“No podemos ser la Iglesia del pesimismo y de la riña”
“Para superar esta crisis, España necesita que todos nos hagamos trasplante de corazón, de ojos y de oídos”
Decía el cardenal Vicente Enrique y Tarancón que los obispos españoles tienen tortícolis de tanto mirar a Roma. La eterna romería. En cambio, el arzobispo metropolitano de Madrid, Carlos Osoro Sierra (Castañeda, Cantabria. 1945), presume de haber ido al Vaticano muy pocas veces, “las que se cuentan con los dedos de la mano, o menos”. Francisco le hará cardenal el mes que viene y este pasiego de familia humilde y de vocación tardía (antes de hacerse cura tuvo novia, estudió Magisterio y se ganó la vida como civil), se convertirá en uno de los 120 Príncipes de la Iglesia católica (así se les llama) con derecho a voto en un cónclave.
Dicen de Osoro que se parece a Francisco: la misma talla, igual sonrisa, la misma voz, la misma efusividad, igual apertura a los medios de comunicación. “Me lo han dicho muchas veces; ojalá me parezca también por dentro”. Buen cantante, sabe música y ha compuesto alguna canción ya famosa en las parroquias españolas. También pinta y publica libros, el último este mismo años titulado Con rostro de misericordia. Cartas a los niños para leer con sus padres. Si un día te invita a cenar en su domicilio, en la planta alta del palacio arzobispal de la calle San Justo, en Madrid, él mismo te servirá la cena.
Pregunta: Así que ahora le hacen Príncipe de la Iglesia.
Respuesta: Hombre, no. El tratamiento es exagerado. No soy más que un servidor de la Iglesia, un simple obrero.
P. El cardenal Fernando Sebastián, que acaba de publicar sus memorias, le cita a usted como un estudiante revolucionario, como el líder huelguista en la Universidad Pontificia de Salamanca. Escribe que eran vigilados, también él, por la policía secreta de la dictadura franquista.
R. Sí, he leído a don Fernando, tan sabio y brillante. Vivíamos un momento importante en la Iglesia, recién acabado el Concilio Vaticano II. Había una nueva sensibilidad que los estudiantes queríamos ver reflejada entre nuestros profesores. La universidad no se aproximaba a los temas que creíamos candentes. Eso hizo que nos movilizáramos. También don Fernando y don Olegario González de Cardedal, y otros pocos docentes, querían esa renovación. Soñábamos con una Iglesia que se pusiera en marcha y que se abriera al mundo, como apremiaba el gran papa Pablo VI. Figúrese cómo era España entonces. Fueron años difíciles. Es verdad que fui el delegado de los alumnos cinco años y que, de alguna manera, íbamos en cabeza de todo lo que se movía.
P. Pablo VI les urgía a ustedes a abrirse al pueblo, a salir a campo abierto; Francisco, 40 años más tarde, les dice que no se puede anunciar a Cristo con cara de cementerio.
R. Es verdad. He sido rector muchos años del seminario de Santander y siempre les decía a jóvenes que su misión no podía ser otra que salir al mundo llevando esperanza e ilusión a las gentes. No podemos ser la Iglesia del no, del pesimismo, del enfado, de la riña.
P. Francisco, un pontífice de grandes frases, también ha hecho algunas propuestas de reforma. ¿Es consciente de que donde más resistencias está encontrando, y también las críticas más agrias, es en la Iglesia española?
R. No creo que sea así. Es verdad que hay sensibilidades distintas, que a veces se manifiestan de manera contundente. Hay una canción que cantábamos de jóvenes en las misas: "Un nuevo sitio disponed para un amigo más…". El Papa nos está diciendo que hay que sentarse de otra manera, y que hay salir al mundo, que hay que abrirse, eso a todos nos cuesta porque tenemos que dejar el sillón y dejar el sitio a otros. Cuando Francisco nos dice que no identifiquemos a Cristo con una ideología, y que hay que estar abiertos a todo y a todos, pues, claro, a veces cuesta.
P. Cuando llegó al arzobispado de Madrid hace dos años usted anunció que se reuniría con todos los partidos. Dijo: “Donde me dejen entrar entraré, y donde no me dejen, haré todo lo posible por entrar, pero no a la fuerza”. ¿Le han cerrado puertas?
R. No, bien. Eran encuentros para escuchar, no para imponer nada, ni para apremiar a nadie. He escuchado, he dado mi opinión con toda libertad y he sentido cercanía y respeto.
P. ¿Percibió usted en esos encuentros que podía producirse la crisis y la inestabilidad políticas, que se prolongan ya un año?
R. Lo percibí, sí. No es justo lo que estamos viviendo. Esta sociedad necesita que todos nos hagamos trasplante de corazón, trasplante de ojos y trasplante de oídos. Hay que tener un corazón grande, que significa que yo acepto al otro, que no descarto a nadie y que quiero a los demás con amor verdadero, hagan lo que hagan y vivan donde vivan. Cuando miramos al ser humano con esa humanidad se abren todas las fronteras y todas las puertas. Tenemos que globalizar el corazón, no la indiferencia que nos quita la capacidad de llorar.
P. No tengo más remedio que preguntarle por su predecesor, el cardenal Rouco. ¿Se ven con frecuencia? ¿Es verdad que han tenido ustedes roces?
R. No, no. Y nos vemos, claro. Mire, ahora vamos a celebrar juntos sus 80 años de edad y sus cuarenta años de episcopado. Está muy bien. Escribe, da clases y tiene mucha actividad.
P. ¿Le da consejos? ¿Se los pide?
R. A veces le he consultado cosas. La verdad es que no ha interferido jamás. Nunca. Al contrario.
El arzobispo y las ‘nulidades express’
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