Sin castigo
nadie quiere hacerse cómplice ni menos responsable del gran fraude político con que se despedaza y se desmorona este régimen
Vuelve la crispación: así lo hemos comprobado en el debate del martes sobre el estado del régimen. Rajoy buscaba comprar impunidad para el austericidio y la corrupción del PP a cambio de su presunto éxito contra la crisis, que en todo caso no sería suyo, sino del BCE. Ese fue el gran encuadre (frame) de su discurso: todo se me ha de perdonar pues os he salvado del gran desastre. Pero se trata de una impunidad que no están dispuestas a otorgarle ni la oposición ni la ciudadanía española. De ahí la gran bronca que se montó en el debate, pues nadie quiere hacerse cómplice ni menos responsable del gran fraude político con que se despedaza y se desmorona este régimen. Por el contrario, el gran frame(encuadre) del presente es precisamente el necesario castigo redentor que el pueblo demanda contra la actual élite política, condenada sumariamente sin derecho al perdón.
Esto explica la pulsión popular por depurar la vieja política, congénitamente corrompida, para sustituirla por otra nueva recién nacida o al menos intacta. Es el efecto Gabilondo, que exige cortar cabezas para poder ofrecer a los electores una figura respetada e intachable. Pues no en vano los profesores universitarios somos (junto con los médicos) los profesionales de mayor prestigio, frente a banqueros y políticos, que son los más aborrecidos. De ahí que se prefiera una candidatura de profesores como Podemos, que Ciudadanos llame a Garicano o que IU también recurra a un profesor como García Montero. Todo con tal de tapar a los maldecidos politicastros que se ocultan en la sombra buscando impunidad. Lo cual representa una saludable novedad, pues hasta ahora los votantes venían reeligiendo a los partidos encausados por corrupción que, al verse así absueltos, no dudaban por tanto en aumentar sus dosis de chanchullos, tropelías y fraudes. De ahí la insolente desvergüenza revelada por las tarjetas de Bankia, las cuentas en Suiza, las pólizas de los ERE o los papeles de Bárcenas.
El ‘efecto Gabilondo’ exige cortar cabezas para ofrecer una figura respetada
¿Por qué consentían los electores las fechorías de sus representantes? En parte por cinismo político y doble moral. Pero, sobre todo, por la naturaleza de nuestro sistema electoral, pues ante la falta de posibilidades reales de los partidos minoritarios, el único voto de castigo verdaderamente útil era elegir la alternancia del rival reforzando el bipartidismo. Por tanto, castigar la corrupción de unos equivalía a primar la de los otros, realimentando así el círculo vicioso. Pero hoy ese círculo ya se ha roto. En las elecciones europeas se pudo expresar al fin el voto de castigo porque no había nada real en juego. Y entre Podemos y Ciudadanos se alcanzó la masa crítica necesaria para construir una alternativa creíble al bipartidismo alternante. Desde entonces, para castigar al partido del poder ya no hay que votar al otro partido corrupto ni tampoco al revés, pues ahora ya se puede castigar a ambos a la vez. El bipartidismo ha muerto, castigado sin perdón ni piedad.
Pero las expectativas de castigo han crecido tanto que se ha podido sobrepasar otro umbral. En efecto, Podemos sólo sirve como voto de castigo con tal de que no llegue a gobernar, pues las incógnitas que se abrirían si lo hiciera crearían más incertidumbre que la propia corrupción, como demuestra el espejo de Syriza. Por tanto, a ese precio podría resultar preferible la victoria del PP. Con lo cual la corrupción del poder seguiría quedando sin castigo en la impunidad.
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