda cómo su interés por la política decayó a finales de los 80: “Todos nos conformamos con supuestos grandes logros. Luego descubres que no es verdad. Creí que construía un futuro que no ha cuajado”, dice.
A pesar de que ese futuro no ha cuajado, España es hoy el país que la Transición diseñó. Los que eran jóvenes en aquella época, hoy ven que no todo va bien, pero aún sienten cierto afecto por su obra colectiva. Los millennials, en cambio, no se sienten vinculados a algo que se han encontrado y que no cumple su cometido, tal como ellos creen que debe hacerlo: “La generación actual ya se ha encontrado las instituciones de la Transición y no sienten el apego de otras generaciones. Además, contaban poco, se les había tenido algo olvidados. Piden sentirse representados”, dice Berta Barbet, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Tradicionalmente, los jóvenes siempre se han interesado poco por la política. En España eso cambió hace unos años: desde 2014, aquellos que tenían entre 18 y 24 años igualaron, e incluso superaron, el interés por los asuntos políticos de la media nacional: la crisis fue la responsable de ese aumento entre toda la población, pero especialmente en esa franja de edad.
Esa politización de los jóvenes trajo la ruptura con los partidos tradicionales. En 2011, la edad no era un buen predictor para saber a quién votaban los españoles. El PP y el PSOE tenían casi los mismos apoyos entre personas de 18, 34 o 55 años. La edad tampoco fue determinante en las elecciones de 2008, de 2000 y de 1996, y tampoco en las de 2004, en las que el socialista José Luis Rodríguez Zapatero derrotó al PP.
El cambio llegó en 2015: la edad se convirtió en un factor importante para explicar el voto. Importa más que la clase social, el origen o la renta: los más jóvenes votan más a los partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos. Los mayores, sin embargo, apoyan a los dos grandes partidos tradicionales (PP y PSOE).
“La brecha generacional es insólita y no se le ha prestado la atención que merece. Yo ya lo dije antes del 15-M, pero no me hicieron caso”, afirma Belén Barreiro, directora del instituto de opinión MyWord, expresidenta del CIS y autora de La sociedad que seremos. La profecía de Barreiro se ha cumplido: había espacio para otros partidos con un aire nuevo.
A pesar de que Podemos y Ciudadanos ya están en el Congreso, nada les asegura, de momento, que su posición sea fija: “Para generar mayorías sociales, necesitas jóvenes y mayores. No se puede hablar solo a los convencidos, si los jóvenes lo son. Habrá que ver qué pasa en 2020”, dice Padilla, diputado de Podemos. Los datos dicen que los adolescentes que han entrado en la vida adulta marcados por el interés político ya no lo abandonan.
Sin embargo, desde finales de 2016, el interés por la política de los más jóvenes ha vuelto a decaer. Esa brecha también puede abrirse, según la ciencia política: “Es más improbable que la generación más joven que viene después mantenga estas dinámicas de interés político que el que la generación afectada no las mantenga en su vida adulta”, dice Barbet. Los jóvenes que vivieron la crisis quedarían como una generación particularmente política, más que la anterior y también que la siguiente.
El gusto por el multipartidismo es una de las grandes brechas entre milliennials y pensionistas. Otras cosas que los diferencia es que los jóvenes son menos religiosos, creen que hay que reformar la Constitución, piensan que Podemos y Ciudadanos son renovadores, opinan que la riqueza está mal repartida, apoyan la eutanasia, sostienen que España no es tolerante y que su democracia no funciona bien.
Los jóvenes que se han hecho adultos durante la crisis sufren en mayor medida el desempleo y la precariedad, su mercado laboral es distinto que el de los mayores fijos, y tienen dificultades para acceder a la vivienda. No ven fácil llegar al estatus que tuvieron sus padres. Desde luego no han progresado como ellos: no han ganado en libertades —siempre las tuvieron—, ni en comodidad.
Mayor riesgo de pobreza
La crisis ha sido especialmente dura con los jóvenes, que concentraron los despidos y vieron caer sus rentas más que los mayores. Las personas entre 16 y 29 años son las que tienen mayor riesgo de pobreza, según el INE. Con la crisis se han vuelto más críticos: con su país, las instituciones, la clase política. Quizás por eso, y porque los jóvenes son menos reacios al riesgo, son los más partidarios de los partidos nuevos.
