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Columna
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Despedida

Me tengo vedado escribir una sola línea en la que no crea o que no salga de mis propias convicciones, aun admitiendo que estas fueran contra mi voluntad inexactas o erróneas

Fernando Aramburu, durante una firma de libros por Sant Jordi, este año en Barcelona.
Fernando Aramburu, durante una firma de libros por Sant Jordi, este año en Barcelona.KIKE RINCÓN

Me estaba yo acordando estos días, con ocasión de un texto más o menos confidencial que me tiene ocupado, de un antiguo profesor de colegio a quien nunca agradeceré lo suficiente que me metiera el gusanillo de leer y escribir. Creo que fue él (no estoy seguro) quien me sugirió que lo que fuera que yo escribiese en la vida debería proceder a toda costa de mi verdad personal; esto es, que cada verso o renglón salido de mis manos por fuerza tendría que reflejar mi verdadero sentir y pensar. Ese ánimo ha guiado siempre mi pluma, con independencia de que en contextos ajenos a la literatura me diese por fingir o contar trolas como a cualquier hijo de vecino. Me tengo vedado escribir una sola línea en la que no crea o que no salga de mis propias convicciones, aun admitiendo, como no podía ser de otro modo, que estas fueran contra mi voluntad inexactas o erróneas. Digo todo esto porque he caído en la cuenta de que he perdido la fe en estas columnas que por gentileza de EL PAÍS publico en un huequito de la contraportada. Como conté en privado a los responsables del periódico, la cesta está vacía y a mí me falta energía y estímulo para llenarla. Creo sinceramente que no tengo gran cosa que aportar. Incluso abrigo la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán. Veo con enorme preocupación, que al mismo tiempo es pena, la situación moral de España, que, vista desde mi espacio vital de Centroeuropa, se me figura parte de la imparable decadencia del continente. Digo, pues, adiós a la manera de fray Luis y de los hombres que optaron por equiparar la cultura con la conquista de la serenidad, y me retiro a mi soledad creativa también con unos pocos libros doctos. Era feo marcharse a la francesa. Así pues, gracias al periódico por confiar en mí y a todos suerte y un abrazo.

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