Apagar el fuego en invierno
La magnitud de los recientes incendios en Portugal demuestra que la prevención no puede relajarse
Tras siete años de respiro, todas las tragedias asociadas a los grandes incendios regresaron la pasada semana a Portugal. No solo por la extensión calcinada (124.000 hectáreas en seis días), sino por la pérdida de siete vidas humanas. De nuevo las imágenes de personas tratando de proteger animales y casas y de bomberos extenuados estremecieron a toda Europa, pero sobre todo a un país que en 2017 quedó sacudido con la muerte de más de un centenar de personas. Lo ocurrido entonces fue una lección que llevó al Gobierno, entonces en manos del socialista António Costa, a plantear una reforma sustentada en la lógica que defienden los especialistas: los incendios se apagan sobre todo antes de que empiecen. La prevención tiene tanta importancia para minimizar los riesgos como el combate de las llamas.
El plan de acción que nació entonces contemplaba la protección de los espacios urbanizados con perímetros de seguridad sin vegetación, la limpieza de matorrales y una gestión del paisaje que incluya la creación de barreras naturales contra la expansión del fuego, lo que implica quebrar las vastas plantaciones de pinos y eucaliptos, los dos grandes monocultivos forestales de Portugal. Se destinó más dinero a medios de extinción, pero sobre todo se puso el acento en actuaciones previas. Además, se mejoró la eficacia policial para detener a los causantes. El factor humano sigue siendo la principal causa de origen, ya sea por negligencia, accidente o intención.
En 2024 la situación es mejor que en 2017. Pero no lo suficiente, como se ha observado estos días. De hecho, la preocupación del Gobierno y de los ayuntamientos se fue desinflando conforme se sucedían ejercicios benignos. En 2023 se recortó un 9% el presupuesto de la agencia nacional que coordina la prevención y el combate. Y la deficiente gestión del territorio facilitó la acumulación de la vegetación que alimenta grandes incendios, como los registrados en los distritos de Aveiro, Viseu y Oporto.
Casi todos los expertos apuntan hacia un fallo: la incapacidad de trasladar la teoría a la práctica. No hay ahora errores de enfoque en la prevención de siniestros forestales, sino inoperancia a la hora de ponerla en práctica. Dado que, además, el cambio climático propicia las condiciones meteorológicas extremas, urge no bajar la guardia. Y eso exige, sobre todo, apagar el fuego en invierno.
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