Un aula que abre la puerta a la integración
Amanda, madre y gitana, solo pudo sacarse el graduado escolar. Su hija pequeña, Patricia, aspira a convertirse en maestra
Los niños están sentados en un corro en el suelo del aula. Si uno mira con los ojos de Patricia, de cinco años, ve compañeros con batas verdes o rojas que leen a trompicones la primera frase de El Quijote. Los de un adulto, con experiencia y prejuicios, ven más colores. Una niña negra con trenzas que llegó hace dos meses de Guinea Ecuatorial y ya está integrada. Un marroquí algo despistado… En la clase de infantil hay también menores de Bulgaria, Rumanía, Pakistán... Y Patricia, española y gitana, que de mayor quiere ser maestra y esta mañana es la ayudante de la seño Loli.
Estamos en el colegio Santa Catalina, un centro con 290 alumnos de 16 nacionalidades diferentes situado en un barrio depauperado del mismo nombre al noreste de Aranda de Duero (Burgos, con 32.880 habitantes). Aquí las casas son baratas y algo antiguas. Hace décadas que comenzaron a instalarse las familias gitanas. En los últimos años se ha trasladado también población inmigrante. En el colegio de Patricia, las minorías son mayoría. Más de la mitad de los estudiantes pertenecen a una minoría étnica o geográfica, casi el 20% son gitanos. “Creo que los problemas de racismo se solucionan dando normalidad. Esto niños son amigos. No se ven diferentes. Así la integración es fácil”, señala la maestra Loli Lapeña, con 54 años y 31 de experiencia, mientras los chicos recortan los nombres de las piezas de la armadura de El Quijote. Es un colegio con buenos resultados. Todos sus estudiantes aprobaron en 2015 la evaluación externa de 3º. Pero hay vecinos que rechazan llevar a sus hijos por el alto porcentaje de inmigrantes y gitanos, según denuncian desde el AMPA.
A Patricia, que posa risueña y juntando las manos con su falda de tul, ni se le pasa por la cabeza que alguien pueda detestar su colegio, que ella echa de menos en vacaciones. Es la segunda de las dos hijas de los Jiménez y, si perdura su deseo infantil, será la primera de la familia que irá a la Universidad para ser profesora. En el Día Internacional del Pueblo Gitano, que se celebra este viernes, un recorrido por la vida de esta familia es una muestra de lo que ha pasado con este colectivo en educación. Los padres, Mariano Jiménez y Amanda López, se quedaron en la enseñanza básica. Ella fue de las primeras chicas gitanas de Aranda en sacarse el graduado escolar.
“Yo estudié muy poco”, explica Mariano. Era el segundo de cinco hermanos, en su casa faltaba el dinero y hubo que trabajar pronto. Dejaba las aulas largas temporadas para ir al campo a vendimiar. “Al faltar tanto a clase, suspendía”, lamenta. No se sacó el graduado. Ahora trabaja leyendo contadores de gas. Como su horario es más flexible que el de su mujer, que está en la perfumería de un supermercado, es él quien lleva a la niña pequeña al colegio cada mañana. La mayor, que va al instituto, ya se mueve sola.
“La evolución de la situación escolar del alumnado gitano ha sido enorme”, explica José Eugenio Abajo, orientador del Santa Catalina y miembro de la asociación Enseñantes con Gitanos, de 60 años. Con la llegada de la democracia, empezó a enseñar a los adultos gitanos a leer. Eran años en los que los niños gitanos casi no entraban a las aulas y se construían los llamados colegios puente que funcionaban como guetos, solo para ellos. Han pasado cuatro décadas y eso ahora sería impensable, pero Abajo insiste en que “queda mucho camino”. “La diferencia entre alumnado gitano y el resto es todavía muy importante”, añade.
España está a la cola de Europa en fracaso y abandono educativo. Y a la cola de España están los gitanos, con un 63,7% de abandono que triplica los malos resultados medios españoles. “La situación ha mejorado y hay universitarios, pero se trata de una realidad minoritaria y muy invisible”, admite Mónica Chamorro, directora del departamento de educación de la Fundación Secretariado Gitano. El gran atasco está en la secundaria. El informe de 2013 El alumnado gitano en secundaria, un estudio comparado, de la Fundación y el Ministerio de Educación en 2013, destaca que las dos principales razones para abandonar la escuela son la petición de casamiento (41,9%) y asumir responsabilidades familiares (35,6%). Ellas abandonan sobre todo para ayudar en casa, ellos para echar una mano en el negocio familiar. Les pasó a Mariano y a Amanda, novios desde que tenían 14 y 15 años que siguen juntos después de los 40. Ambos esperan que ese no sea el futuro de sus hijas.
La hermana mayor de Patricia, Abigail, repitió 1º de secundaria y casi lo deja todo. Pero no se rindió. “Sin trabajo no se puede hacer nada en la vida, he decidido esforzarme más y estudiar porque quiero ser peluquera y estilista”, explica. Tiene casi 16 años y estudia 3º. Con empeño, será la primera en terminar Formación Profesional de la familia. Y si Patricia sigue con la determinación de ahora, engordará la lista de universitarios gitanos, que no llegan ni al 2% del total, según estimaciones de la Fundación.
El padre y las dos hijas han comido el arroz a la cubana que Amanda cocinó la noche previa. La madre llega de trabajar cuando ya han terminado, como todos los días. Amanda López no ha parado de trabajar desde que tenía 13 años para que su familia sea como las demás.
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