Un círculo para controlar a un violador
EL PAÍS asiste a una reunión de los grupos que ayudan a agresores sexuales El objetivo es tratar de evitar nuevas víctimas una vez que han salido de prisión
Una tarde de noviembre, en Barcelona, siete personas forman una circunferencia en una pequeña sala iluminada por un fluorescente. Uno de ellos, José, cuenta cómo le ha ido la semana. Al fin ha cumplido la promesa que lanzó al grupo meses atrás: “He ido a apuntarme al grupo de excursionistas”, dice. “Me estoy organizando”. Las cuatro mujeres y los dos hombres que se sientan a su alrededor, formando un círculo, le felicitan. Escuchan con atención todo lo que dice. Y le preguntan sin tapujos. En estas reuniones no hay secretos, no puede haberlos. “No creo que con el excursionismo vaya a conocer a una pareja”, añade el hombre, entrado en carnes, mientras manosea su reloj negro de plástico. “Pero al menos puedo hacer salidas al campo con gente”.
José pasó 13 años en prisión por cometer agresiones sexuales
Hablan, sobre todo, de vida cotidiana. Pero no es una reunión de amigos. José (nombre ficticio para preservar su anonimato) ha pasado en prisión los últimos 13 años de su vida por cometer diversas agresiones sexuales. Ahora lleva seis meses en tercer grado. Es uno de los internos que participa en el proyecto Círculos, de la Generalitat catalana, para evitar que los violadores reincidan. El programa, que se presentó en marzo, se apoya en ciudadanos que voluntariamente se reúnen cada semana con agresores sexuales para controlarles en su vuelta a la vida en libertad. Sobre todo, para evitar que haya más víctimas. Los escogidos para el programa son internos en régimen abierto o con libertad condicional que ya han finalizado el tratamiento en prisión.
El proyecto catalán es pionero en España. Pero la historia de estos círculos de apoyo viene de lejos. En 1995, una organización religiosa de Canadá se movilizó ante la inminente puesta en libertad de un delincuente sexual. La congregación pretendía ayudarle a superar el rechazo social y evitar que reincidiese. De forma espontánea, un grupo de personas de la comunidad se prestó a supervisar sus actividades diarias. El experimento llamó la atención de investigadores y autoridades penitenciarias de otros lugares y hoy se aplica en países como Estados Unidos, Reino Unido, Holanda o Bélgica. Los resultados, hasta el momento, han sido aceptables. Un estudio canadiense de 2009 comparó a dos grupos equivalentes de delincuentes sexuales tras salir de la cárcel y concluyó que el programa Círculos había reducido entre un 70% y un 80% la posibilidad de reincidencia.
Tratamiento y reincidencia
El proyecto da continuidad a otros programas destinados a agresores sexuales que ya se siguen en prisión y que en Cataluña tienen larga tradición. Esa es una de las razones por las que ha sido escogida por la UE, junto a Bulgaria y Letonia, para aplicar Circles4EU, un programa de la Comisión Europea que pretende expandir esta herramienta por todo el continente.
En la elección de Cataluña ha pesado la existencia de programas específicos para agresores sexuales en las prisiones: tres de cada cuatro internos que alcanzan el régimen abierto se han sometido a alguno de esos tratamientos, según el departamento de Justicia. En Cataluña, hay unos 600 internos condenados por delitos sexuales y más del 80% no vuelve a delinquir.
El proyecto pretende que el control social sobre el agresor le aleje de situaciones que se consideran de riesgo. En Cataluña, los voluntarios integran una primera red —lo que llaman el “círculo interno”— y son supervisados por un profesional (el coordinador) que a su vez está en contacto con otros servicios (centros penitenciarios, policía, etcétera). Los 15 voluntarios que han puesto en marcha los tres círculos existentes hasta el momento han sido seleccionados entre más de 100 aspirantes. Al aceptar el apoyo que supone el programa, el recluso asume que su vida entera queda sometida a escrutinio: se compromete a informar sobre su gestión económica, sobre cómo ocupa el tiempo libre o qué relaciones mantiene.
