El elegante Abascal
Dudo mucho de que el líder de Vox tenga esa calidad, con esa mezcla de Abderramán III de barba puntiaguda, una corbata ridículamente pequeña, más propia de un niño que va a hacer su primera comunión y un traje de comercial de Tecnocasa
Cuando faltan argumentos, lo fácil y pueril es atacar el aspecto externo del oponente. Por eso Santiago Abascal se lamenta de la forma de vestir de los diputados. No cuesta imaginar que si la ultraderecha tomara el poder lo primero que haría sería imponer su particular gusto por los oscuros y fúnebres trajes, la estética gris y uniformizadora tan alejada del auténtico decoro, el que transmite elegancia y armonía. No sabemos si también decretarían rapados al cero y pijamas de rayas, ya puestos a acabar con las tantas particularidades, con tanto desorden y la diversidad cromática y textil que detestan. Esa intolerancia radical al modo en que los demás cubren sus cuerpos (en unos tiempos en los que la variabilidad se ha multiplicado de forma exponencial) denota un profundo desprecio a lo particular, a cualquier rasgo de individualidad. Por eso lo primero que hacen los regímenes totalitarios es imponer una forma de vestir que borre, que anule lo único pueda haber en cada persona. Así empezaron los procesos de deshumanización que desembocaron en las peores atrocidades aniquiladoras.
Pero ya que Abascal se atreve a criticar la forma de vestir de los demás, vamos a analizar la suya y ver si verdaderamente cumple con lo que es el decoro. Dudo mucho de que esa mezcla de Abderramán III de barba puntiaguda, un corte de pelo que demuestra un esfuerzo titánico del peluquero por cubrir unas entradas cada vez más profundas, un traje de comercial de Tecnocasa dos o tres tallas más pequeño de lo que le correspondería al líder de Vox, esa chaqueta oscura con un bolsillo de pecho huérfano de pañuelo, sin botonier y que ningún sastre digno de su oficio podría firmar, la flacidez de esa corbata ridículamente pequeña, más propia de un niño que va a hacer su primera comunión, todo eso es exactamente lo opuesto a un hombre elegante, a uno que de verdad respete las instituciones y no se presente en el Congreso como un vigoréxico portero de discoteca de polígono. Yo cuando lo veo no puedo evitar pensar que es como un imán fundamentalista de oratorio de barrio que ha cambiado el rezo, los sermones y la lectura del Corán por extenuantes sesiones de gimnasio para inflar ridículamente sus músculos. Eso sí que nada tiene que ver con el buen vestir porque, como dice Michel Suárez en su libro De re vestiaria, “ningún hombre que practique la avaricia, la estupidez, la agresividad, la impostura, y el amor por el poder puede aspirar a la elegancia.”
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.