Butronero por tradición familiar
La detención de 'El Robin Hood de Vallecas' termina con El Clan de las alcantarillas
Jesús Iglesias debió de ser un buen padre. Con esmero y paciencia, enseñó su oficio a su hijo Carlos. Se trataba de bajar a las alcantarillas, hacer butrones y entrar en los bancos para llevarse algunos miles de euros. El alumno superó al mentor, pero ha terminado en prisión. Jesús, el padre, ejecutó en toda su vida tres golpes y falleció en el anonimato en 2008. Carlos, el hijo, llevaba ya siete en menos de tres años —el mayor, de 275.000 euros— cuando la policía le detuvo el pasado día 2 en Madrid. Está en prisión preventiva, imputado por siete robos con violencia e intimidación. Con 29 años, era el líder de la conocida como banda de las alcantarillas, de diez miembros.
En su barrio recuerdan a Jesús Iglesias criando solo a Carlos, el que luego se haría llamar “El Robin Hood de Vallecas”, aunque nadie en el distrito se explica el mote y la policía no tiene constancia de que la banda repartiese sus botines. Vivía en la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de Vallecas, una zona de casas prefabricadas que llegó a aglutinar a 1.200 familias chabolistas a la espera de ser realojadas en pisos de protección oficial. Los vecinos recuerdan al pequeño Carlos “siempre por la calle, haciendo de las suyas”. “Una vez entró en nuestro edificio y nos vació los extintores. Lo llevamos a la policía, pero como era menor, no le podían hacer nada”, comenta Agostino, un ingeniero italiano jubilado que lleva 27 años viviendo en la zona. Otros achacan al joven haber quemado un barco pirata instalado hace una década en el parque del Barco, que sigue con el nombre, pero sin el barco.
La policía asegura que, a los 15 años, el chaval ya sabía perfectamente cómo moverse por los intestinos de Madrid. “Iba por las alcantarillas con su padre, arriba y abajo. Sabían dónde podían respirar y dónde era demasiado profundo”, explica Dionisio Martín, inspector de la Jefatura Superior de Policía de Madrid.
Jesús Iglesias desarrolló la técnica, que luego transmitiría a su hijo, con su compañero Antonio Otero Sanz, conocido como El vengador de Vallecas porque en 1991 fue encarcelado tras intentar asesinar a tres jóvenes que habían violado a su hija. Estudiaban al detalle el entorno del banco a atracar, se aprendían las alcantarillas y conocían tan bien la zona que se dirigían a los empleados de las sucursales por sus nombres de pila. Los atracos eran siempre en lunes, para preparar el saqueo durante el fin de semana, y los objetivos estaban en esquinas, donde había más posibilidades de acceder desde el subsuelo. Cuatro butroneros entraban y otros cuatro miembros de la banda, normalmente las mujeres, se quedaban en la superficie para avisar de cualquier movimiento extraño.
Como el método era meticuloso y caro, y reclutar a miembros, complicado, la banda quedaba en familia. Carlos Iglesias introdujo a su mujer en la cuadrilla. Dio a luz el mismo día que la policía desarticuló la banda.
El clan de las alcantarillas se hacía llamar también La banda del Rayo Vallecano, y cometía sus atracos ataviada con el uniforme del club y un pasamontañas. “Los sinvergüenzas robando con la camiseta del Rayo. El barrio lo ve desastroso. Que roben ya está mal, pero que lo vinculen a la afición, que es gente honrada y trabajadora que pasa calamidades...”, se enfada Francisco Peco, presidente de la peña más antigua del club, Los Cencerros, fundada hace 41 años.
La afición está harta de una mala fama que vincula a los vallecanos con “quinquis y gitanos” y a la que cree que contribuyen bandas como esta. Peco, propietario de una empresa de máquinas tragaperras, recuerda a Iglesias padre gastando sus monedas en los recreativos. Permanece su fama de ladrón de poca monta, pero son pocos los vallecanos que le recuerdan.
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