Ni clon ni marioneta: lideresa
Inés Arrimadas, la victoriosa candidata de Ciudadanos en Cataluña, echa de menos tener más tiempo para ella misma
Pertenece uno a los periodistas que reconocieron en Inés Arrimadas (Jerez de la Frontera, 1981) una creación de Albert Rivera, la Galatea de Pygmalión, la estatua inexpresiva que adornaba el altar de Ciudadanos. Una percepción desbaratada por los imponentes resultados de Ciudadanos. Cuatro o cinco diputados más de cuantos había previsto Arrimadas en sus porras domésticas. Y 750.000 votantes que tiene contabilizados uno a uno, "entre el agradecimiento, el honor y la responsabilidad".
Es el botín con que ha descoyuntado la dialéctica tradicional del "unionismo" (PSC-PP) y el trampolín que le permite erigirse en lideresa inmaculada de la oposición, aunque Arrimadas se apresura a relativizar su protagonismo. Un recato y unas precauciones que delimitan el pudor de la entrevista, como si Albert Rivera fuera a leerla a la mañana siguiente —esta es una elucubración personal— y como si los titulares tuvieran que perseguirse o localizarse entre líneas. Creo que Arrimadas ha votado antaño al PP. Creo que ha llegado a plantearse dejar la política. Creo que le molesta hablar de su carisma —eufemismo cautelar de la belleza—, incluso creo que hubiera dedicado la tarde de ayer a menesteres más satisfactorios que atendernos en un hotel de Madrid cuyo nombre se antoja un potosí para el arsenal de sus rivales: el Nacional.
No pueden probarse las insinuaciones. Sí puede decirse que Inés Arrimadas desliza un acento andaluz cuando parece más cómoda, que responde con oficio mecánico a las cuestiones políticas y que estaría dispuesta a formalizar un pacto con el diablo para detener el reloj. Y no cualquier reloj, sino un modelo inteligente de color berenjena cuya pantalla parece disciplinarla.
"Echo de menos tiempo. Si pudiera comprar algo, compraría tiempo. Tiempo para correr, tiempo para viajar, tiempo para cocinar, aunque lo más sofisticado que he cocinado últimamente ha sido un huevo frito. Me iría a un SPA a darme un masaje, a una piscina, a nadar y a correr. Y no haría nada".
Urge aclarar que Inés Arrimadas no pretende sustraerse a sus responsabilidades ni entregarse al papel de chica mona e instrumental con que sus opositores pretendieron neutralizarla. Empezando por el PP, cuyo candidato, Xavier García Albiol, parecía escogido en un casting como el antídoto "perfecto" a la Galatea de Albert Rivera. Hombre contra mujer. Agresividad contra candor. Autoritarismo contra sentido colegiado. Portero de discoteca contra la pija de Jerez laureada en Niza. La bestia contra la bella.
“En Cataluña los ciudadanos no tienen para comer”
El resultado del partido —25 a 11— sobrentiende el fracaso de la estrategia "pepera", aunque Arrimadas ubica la emergencia política en una coyuntura bastante más delicada: "El proces es un debate político absolutamente alejado de las necesidades de las personas. No me puedo creer que en una situación de crisis, la acción del Gobierno haya estado centrada en la identidad, en la fecha de 1714. En Cataluña los ciudadanos —ciudadanos con minúscula— no tienen para comer, no tenemos para comprar libros a nuestros hijos. Te lo dicen muchas personas, que carecen de trabajo, y prestaciones. Eso es muy triste".
También lo han sido los momentos de incomprensión, sobre todo cuando el "monotema", así lo llama Arrimadas, irrumpe en las relaciones personales y familiares. Ella misma representa un extraño crisol identitario. Porque nació en Jerez, porque sus padres proceden de Salamanca, porque cursó en la Universidad en Sevilla —Derecho, Dirección de Empresa— y porque ha aparcado su oficio de consultora para seguir la estela de Rivera.
Hubiera quedado muy bien aquí recrearse con el momento de la visión, de la aparición, incluso de la Epifanía, pero ya se ocupa la propia Arrimadas de rectificar cualquier definición metafísica de su vocación política. Se hizo de Rivera porque lo había seguido en televisión y porque le convenció el patriarca de Ciudadanos en un mitin al que la llevó una colega del trabajo.
“Ha habido días que me he planteado que algún día volveré a la empresa privada”
"No soy un clon de Rivera ni tampoco una marioneta. Me gusta que me comparen con él porque es el político mejor valorado de España. Admiro su valentía, su naturalidad, tiene las ideas muy claras. ¿Sus defectos? Es muy desordenado. Un día va a perder la cabeza. Y es inagotable. No para".
No hay aquí material para abrir una corriente crítica. Arrimadas habla desde la admiración y desde la fascinación, aunque se desprende de la conversación que su vinculación a la política no representa un pacto definitivo. "No he pensado en dejarlo, pero ha habido días en que me he planteado que algún día volveré a la empresa privada. No llevo ni tres años, es verdad. Lo único es que a veces pienso en mi profesión: la consultoría. Y tengo una excedencia. Soy muy racional. La política no es una profesión ni debe ser una profesión. La política es un servicio público".
Racional se dice Arrimadas, pero lectora de Kafka. Arqueóloga frustrada. Le ha impactado reencontrarse en la televisión con El club de los poetas muertos y le ha abrumado que su proyección política se desdibuje en cuestiones contingentes como la belleza o el erotismo del poder.
Plantear el asunto convierte a uno en revistero casposo, pero eludirlo sublimaría la asepsia, la corrección. "Nunca he sido una mujer guapa. Hablar de mi belleza me produce incredulidad. Era quien apartaba los moscones a mis amigas guapas. Me arreglo más. Entiendo que hay que tener una imagen, pero siempre me habían elogiado antes por las carreras que tenía y por mi cualificación profesional. No me molesta que se hable de mi belleza, simplemente me sorprende".
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