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Eduardo Pazuello
Columna
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El elocuente silencio del exministro de Sanidad de Brasil

El general Eduardo Pazuello se ha negado a declarar frente a la comisión parlamentaria que determinará las responsabilidades de Bolsonaro durante la pandemia

Juan Arias
Jair Bolsonaro junto al general Eduardo Pazuello
El presidente Jair Bolsonaro junto al general Eduardo Pazuello tras ser confirmado como ministro de Sanidad de Brasil, en septiembre de 2020.Joédson Alves (EFE)

Nada más humillante para un militar en activo y más para un general tres estrellas como Eduardo Pazuello, exministro de Sanidad, que revelar miedo y cobardía. Y lo peor es que ese miedo puede acabar salpicando la imagen positiva de la que hasta ahora ha gozado el Ejército de Brasil. Ver a un general como Pazuello incapaz de afrontar una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI), creada para determinar las responsabilidades del presidente Jair Bolsonaro durante la pandemia, tiene que humillar hasta a los simples soldados que deben sentirse desconcertados.

Ya poco importa lo que diga o calle el general y exministro. Su comportamiento de miedo, que lo llevó a refugiarse en un habeas corpus preventivo en el Supremo para permanecer mudo ante las preguntas de los senadores, ya es una confesión de culpa.

Si Pazuello, como ya había confesado, se limitó a cumplir órdenes del presidente Bolsonaro, considerado en ese momento como su superior jerárquico, bastaba pedir la dimisión y volver al Ejército, como hicieron los ministros anteriores. Achacar la actitud del general al hecho de su carácter difícil suena a extraño en quien debería dar ejemplo no solo de que no teme la verdad, sino también de quien tiene el orgullo de aceptar que se ha equivocado.

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No sabemos aún cómo acabará la novela del general que pidió permanecer mudo en el Senado o si terminará llevando escrita en la frente su actitud de miedo, la mayor deshonra para un militar y más de su categoría.

El general hoy atrapado en su narrativa nebulosa de comportamiento tendría solo una forma de rescatar su dignidad hoy humillada. Sería, al llegar al Senado, aceptar todas las preguntas que puedan hacerle respondiendo con lealtad militar, aunque ello sea a costas de tener que revelar verdades durante su periodo de ministro de Sanidad, que correspondió al mayor número de muertos de la covid-19, aunque puedan comprometer gravemente la imagen del presidente. Una imagen ya más que desgastada de un jefe de Estado que acaba de ser visto internacionalmente como uno de los que peor gestionó la pandemia entre los 14 líderes políticos más importantes del mundo.

Bolsonaro y su procesión de seguidores fanáticos pasarán y Brasil recuperará su normalidad democrática después del paréntesis tenebroso al que le arrastró un capitán frustrado del Ejército. Saldrá de escena como apuntan los últimos sondeos, mientras la institución de las Fuerzas Armadas seguirá siendo vital en la defensa de los valores democráticos y de la Constitución, como lo ha sido en los últimos 20 años con gobiernos de diferentes colores políticos.

Brasil solo puede desear que sea la jerarquía del Ejército la que ayude a su general hoy en entredicho a demostrar que el miedo no existe en el diccionario militar. De ahí que la responsabilidad de un desastre o de una conducta dictada por el miedo del general en la CPI pueda acabar dañando gravemente la credibilidad del Ejército. El resultado final de la posición del exministro en su convocación a la CPI podrá tener consecuencias inesperadas para el futuro de este país, hoy visto como un fracaso mundial de Gobierno. A 18 meses de las elecciones presidenciales, la prensa mundial sigue atenta y preocupada con el resultado de los comicios y con miedo de que el bolsonarismo destructivo pueda continuar en el poder, lo que acarrearía problemas no solo en el escenario ya turbulento de América Latina, sino del mundo. Brasil es visto en efecto como un elemento clave no solo en la economía como potencia mundial, sino en el escenario que se pergeña de descrédito de la democracia con el crecimiento de los movimientos negacionistas y nazifascistas en los cinco continentes.

Brasil, y concretamente la CPI de la pandemia, podría conducir a la salida de Bolsonaro del Gobierno, lo que revolucionaría las elecciones del año próximo. Brasil vive momentos difíciles que podrían tener repercusiones negativas para varias generaciones. Las guerras tradicionales se sabe como inician, pero no como acaban. Así sucede con las crisis políticas. Y no es ningún secreto que en Brasil, gobernado hoy por un presidente considerado el peor y más imprevisible de su historia, la responsabilidad del Ejército es crucial, ya que de su apoyo o no al capitán con vocación de dictador podrá depender el futuro de este país.

Ni vale la excusa para los militares del miedo al comunismo, ya que hoy cualquier ciudadano mínimamente informado sabe que ni el PT ni Lula representaron ni representan hoy al comunismo. Basta recordar las buenas relaciones de Lula en sus dos gobiernos con el mundo empresarial y los bancos, que nunca ganaron tanto como con él. Sin contar sus relaciones estrechas con los partidos conservadores y de derechas que llegaron a preocupar al grupo más progresista y sindicalista del partido.

El Ejercito brasileño se encuentra en una encrucijada histórica de la que depende su credibilidad. Su comportamiento ante la tan esperada conducta del general Pazuello en la CPI podrá arrastrar a las Fuerzas Armadas a una grave crisis en el ya oscuro panorama político y económico de este país.

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