Sondeo a los sondeos
Hace tiempo que no había un consenso tan cerrado sobre el resultado de las encuestas
Ya estamos una vez más en la cuaresma demoscópica, el ayuno y abstinencia forzados que la Ley Electoral (no hay manera de que esto cambie, por muchas reformas de la ley que se hagan) impone a la difusión pública de encuestas electorales en los cinco días anteriores a la votación. Parece un momento adecuado para recapitular lo que estas encuestas nos han dicho y qué pueden valer sus vaticinios.
Hace tiempo que no había en nuestro país un consenso tan cerrado sobre el resultado que las encuestas proyectan. Algún malicioso podría pensar que se ha cumplido una norma que enunció un buen amigo (omitiré su nombre, porque fue en un espacio privado) en ocasión no muy lejana en que las encuestas —incluidas las que dirigía quien esto escribe— fallaron con cierto estrépito (1996): “Las empresas han preferido la seguridad de equivocarse juntas al riesgo de acertar por separado”.
En efecto, todas avanzan idéntico resultado político: la mayoría absoluta del PP. Tomando como referencia las 10 últimas encuestas de alcance nacional difundidas entre el viernes 11 y el lunes 14, tenemos que la media de la ventaja del PP es casi exactamente de 15 puntos mientras que la mediana es de 14,6 puntos. Idéntica convergencia entre ambos estadísticos respecto a los escaños de diferencia: 71 tanto en la media como en la mediana. Sin embargo, esto no quiere decir que, aunque no se note por la identidad de la previsión política, no haya diferencias de cierta entidad por los extremos: un mínimo de 11,3 puntos de ventaja del PP y un máximo de 19 serían vistos como estimaciones muy diversas, de no ser, como digo, por la aparente falta de incertidumbre en cuanto al desenlace político de la elección.
¿Se abstendrán ese casi 20% de votantes socialistas aún indecisos o votarán como en 1996?
Ahora bien, lo que importa —más que la precisión y el acierto de las estimaciones, que solo estaremos en condiciones de verificar el propio domingo— es reparar en los elementos de incertidumbre que pesan sobre aquellas. Y en ese sentido hay que fijarse en la letra pequeña de las encuestas y acudir a los antecedentes para buscar algo de luz.
El antecedente más próximo, 2008, se considera, correctamente, como un ejemplo de acierto predictivo de las encuestas. Pero no sirve de gran cosa como término de comparación: aunque ya había cambiado el clima económico, no se vislumbraba la gravedad de la crisis que vino detrás y todos los ingredientes coincidían en apuntar a una elección de continuidad. 2004 no sirve por el impacto de los atentados del 11-M. Más relevantes son los antecedentes —antitéticos— de 1996 y de 2000.
En el primer caso, las encuestas fallaron porque los analistas no tuvimos en cuenta el fenómeno de espiral de silencio que hacía callarse a casi un tercio de los votantes socialistas y porque, además, la movilización de esa minoría silenciosa tuvo lugar en los últimos 10 días y no fue recogida por las encuestas. En el segundo caso, ocurrió cabalmente lo contrario: descontamos una movilización socialista de última hora que en realidad no se produjo.
Pero las diferencias contextuales respecto a esas elecciones son enormes. En 1996 el PP no había gobernado nunca y la activación del temor a un retroceso democrático resultaba más verosímil para el elector de izquierdas. En 2000, dominaba la sensación de que el PP había gobernado bien y la situación económica era boyante, lo que permitió a buen número de votantes socialistas entregar —mediante la abstención— la mayoría al PP.
El domingo veremos si la profesión demoscópica se pone la medalla o hay que dar explicaciones
Hoy estamos ante unas elecciones de cambio (que, casi siempre, aparejan alta participación) y ante el entorno económico más tenso de los últimos 30 años. ¿Se quedarán en casa ese casi 20% de votantes socialistas que se manifiestan aún indecisos sobre el sentido de su voto? La proporción en que lo hagan o hagan lo contrario es la que establece la diferencia entre una catástrofe electoral para el PSOE y, simplemente, un pésimo resultado. No parece haber mucho espacio para otra cosa, salvo que se repitiera una situación de espiral de silencio que, en las actuales circunstancias, nos parece harto improbable.
Hay otras dos dimensiones que, a mi juicio, dan mucha verosimilitud al consensus forecast de las encuestas. Una es la estabilidad que las mismas registran: las estimaciones seriadas apenas reflejan cambios desde hace cuatro meses, tras el fugaz repunte de la intención de voto socialista que trajo consigo la renuncia de Zapatero. Pero, a nuestro juicio, lo que da más fundamento a este pronóstico es que los indicadores de las encuestas muestran —aparte de las estimaciones de voto, en las que cada maestrillo tiene su librillo— una notable coherencia interna. Diríamos que, mientras las estimaciones se han mantenido en lo esencial estables, el resto de pistas que los sondeos contemplan se han ido alineando en el mismo sentido. De suerte que todos esos indicadores (partido que les gustaría que ganase, líder preferido, partido más capacitado para hacer frente a la crisis económica) muestran ahora perfiles que favorecen al PP.
En fin que, una vez más, el domingo veremos si la profesión demoscópica se pone la medalla o hay que dar explicaciones. Por el bien de la tribu, espero que sea lo primero.
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