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Los birretes se calan la boina

Los populares buscan en el mundo rural el respaldo del galleguista contra el que combatieron

Mariano Rajoy durante la campaña electoral a las autonomías gallegas.
Mariano Rajoy durante la campaña electoral a las autonomías gallegas. Oscar Corral (EL PAÍS)

El PP ha sido hasta ahora una máquina de ganar elecciones en Galicia gracias, fundamentalmente, al mundo rural. A estos se les conoce como los de la boina, en contraste con los profesionales urbanitas, los del birrete. Su importancia la intuyó Manuel Fraga cuando en 1989 desembarcó como candidato a la presidencia de la Xunta. Lo intuye también Mariano Rajoy, que se abraza estos días al heredero del cacique Baltar en su tourné electoral por la provincia de Ourense.

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Fraga se presentó en aquel 1989 con un galleguismo de “autoidentificación” y estampó bajo su foto del cartel de campaña el mensaje “galego coma ti” (gallego como tú). Arrasó. Necesitó los votos del granero del interior, fundamentalmente de Ourense, donde accedió a presentarse en coalición con una fuerza conservadora de tinte galleguista —Centristas de Galicia— integrada principalmente por granjeros de la cooperativa Coren. Fue la estructura rural de la que emergió José Luis Baltar, el autoproclamado “cacique bueno”.

Centristas de Galicia colmaron de votos de los municipios ourensanos a Fraga. Baltar se blindó en la presidencia provincial del partido y en la de la Diputación. Tejió una tupida red de fidelidades electorales similar a la de los barones populares de Lugo, Francisco Cacharro Pardo, y, en menor medida, de Pontevedra, Xosé Cuiña, el eterno delfín de Fraga.

Los de la boina, los que hablaban de tú y en gallego a sus vecinos, a los que prohijaban empleándolos en las instituciones públicas o haciéndoles otros favores personales, ejercieron el control absoluto de sus feudos. Frente a ellos estaban los históricos del PP, procedentes en buena medida de Alianza Popular y en su mayoría profesionales acomodados de las ciudades que no utilizaban el gallego. Se les conocía como los del birrete y estaban en línea directa con Génova.

Apadrinado por el exministro José Manuel Romay Becaría, Alberto Núñez Feijóo era claramente un urbanita, aunque naciera en la aldea de Os Peares. En 2006 sucedió a Fraga en la presidencia del PP gallego. Con la promoción de Feijóo, Romay se impuso definitivamente a Cuiña, su histórico rival. Los del birrete se apuntaron un tanto.

En febrero de 2009, Feijóo cerró en el pabellón ourensano de Os Remedios su primera campaña a la presidencia de la Xunta. Proyectado como un candidato de perfil técnico y gestor exitoso al frente de Correos y del Insalud, sentenció ante un Baltar que había abarrotado el aforo: “El caciquismo se puede acabar en un día”. Lo intentó.

Cuando, a finales de ese mismo año, el “cacique bueno” postuló a su hijo para que lo sucediera en la presidencia del PP de Ourense, Feijóo, al frente ya de la Xunta, trató de frenar la operación, con el respaldo de Rajoy: le colocó enfrente un candidato alternativo. Pero los de Baltar consumaron la sucesión dinástica y vapulearon al hombre de confianza del presidente gallego. Los de la boina mantenían ahí intacta su estructura. Para asistir al declive definitivo de este sector del PP, Feijóo tuvo que esperar a que Baltar, procesado —y más tarde condenado— por enchufismo masivo se jubilara en 2012.

Replegados los de la boina, reducidos a la simbólica presencia de un segundo Baltar que, de momento, mantiene la organización heredada de su padre, los del birrete han visto cómo se les escurría el control del resto de las Diputaciones. Por eso, en elecciones, Rajoy tira de proximidad, se vuelca en la zona rural que reivindica contra la crisis —como si no gobernara su partido— y se proclama gallego: como Fraga, como Feijóo, su eterno delfín, el hombre del birrete que abraza también en campaña al único heredero de la boina, el imputado hijo Baltar —en este caso por supuestamente ofrecer un empleo a cambio de sexo—, mientras clama por la renovación de su partido.

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