Decálogo de la ‘nueva política’
Las diferencias no pueden ser tan grandes como para presentar al otro como “indigno”
1.- No imputar la culpabilidad al otro por no haber llegado al ansiado pacto. La culpa, ese concepto tan judeocristiano, moraliza excesivamente la política, estigmatiza al que se incrimina e impide entendimientos futuros.
2.- Mirar hacia el futuro, no al pasado. Ya nos hemos refocilado bastante en el chapapote de la Transición y sus derivas. La catarsis está hecha, ahora necesitamos pensar hacia delante, plantearnos de una vez qué queremos ser de mayores, no lo que fuimos o dejamos de ser en tiempos pasados.
3.- Hacer prevalecer la regeneración institucional y ética sobre otras propuestas políticas más específicas. Sin una buena canalización no puede circular el agua.
4.- Europeizar la política nacional, no regionalizarla. Las decisiones que nos afectan a todos se adoptan sobre todo en Bruselas, no —con perdón—, en Santiago, Sevilla o Valencia.
5.- Abandonar la arrogancia de la política épica y asumir la humildad de la pequeña gran política. Es la que busca soluciones concretas a problemas específicos. Dejémonos de consignas vacías como “crear pueblo” o universales como España, Cataluña, Izquierda, etcétera, y vayamos a lo que de verdad interesa a la gente; o sea, seamos nominalistas, bajemos a los conflictos y problemas específicos que de verdad importan.
6.- Priorizar la política argumentativa sobre el politiqueo favorecido por algunos medios de comunicación. Esto va a ser difícil, pero si el marketing prevalece sobre las policies concretas, si el espectáculo vacío y resultón predomina sobre las ideas, volveremos a más de lo mismo.
7.- Tomar conciencia de que vivimos en un sistema parlamentario. El más votado no tiene por qué gobernar necesariamente y en un tetrapartito los entendimientos a la hora de gobernar son ya casi inexorables. Si no estamos dispuestos a asumirlo, cambiémoslo por otro mayoritario a dos vueltas. Aunque, por cierto, este también presupone entrar en pactos después de la primera vuelta.
8.- Propugnar una política agonística, no antagónica. Es imposible renunciar a importantes diferencias valorativas, ideológicas, de intereses, etcétera; sin ellas no hay política, hay otra cosa. Pero estas discrepancias no pueden ser tan profundas como para presentar al otro como “indigno” de sostener lo que sostiene. Esto nos conduce a...
9.- Abundar en actitudes liberales de tolerancia y respeto al otro. Somos todavía excesivamente “católicos”, siempre cuestionado dogmáticamente la posición y los valores del adversario.
10. Atender a nuestra realidad sociológica con todas sus contradicciones. Este es un país diverso y plural en todas sus acepciones —nacionales, generacionales, ideológicas—. Y dividido electoralmente en dos mitades casi perfectas en preferencias y actitudes políticas. Tratar de imponer una mitad sobre la otra sólo conduce a la polarización estéril y a la mutua neutralización.
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