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Del rojo al amarillo

El asesinato de los laboralistas de Atocha hizo imprescindible la transición democrática

El dirigente del PCE Santiago Carrillo con Xabier Arzalluz, líder histórico del PNV, en julio de 1978.
El dirigente del PCE Santiago Carrillo con Xabier Arzalluz, líder histórico del PNV, en julio de 1978.Europa Press
Antonio Elorza

El turismo político a Portugal había servido de introducción, aunque la admiración del visitante se viera enturbiada por cierto tufillo a España de 1936. “O PCP dà mais força à liberdade” [es decir, iba a cargarse la libertad], gritaba en el mitin puño en alto mi acompañante, joven profesor que acabó en duro del PP. A este lado de la frontera prevalecía la sensación de fuerza del partido por antonomasia, más comisiones, sobre todo en Madrid, ya que en Euskadi resurgía el nacionalismo vasco, escindido entre defensores de la participación electoral y de abstenerse, pero siempre con gran capacidad de movilización. Las plazas vibraban cuando el grupo Pantxo eta Peio entonaba Batasuna.

Una vez lograda la legalización, pocos dudaban de que el monopolio parcial del PCE se traduciría en votos. En las pegadas de carteles, la masa de universitarios comunistas se desviaba a veces: había fachas cerca y no convenía dejar solos a los compañeros socialistas. Un mal augurio: el mitin monstruo previsto en Torrelodones resultó suspendido por una tromba de agua. El desánimo se notaba en las caras de los asistentes que regresaban al cruzarse con ellos nuestro grupo de amigos, del que formaban parte el sociólogo Víctor Pérez Díaz y su hermana, famosísima entonces, Victoria Vera. Fue prólogo de la triste noche electoral, donde la izquierda, esto es, el PSOE, quedó muy bien, pero no el PCE, que voluntariamente recordaba a un pasado que la mayoría de los españoles preferían dejar atrás.

Menos mal que el PSUC salvó los muebles desde Cataluña: sería en lo sucesivo el polo de atracción de los comunistas demócratas o eurocomunistas. Lo peor fue que el éxito no gustó a Carrillo, nada dispuesto a aprender lecciones. La desilusión fue total en Euskadi: el PC vasco no obtuvo representante alguno y se inició la difícil deriva hacia la izquierda nacionalista. De momento, el panorama provocado por ETA era desolador, con la cascada de muertos y su progresiva organización política. La alegría general provocada por indultos y amnistía cederá paso a la angustia.

La reunión de las que serían de hecho unas Cortes Constituyentes devolvió los ánimos no solo a socialistas y comunistas, sino al conjunto de los demócratas

La reunión de las que serían de hecho unas Cortes Constituyentes devolvió los ánimos no solo a socialistas y comunistas, sino al conjunto de los demócratas. La imagen en la Mesa del Congreso de dos figuras emblemáticas, Dolores Ibárruri y Rafael Alberti, fue el signo de que España por fin empezaba a pasar página del franquismo. Habían transcurrido solo meses desde que el sacrificio de los laboralistas asesinados de Atocha hiciera imprescindible la transición democrática. Una Transición duramente pagada, sobre todo por los trabajadores, lejos de unos estereotipos facilones como los que ahora difunden Podemos y su anexo Izquierda Unida. Y que se concretó en un proceso de institucionalización impulsado desde los principales partidos y diseñado por la Comisión constitucional. En dos años nacía un nuevo Estado democrático, que además aspiraba a resolver la articulación de “nación y nacionalidades”.

Solo que los años felices se habían acabado con el fin del crecimiento y una inflación devoradora. Los Pactos de la Moncloa fueron la garantía de supervivencia del régimen y también un trago demasiado amargo para los comunistas tras el golpe de las elecciones, mientras un PSOE en rápido crecimiento afrontaba una crisis identitaria. Llegó el hoy olvidado “desencanto”, tomando el título de la película de Chávarri, y su fruto fugaz, el Partido Radical, una piscina con peces de colores y algún merluzo. Los artículos de Juan Luis Cebrián en 1980 prueban ese desconcierto “radical” apuntando a un riesgo efectivo: tras la debilidad de la democracia asomaba la cabeza del golpe militar.

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