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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los pueblos

El problema con las identidades se da solo en Cataluña y País Vasco, no en el resto de España

Fernando Vallespín

Ya sea por estrategia electoral o por cualquier otra razón que a mí se me escapa, Podemos puede estar cayendo en el mismo error que otros cometieron a comienzos de la Transición; a saber, ignorar que el problema con las identidades o los “pueblos” de España lo es solo con Cataluña y el País Vasco, no con los demás territorios. Vayan a las encuestas del CIS y vean cómo se distribuye en cualquier otro lugar la identidad española en combinación con la propia de la comunidad autónoma. Allí España no es el “Estado español”, sino una identidad nacional que la mayoría conjuga sin problemas con la propia de su región. En el barómetro autonómico del 2012, por ejemplo, el 70% de los gallegos dice sentirse tan español como gallego. Volver al “café para todos” con envoltorio progre para referirse a una plurinacionalidad que vaya más allá de los dos casos mencionados vuelve a impedir resolver ese problema histórico.

Esto no quiere decir que no existan diferencias importantes, sobre todo de tipo lingüístico, que afectan a otras comunidades, pero las divergencias son más de intereses o de ventajas o perjuicios comparativos que de naturaleza identitaria propiamente dicha. Un esquema federal bien articulado las resolvería sin dificultad, algo que no está tan claro respecto a Euskadi y Cataluña. Como seguro que no se solventa la disputa es mediante esa solemne apelación a la fraternidad entre los “pueblos”. Se resuelve reconociendo un estatus diferente a quien de verdad se siente distinto.

Por eso, cuando hemos asistido estos días al trajín de los grupos parlamentarios propios, la sensación ha sido de auténtica perplejidad. Sobre todo porque expresa a las claras una distorsión del esquema de representación al uso. Y no porque se quisiera convertir el Congreso en una Cámara de representación territorial. Acostumbrados a la representación partidista tradicional, la proliferación de agrupaciones electorales —las “confluencias”— que han concurrido con Podemos en algunas circunscripciones nos impiden ver quién representa a quién, quién ha sido realmente apoderado para hablar en nombre de los representados. Por ejemplo, ¿cuántos votos de los que se computa Compromís fueron en realidad para el Podemos que todos conocemos? En otras palabras, cuántos de esos votos son realmente “valencianistas”?

Al plegarse a la autonomía de todas las marcas con las que concurre, Podemos malogra lo que había sido su gran baza, erigirse en el único partido de ámbito nacional con capacidad para sintonizar, vía Colau, con el poderosísimo nacionalismo catalán de izquierdas. O, lo que es lo mismo, convertirse en una pieza fundamental para mediar en el conflicto catalán —o, eventualmente, en el vasco— desde el resto de España. Al dejar de concentrarse en lo importante ha acabado por banalizar el nacionalismo como un todo y diluir de paso su impronta progresista, su identidad de izquierdas.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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