Natalia Rodríguez rompe los moldes de los jóvenes como quejicas y acomodados. A los 15 años era la mejor jugadora de baloncesto de España, a los 18 se puso a estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones y ahora, con 27, tiene una empresa con cinco trabajadores. No cree que los jóvenes sean una generación perdida ni catastrófica: “A ninguna generación de jóvenes se le ha regalado nunca nada. A la nuestra tampoco. Nos va a tocar pelear mucho y buscarnos la vida para encontrar oportunidades, para mejorar las condiciones de nuestro futuro y para hacernos oír”, dice.
Es innegable que los millennials se han encontrado con una situación profesional compleja. El acceso al empleo y a la opción de formar familia se ha retrasado, en algunos casos eternamente: “La precariedad no se cura con la edad. Antes sabías cómo iba a ser tu vida”, dice Padilla. Pero tienen otras ventajas. María José Estrada, la madre de Padilla, tenía que presentar el libro de familia para colarse en un hotel antes de casarse.
Pilar Aguilar creció en un pueblo de Ciudad Real donde nació hace 57 años. Sus padres eran tenderos y no estaban encima de sus hijos permanentemente, pero sabían que debían estudiar para salir de allí: “Mi situación ha mejorado respecto a la de mis padres, no solo desde el punto de vista económico, sino que mi mundo es más rico que el de ellos”, dice. A los 21 años aprobó unas oposiciones y ahora es funcionaria con cargo directivo en el Ayuntamiento de Madrid, pero desde joven sabía que su vida iba a ser tremendamente mejor que la de sus padres.
Es difícil negar que esa generación está teniendo una madurez mejor que la que tuvieron sus abuelos: tienen mejor salud y muchas más comodidades. Los jóvenes de ahora no tienen la opción de hacer un salto tan grande: “Parten de muy alto”, afirma Aguilar. “Si estás acostumbrado a merluza y luego debes comer peor, pues es más frustrante y más difícil superarlo”.
El cambio que ha dado España en las dos últimas generaciones quizá no se repita. Es difícil que la mejora sea tan sustancial en lo económico. Pero la España política quizá sí recibe una sacudida que a los mayores aún les produce cierto escepticismo: “Que haya más de dos partidos con un papel importante me parece bien, pero si miramos la práctica en estos dos años me parece decepcionante. Son dos bloques impenetrables”, mantiene Aguilar. No es exactamente lo que piensan los más jóvenes: “Tengo problemas para votar incluso habiendo múltiples partidos. Al menos los que había se ponen más las pilas”, dice Natalia Rodríguez. La tendencia, al menos según los datos, es a que aumente el número de partidos.
Más abiertos a la diferencia, la eutanasia y el aborto
En 1983, cuando empezaban a nacer los primeros millennials, más de la mitad de los españoles decía que la homosexualidad nunca podía justificarse. En 1990 un tercio prefería no tener homosexuales de vecinos. En 2011 esas dos cifras se habían hundido hasta el 8% y el 5%, según los últimos datos de World Values Survey.
Las diferencias de valores entre jóvenes y mayores se mantienen y son una ventana a las ideas que, probablemente, dominarán el futuro. Los jóvenes son más liberales o abiertos con la homosexualidad, el divorcio, la eutanasia y el aborto. Los mayores plantean dudas por ejemplo con la eutanasia, quizá relacionadas con el ciclo de vida: “Yo tengo problemas con la eutanasia radical”, dice María José Estrada, de 55 años. “Nosotros estamos más cerca de la muerte, se nos ha muerto más gente. Te determina más”.
Una brecha similar se observa con la igualdad de género: entre los mayores de 50 años en 2011, había todavía un 20% que decía que las mujeres tienen menos derecho al trabajo que los hombres. En cambio entre los jóvenes solo el 6% pensaba lo mismo.
Detrás de estos cambios juega un papel la religión: solo es importante para el 19% de los jóvenes —en 1990 era importante para el 31,3% de los jóvenes y para el 50% de los españoles—. Casi nunca van a misa, confirma el CIS. En cambio, Pilar Aguilar, de 57 años, dice: “Yo no soy capaz de saber cuánto ha intervenido mi formación religiosa”. Solo un tercio de los jóvenes se ve como alguien que valora las tradiciones religiosas o familiares: “Ahora cada uno es más libre de decidir si cree o no, de dejarse marcar o no por la religión”, dice Natalia Rodríguez, de 27 años. A cambio, el 46% se ve como alguien creativo y el 60%, como alguien que considera importante pasarlo bien, divertirse y darse caprichos. Son el triple que entre mayores de 50 años.
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