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Navarro: yerno ideal, candidato verde

El candidato del PSC afronta las elecciones del 25-N en el peor momento para el partido "El traje le viene muy grande”, lamenta un dirigente socialista

Pere Navarro, tras ser elegido candidato por el PSC el 30 de septiembre
Pere Navarro, tras ser elegido candidato por el PSC el 30 de septiembreMassimiliano Minocri

El Partit dels Socialistes (PSC), partido hermano del PSOE en Cataluña, afronta las elecciones autonómicas del 25 de noviembre en el peor momento de su historia y con los peores augurios en las encuestas. Y todo ello no solo porque los socialistas catalanes han quedado atrapados entre la reivindicación de un Estado propio de CiU y el españolismo del PP, sino porque nunca como ahora el PSC había presentado a un candidato tan desconocido entre la ciudadanía como Pere Navarro, ni con tantas apreturas de calendario.

“El traje le viene muy grande. Pero lo peor no es eso, sino que no hay tiempo para entallarlo”, confiesa un dirigente socialista para referirse a su candidato y a la situación que atraviesa el PSC desde que Artur Mas anunció que adelantaba las elecciones a mitad de legislatura. Navarro no lleva ni 10 meses al frente de los socialistas catalanes y de sopetón se ha encontrado en mitad de la plaza para sortear un toro bravo cuando hasta ahora apenas había lidiado con vaquillas.

Su trayectoria política arranca en 1977, cuando empezó a militar en las Juventudes Socialistas de Cataluña (JSC) en el Instituto Arraona de Terrassa, la cuarta ciudad de Cataluña. Allí nació en 1959, allí creció, allí se casó, allí ha vivido toda su vida y allí ha desarrollado toda su carrera política, desde que en 1987 se estrenara como adjunto a la Concejalía de Urbanismo hasta que en 2003 le ganó unas primarias a Manuel Royes —el primer alcalde de la democracia, que llevaba 24 años en el cargo— y se convirtió él en alcalde.

Tras nueve años al frente del Ayuntamiento, Navarro ha anunciado que dejará la vara de mando pasadas las elecciones autonómicas para dedicarse en exclusiva a la política catalana. Algo que no hizo, por ejemplo, Joaquim Nadal, candidato del PSC a la Generalitat en 1995 y que compatibilizó la alcaldía de Girona con el cargo de jefe de la oposición en el Parlamento autónomo. La renuncia a la alcaldía de Terrassa no ha sido fácil para Navarro, según comentan en su entorno, pero con ello quiere dejar claro su compromiso con el PSC y que asume los riesgos personales que corre.

Los 52 diputados que logró el PSC en 2003, cuando Pasqual Maragall alcanzó la presidencia de la Generalitat, quedaron reducidos a 28 en 2010. Fue el peor resultado de la historia para los socialistas catalanes y aquella misma noche José Montilla anunció que ni siquiera tomaría posesión de su escaño y que dejaría el liderazgo del partido. Esos 28 escaños se antojan ahora impensables de igualar y muchos dirigentes socialistas no tienen reparos en afirmar que ya firmarían 24 o 25 diputados. Si los resultados electorales confirman ese pronóstico u otro peor parece cantado un congreso extraordinario que podría desembocar en el relevo de Pere Navarro, poco más de un año después de hacerse con el liderazgo del PSC.

Si algo indigna al presidenciable socialista a la Generalitat es la deslealtad. Por eso ha vivido con especial amargura las críticas en los medios de comunicación del llamado sector catalanista del PSC o las rupturas de la disciplina de voto en el grupo parlamentario a propósito del pacto fiscal o de la resolución sobre la independencia. “Hablemos más de los problemas de la gente y menos de los nuestros”, no se cansa de repetir Navarro a los suyos, sin demasiado éxito.

El entorno del dirigente asegura que su firmeza de convicciones y su lealtad se valora como un activo en el PSOE, y de ahí la modulación del discurso que está haciendo el secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, proponiendo modificar la Constitución y avanzar hacia la España federal que reclama Navarro con tanta insistencia.

Su llegada al liderazgo del PSC fue un tanto inesperada, pues el relevo natural de José Montilla parecía Miquel Iceta, curtido en mil batallas políticas, que se fogueó siendo asesor de Narcís Serra en el Ministerio de Defensa y acabó negociando el Estatut. Sin embargo, Navarro apareció como el candidato renovador que iba a romper con aquella etapa e Iceta entendió que debía dejarle paso porque su oponente tenía el apoyo de la mayoría de las federaciones socialistas controladas por José Zaragoza, entonces secretario de organización del PSC y ahora diputado en el Congreso.

“Seguramente pensamos que abríamos una nueva etapa. Y a lo mejor la abrimos en falso”, pronostica un dirigente socialista sobre el futuro del PSC. Navarro ganó el congreso con el 75% de apoyo de los delegados y ha sido elegido candidato a la Generalitat con más del 73% de los votos del consejo nacional del PSC, pero nadie puede decir que haya cuajado un liderazgo.

“Es verdad que le ha faltado tiempo, pero desconocía las claves de la política catalana. No ha entendido que no puede dirigir el PSC como si fuera un alcalde, que el primer año piensa qué va a hacer, el segundo lo planifica, el tercero lo ejecuta y el cuarto vende su obra de gobierno”. La cita es de un dirigente del PSC e ilustra el principal reproche que se le hace a Navarro: no haber tomado decisiones desde el primer momento para dar imagen de líder. Por ejemplo, renovando en los primeros días el grupo del PSC en el Parlamento catalán, como hizo Rubalcaba cuando ganó el congreso federal, en lugar de tardar nueve meses. Dicho todo esto, hasta sus críticos admiten que Navarro afronta su candidatura en el peor momento de los socialistas en Cataluña y en el conjunto de España.

Si algo caracteriza a Navarro es que es un hombre clásico, que no tradicional, muy arraigado a los suyos y a su entorno. Conoció a Àngels Palacio cuando él estudiaba Biología y ella Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, y juntos siguen después de 30 años de vida y militancia. El carácter extrovertido de ella, funcionaria de la Diputación de Barcelona desde hace más de veinte años, representa para él un apoyo imprescindible que le reporta confianza y seguridad y contrarresta la timidez de él.

“Pere es el yerno ideal, el vecino que todos quisiéramos”, dice otro dirigente socialista. Y en ese buen talante de Navarro coinciden sus adversarios políticos. “Todo eso es verdad, pero le falta un hervor”, tercia otro para referirse a la imagen sosa que transmite el candidato. “Su imagen es la de un motor diésel de los de antes, que algunos interpretan como debilidad, pero no es verdad”, sostiene un colaborador. “Algunos dicen de mí que el problema es que soy demasiado buen tío, y quizás tengan razón”, ha llegado a decir Navarro de sí mismo.

Tras ser elegido alcalde siguió viviendo en su discreta casa pareada en el centro de Terrassa. Los coches nunca han sido su debilidad (sí las motocicletas). Y si hay algo inalterable para él es su matrimonio y sus dos hijas.

Dicen quienes le tratan que escucha mucho pero que cuando toma una decisión es difícil que cambie de parecer y la defiende con ímpetu. Es un hombre sobrio que no tiene reparos en almorzar con un menú de 11 euros, y obstinado en sus costumbres. Por ejemplo, su estilo de vestir, imposible de retocar por quienes le rodean. “Yo soy así y así seguiré”, afirma Navarro, como en su día cantaba Alaska. Navarro aparenta ser —y, según los suyos, es—, ante todo, un hombre sin aristas, cabal, algo necesario en política, pero seguramente insuficiente.

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