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El Príncipe discreto

La convalecencia de don Juan Carlos obliga a su hijo a tener un prematuro protagonismo, dicen en la Casa del Rey

Miguel González
El príncipe Felipe, durante la Cumbre Iberoamericana, este viernes.
El príncipe Felipe, durante la Cumbre Iberoamericana, este viernes.Moises Castillo (AP)

Pocos oficios son tan complicados como el de Príncipe. Se trata de esforzarse por cumplir con naturalidad y rigor las obligaciones del cargo, sin sobrepasar nunca sus límites. Cualquier desliz puede dar al traste con años de paciente preparación. Pero en ningún lado está escrito cuáles son esos límites y el Gobierno ya ha dicho que no tiene ninguna prisa en aprobar un ley que los defina.

Los discursos del Rey los hace el Gobierno, pero los del Príncipe los hace el Rey, por lo que es difícil adivinar su propia voz detrás de tantas manos. Aún así, en el brindis que pronunció don Felipe durante la recepción del pasado 12 de octubre en el Palacio Real de Madrid se traslucía un cambio de lenguaje, “lo que nos une”, en vez de la unidad de España, lo que podemos ganar todos juntos antes que la crítica a quienes se empeñan en la quimera de separarse. Nada que ver con la carta con la que don Juan Carlos irrumpió en el debate soberanista catalán en septiembre de 2012. El Rey ejerce una autoridad consolidada con los años, pero el Príncipe aún tiene que ganársela. El primero puede regañar, el segundo debe seducir.

En la Cumbre Iberoamericana que se celebra estos días en Panamá, don Felipe se ha quedado en un discreto segundo plano. Ha desarrollado una intensa agenda (incluida una entrevista con el presidente luso, Anibal Cavaco) al margen de los actos oficiales del evento, al que asisten jefes de Estado o de Gobierno. En la ceremonia de inauguración, se sentó entre los invitados y no en la tribuna dispuesta para los mandatarios, aunque nadie le hubiera negado allí un asiento. “Aún no era su hora”, alegan en la Casa del Rey. Mejor así, porque la cita ha resultado ser un fiasco, con la mitad de los jefes de Estado excusando su presencia con los más fútiles pretextos. Desde un vídeo, grabado el pasado lunes en Zarzuela, el Rey seguía siendo el protagonista, aunque se le viera ojeroso y demacrado. El sábado la agenda del Príncipe se quedó vacía, por lo que aprovechó para hacer turismo, mientras los líderes iberoamericanos debatían el futuro de una comunidad a la deriva, que hace agua sin el impulso de don Juan Carlos.

Las sucesivas intervenciones quirúrgicas del Rey han colocado al Príncipe en primer plano. Pero en la Casa del Rey temen que esta sobreexposi-ción le queme antes de tiempo. “No se puede correr una maratón como si fueran los cien metros. Don Juan Carlos se reincorporará a su tarea en cuanto se recupere, y al Príncipe le pueden quedar todavía muchos años de banquillo”. Nadie sabe cuántos.

Don Juan Carlos tuvo que asumir interinamente la Jefatura del Estado durante la enfermedad del general Francisco Franco, en 1975, y estuvo a punto de perder el decisivo apoyo de los militares cuando el Gobierno ordenó la vergonzosa retirada del Sáhara, después de que él les hubiera prometido lo contrario. Una experiencia que el entonces Príncipe no ha podido olvidar.

Sin que hubiera sido anunciado, don Felipe entregó el pasado viernes una distinción a Enrique Iglesias, jefe saliente de la Secretaría General Iberoamericana. Tuvo palabras de elogio y agradecimiento para este político uruguayo, asturiano de origen, que ha dedicado los últimos años de su vida profesional a hacer realidad el sueño de sentar en torno a la misma mesa a las excolonias americanas de España y Portugal, enterrando recelos y agravios históricos. Cuando se fundió con él en un abrazo, era su propio abrazo, aunque también lo fuera del Rey.

El Príncipe está acostumbrado a esperar, a escuchar más que hablar, a seguir con atención tediosos actos protocolarios que se prolongan hasta la extenuación. Raramente puede subir al escenario, pero cuando lo hace —como el pasado jueves, cuando se encaramó de un salto al estrado donde se entregaban los premios del Consejo Empresarial de América Latina (CEAL)— demuestra que a sus 45 años está en plena forma, listo para saltar al campo en cuanto el entrenador lo reclame, por adverso que sea en ese momento el resultado.

Hace casi tres años, con motivo del 25º aniversario de su juramento de la Constitución, el Príncipe se sometió a las preguntas de un grupo de periodistas. Les dijo que era consciente de que su padre había tenido que superar la reválida del intento de golpe de Estado del 23-F para ganarse el trono. “Espero, por el bien de todos, que la mía no sea tan difícil”, apostilló sonriendo. Entonces, nadie sospechaba que el órdago soberanista iba a poner en jaque la continuidad del Reino que está llamado a heredar. El Príncipe está preocupado por Cataluña, según reconocen fuentes de la Casa del Rey, pero no por el combate de hoy, sino por las heridas que mañana le tocará restañar.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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