Las reuniones suelen durar dos horas. En esta se nota que ya se conocen desde hace tiempo. Hay cierta confianza. José les cuenta que está contento después de haber encontrado trabajo en la cocina de una residencia de ancianos. “Es mejor esto que pedir a mi madre que me dé cinco euros al día”, dice. Otro de los presentes, el de mayor edad, le pregunta qué hace los días de fiesta. “Estoy en casa”, responde. “Mi padre me ha ido poniendo cosas en la roulotte. También me ha llamado la asistenta social para una nueva cita”. La reunión resulta afable a ojos de un extraño. Pero no siempre fue tan sencillo.
Las primeras sesiones son las más duras. Los agresores tienen que contar cómo fueron los abusos sexuales y los voluntarios deben sobreponerse a la repulsa que genera el relato pormenorizado de este tipo de delitos. Todos los participantes proceden del mundo del voluntariado, y tienen sus propias razones para participar en el proyecto. En el caso de una de las chicas, Carla (el nombre también es ficticio), además del compromiso de evitar nuevos delitos, hay una apuesta por la reinserción: “Creo que las personas pueden cambiar”, asegura. El voluntario de mayor edad tiene claro que su motivación esencial es “evitar la reincidencia, que haya nuevas víctimas”. Y, pese a que ha trabajado antes con presos, opina que la experiencia de los círculos es distinta: “Esta ayuda es de más intensidad, de mayor calado”.
El penado asume que su vida entera queda sometida a escrutinio
“Cuando tenemos que echarle bronca, lo hacemos”, añade Carla. A menudo, hay diferentes criterios sobre cómo orientar a José en su vida diaria. “Es lo que pasa en la realidad. En tu grupo de amigos o de conocidos, cada cual tiene su opinión”, aclara.
En esa vigilancia de la vida en libertad, los voluntarios no solo escuchan y preguntan. También comparten con José salidas culturales, pasean con él por el barrio Gótico de Barcelona o toman café en alguna terraza. Ahora planean una salida al río. Los voluntarios le insisten en que use su pasión por la montaña para hacer salidas en grupo y “conocer gente”. Saben que el círculo no es eterno —el proyecto dura año y medio— y empujan a José a construir uno alternativo que le siga tutelando para cuando acaben su misión.
No lo tiene fácil porque, de momento, nadie fuera del círculo sabe quién es ni lo que ha hecho. Su vida como delincuente sexual es un secreto para los que le rodean en el trabajo y en la calle. Y solo se plantea que sea distinto en el caso de encontrar una pareja, una de las ideas que a menudo rondan por su cabeza. “A veces me llama un compañero de trabajo cuando estoy en prisión, por la noche”, relata. “Y si me dice que hay mucho ruido, le digo que estoy en un bar”. José ha reconocido su culpabilidad y ha seguido un tratamiento. Pero sigue ocultándolo a sus conocidos: la agresión sexual es uno de los delitos que despierta mayor repulsa social.
Debe informar sobre su dinero, su tiempo libre y sus relaciones
“Le insistimos en que debe hacer una red de amigos, pero él prefiere buscar pareja”, explica, al final de la reunión, otro de los voluntarios. “Teníamos cierto miedo a lo que pudiera buscar por Internet, y se lo dijimos”. Todos valoran los logros del círculo: “Ves los progresos”, asegura uno de los jóvenes. “José salió como perdido de la cárcel. Ha evolucionado y nosotros también. Al principio estábamos nerviosos”. Los voluntarios disponen de un teléfono móvil facilitado por el Departamento de Justicia. Deben estar localizables para el caso de que el participante tenga alguna necesidad imperiosa o sienta un impulso peligroso para los demás. Por fortuna, hasta ahora eso no ha pasado. Pero ninguno pierde nunca de vista el objetivo final de todo esto: que no haya ninguna víctima más que lamentar.
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