Nadie se enteró del asesinato de Susana
Susana Galindo vivió su drama de puertas para adentro, como tantas mujeres maltratadas
La tragedia de las tres mujeres asesinadas durante el último fin de semana de mayo se multiplica de forma dramática en el hijo de Beatriz, en la hija de Valentina, en la madre de Susana. Las mujeres víctimas de la violencia machista –27 en los primeros cinco meses del año—dejan tras de sí un reguero infinito de dolor y desamparo. El domingo 28 de mayo, a eso de la media tarde, una mujer mayor llamó a la policía para denunciar que a su hija la habrían secuestrado o le habría pasado algo grave porque no había ido a verla como era su costumbre. Un patrullero del Cuerpo Nacional de Policía acudió a su casa para comprobar la denuncia. Al preguntar a la anciana por el nombre y la dirección de su hija, uno de ellos se percató enseguida de que la hija de aquella mujer era Susana Galindo, asesinada el día anterior por su marido en el distrito madrileño de Ciudad Lineal. Se había dado cuenta porque él fue uno de los agentes que acudió al número 27 de la calle Vicente Espinel cuando Jesús Rego, de 61 años, llamó al 112 y dijo:
--He ahogado a mi mujer en la bañera.
El inspector de policía que estaba de guardia envió enseguida un patrullero, que llegó a la par que una ambulancia del Samur. “Cuando subimos al piso”, explica, “nos encontramos la puerta entreabierta, y al hombre sentado en el suelo del pasillo, lleno de sangre. Se había hecho dos heridas, una en el pecho y la otra en el abdomen, muy aparatosas pero superficiales, desde luego no suficientes para suicidarse. Lo extraño es que la mujer no estaba en la bañera, sino tendida en la cama, boca arriba y con las piernas colgando, muerta. La había estrangulado. No sabemos por qué nos dijo que la había ahogado en la bañera”. Una vez cometido el crimen, Jesús Rego, contable prejubilado de la empresa de autobuses Alsa, se encerró en el silencio. Ni la policía ni ningún vecino se acordaron de avisar a la madre de Susana Galindo, de 55 años, que su hija había sido asesinada.
Llama la atención que en el bloque de Ciudad Lineal –solo cuatro días después de un crimen tan brutal contra una mujer indefensa— no se percibiera una verdadera conmoción por lo sucedido. Solo una rosa sobre el felpudo y la puerta precintada por la policía. El asesinato de Susana Galindo les ha servido a los vecinos para darse cuenta de lo poco que la conocían, de lo poco que se conocen entre ellos. Las preguntas más sencillas formuladas en el vecindario o en la peluquería de Montse demuestran que nadie sabía a qué se dedicaba —era profesora de Reiki y había trabajado en la dirección provincial de Tráfico—; ni dónde vivía su madre; ni siquiera qué suerte corrieron los dos gatos de los que presumía en su perfil de Facebook. “Si no sabíamos ni siquiera eso”, se preguntan ahora los vecinos, “¿cómo íbamos a saber si su marido la maltrataba?”.
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