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Tribuna
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La izquierda desarticulada

La izquierda no crece, sino que se está desarticulando en dos o más piezas

Jorge Galindo

Al fijar la atención en la actitud del PSOE frente a estas elecciones, es inevitable notar la sensación de desazón y tranquilo desorden interno. Si además el foco se centra en el PSPV, el problema se torna endémico. Nadie espera demasiado de ellos durante esta campaña, como nadie esperaba tampoco en 2008: ni Ferraz, ni sus simpatizantes, ni, sinceramente, quien escribe estas líneas. Por el momento, desde Blanquerías están respondiendo perfectamente a estas (no) expectativas.

Así, si a nivel estatal todo apunta a una victoria aplastante del Partido Popular, ¿cabe esperar lo mismo en la Comunidad Valenciana? En apariencia, sí: probablemente, la ventaja del PPCV frente al PSPV será de más de 15 puntos. Pero esto es solo la mitad de la historia. Los populares valencianos son identificados con el modelo económico basado en turismo, eventos y, sobre todo, construcción, lo cual les carga con una parte de la culpa de la crisis ante el electorado. Culpa que crece al mismo ritmo que aumenta la diferencia entre la tasa de paro nacional y autonómica. La relación con la dimisión de Camps y los problemas de corrupción es demasiado directa como para apoyar un crecimiento de votos, y fuerza al PPCV a una campaña de bajo perfil para evitar exponerse. Para Génova, la victoria en las provincias valencianas es segura por la situación socialista, y sabe de los límites y riesgos de llamar la atención, así que prefiere invertir recursos en otras zonas. Las encuestas ponen números a estos argumentos: la de este mismo periódico del 9 de octubre da un 50,4% al PPCV, dos puntos y unos 100.000 votos menos que en 2008. El PSPV perdería nada menos que 10 puntos y unos 300.000 votos, pasando del 41,3% a un inédito 30,6%. El PP da esto por suficiente, y el PSOE, simplemente, por imposible de evitar.

Por ello, a pesar de que existirá la fanfarria habitual, la campaña mediática de los dos principales grupos en contienda será (ya está siendo) más bien tímida, dejando por tanto espacio a los minoritarios, principalmente EUPV y Compromís-Equo. Cabe esperar que Esquerra Unida suba moderadamente en atención al ser el receptor natural del descontento con los socialistas, pero tienen su propio techo de cristal: se encuentran enredados en su propio lenguaje, anclados en clichés de hace dos décadas. Por ello, todo el mundo mira de reojo a la coalición valencianista, que construye un discurso joven que conecta con ese espectro de izquierda entre radical y socialdemócrata, que se siente abandonada por el PSOE y otros. Además, el componente identitario que incorpora a su programa es, al menos en apariencia estética, nuevo y refrescante para el electorado.

Compromís está haciendo un uso efectivo de iniciativas relativamente simplistas (hay quien diría “populistas”) que le permiten conectar con el discurso de fondo de la indignación, asociado con el desencanto respecto a la clase política. El proyecto Desenxufa’ls, destinado a identificar con nombres y apellidos a “enchufados” en las Administraciones públicas, es un buen ejemplo. Se trata de una estrategia que, aunque útil a corto plazo, puede volverse en su contra llegado un cierto momento, ya que uno no puede vivir con un pie dentro y otro fuera de las instituciones; con las responsabilidades llegan la negociación, los acuerdos y las previsibles decepciones al electorado. Por el momento, sin embargo, se encuentran muy bien situados: las encuestas les dan al menos un escaño (5,5%). Ahora que pueden articular un discurso económico de calado estatal, están en condiciones de conservar la mayoría de los 175.000 votos que recibieron el 22 de mayo.

Si seguimos las encuestas y asignamos en torno a un 6% a Esquerra Unida, nos encontraremos con casi un 12% del voto en dos partidos de izquierda distintos del PSPV. En 2000, 2004 y 2008 este porcentaje fue del 7%, 6% y 4%, respectivamente. El cambio de tendencia es espectacular. A la vez, Compromís mantendrá una ventana mediática para poder seguir lanzando su mensaje y mejorar su reconocimiento entre los votantes, mientras que la comunicación del PSPV podría compararse con un hilo de voz. Es decir: lo significativo no es solo que el reparto de votos de la izquierda quedará más distribuido, sino que en términos de presencia mediática están igualados. Pero no suman, sino que dividen: actualmente EUPV y Compromís están totalmente separados del discurso del PSPV-PSOE, dirigiéndole críticas frontales de manera sistemática como táctica para ganar apoyos. Entonces el abismo se abre: la izquierda no está creciendo, porque el total de votos a todos estos partidos no superará claramente el monte de 2008, sino que se está desarticulando en dos o más piezas, por la falta de actitud de unos y la beligerancia estratégica de los otros.

Paradójicamente, solo una mayoría fuerte del PP en el Congreso de los Diputados podría revertir este proceso. La consecuente serie de políticas de corte liberal-conservador es el único impulso posible para una oposición conjunta de izquierdas, en un formato de “campaña permanente”. Sin embargo, la tendencia actual nos dice que, aún así, será difícil evitar la desarticulación de la izquierda valenciana.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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