Un desastre llamado ‘El Bigotes’
Tras el plúmbeo turno de Crespo, hay expectación por uno de los personajes más vistosos de la trama
Pablo Crespo ha sido hasta el momento el personaje serio de la trama Gürtel, de lo que ya se deduce que su declaración, la más larga, también ha resultado la más plúmbea. Incluso sus escasos apuntes de humor se movieron ayer en el ámbito mineral: dijo que su vejiga no es de titanio, en referencia a que el día de su arresto pasó 24 horas sin ir al baño, y que Álvaro Pérez, El Bigotes, sería capaz de arruinar una mina de oro. El tramo final de su interrogatorio fue aún más circunspecto, pues su abogado, Miguel Durán, se centró en describir su detención, y le pidió por favor que no ahorrara detalles. De ahí los abundantes datos sobre sus necesidades fisiológicas, que la comida que le ofrecieron “era asquerosa, literalmente” y que estuvo cuatro días sin ducharse. Durán añadió dramatismo al advertir que a él mismo le “sacudía el hambre” y a ver si podían dejar el interrogatorio para la tarde, pero el juez no quiso, no veía la hora de terminar. Como todos, por otra parte.
Con el relato tétrico de su arresto Crespo completó la imagen de un honrado y riguroso ejecutivo caído por error en una pesadilla kafkiana, tras venirse a Madrid desde Galicia, recordó, con mujer y tres hijos confiando en Francisco Correa. “¿Correa le mencionó que tuviera algún tipo de organización ilícita?”, le preguntó su abogado. “La respuesta es no”, respondió Crespo. A Correa se le debió de olvidar mencionar ese tema, porque si no Crespo ni loco. Pero declaró que sigue siendo su amigo. De hecho, el otro día se fueron a comer juntos. Le piden 85 años de cárcel.
Todo muy triste. También que Crespo se fuera sin que le preguntara nada la acusación popular del PSOE madrileño, tras siete años de investigaciones y siendo el presunto número dos de la trama. Tal vez en línea con los nuevos tiempos, los socialistas también se abstuvieron: sus letrados no se presentaron en la sala. En fin, la afición pedía a gritos la comparecencia de El Bigotes, o Alvarito, como le llama Francisco Correa, que en su pandilla parece el más gracioso de lejos. De cerca también: él parecía ayer seguro de que le tocaría salir a la palestra a pelear, porque iba vestido en plan paramilitar, con chaqueta verde como del Che y una bolsa de camuflaje de ejército de tierra. Es lo mismo que se puso hace un año el día de su declaración en Valencia, en el primer juicio de la saga Gürtel, y a lo mejor es que le trae suerte. Allí ya reconoció que es “un pelín exagerado en todo”. De hecho, está en siete piezas del caso y ya no tiene solo bigotes, también se ha dejado barba, quizá en una huida infructuosa de su mote. Estos días se pasea con las manos en los vaqueros y los pulgares por fuera, muy veraniego, aunque no se sabe si va sin calcetines o con piquis. Pero al final no pudo ser, el juez prefirió dejar su declaración para mañana viernes.
La descripción que Crespo bosquejó ayer de El Bigotes no hizo más que aumentar la expectación por uno de los personajes más reconocibles para el gran público del culebrón Gürtel. Llegó a resultar despiadada, dentro la estrategia de denigración positiva que tienen entre ellos, que puede ser efectiva como defensa, pero que desde luego deja fatal a la gente. “Sé que me está escuchando pero…”, y Crespo se lanzaba a retratarle como un auténtico desastre humano, incluidas “sus cosas personales”. Porque tenía pufos por todos lados y “se podía dejar el resguardo de un pago en una cafetería”. En definitiva, un atolondrado que inspiraba simpatía. Esto sirve para aliviarle de responsabilidades de gestión en la trama —era “una auténtica nulidad en materia económica”—, pero también para reforzar su tesis en un asunto importante que sale todos los días. A saber, que el “J.S.” identificado en los papeles como el misterioso personaje al que Álvaro Pérez llevaba religiosamente sobres con dinero no era Jesús Sepúlveda, exalcalde de Pozuelo de Alarcón y exmarido de la exministra Ana Mato, sino un tal José Sevilla, al que toda la sala tiene ya muchas ganas de conocer. Se trataría de quien le llevaba la liquidación de sus abundantes deudas, más de 90.000 euros, una parte heredada de su padre. Por alguna razón la fiscal no se cree esta historia.
Con todo, Alvarito bien podía ser una catástrofe de hombre, pero en su descargo hay que decir que para sus amigos —aquí todos hacen piña— venía a ser un genio del Renacimiento. “Básicamente era un artista”, resumió Crespo, que lo pintó como el clásico creador torrencial pero despistado. El ejemplo que puso de sus innovaciones en el campo creativo de los mítines políticos fue una cosa terrible, que por fin tiene un responsable, aunque no se trate de un delito y no sea parte de este juicio: El Bigotes sería nada menos que el inventor de esos escenarios circulares donde sale el líder político de turno con gente detrás, generalmente jóvenes, sonriendo como peleles y diciendo a todo que sí. Empezaron a hacerlo con Aznar. Alvarito echará de menos esta escenografía a partir de mañana.
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