Inmorales
Nos hallamos ante la prueba más clamorosa de la falta de calidad humana de demasiados servidores públicos. Ese problema sobrevivirá a la pandemia. Y será quizás más difícil de solucionar
Era lo que nos faltaba. La pandemia de coronavirus ha degenerado en una enfermedad moral. No se puede explicar de otra manera la actitud de todos los cargos públicos que se han apresurado a saltarse las normas para vacunarse, o vacunar a sus familiares, antes de que llegara su turno. Que un consejero de Sanidad o un gerente de un hospital, que deberían de estar más sensibilizados que nadie con el sufrimiento de los médicos exhaustos, de las enfermeras agotadas, de los extenuados equipos de Urgencias o atención domiciliaria, hayan accedido a vacunarse antes de que la totalidad del personal sanitario estuviera inmunizado no sólo es inconcebible, sino profundamente inmoral. Lo mismo ocurre con la cúpula militar. Desde hace meses, vemos a miembros del Ejército y la Guardia Civil levantando hospitales de campaña, desinfectando espacios públicos, apoyando en hospitales y centros de salud. Incluso luchando contra los efectos de Filomena en calles y carreteras. ¿Qué sentido tiene que los jefes que van en coche oficial a trabajar desde un despacho se vacunen antes que quienes están expuestos al contagio a diario? Es evidente que ninguno, aunque algunas explicaciones resulten hasta más bochornosas que el hecho en sí. Como la de esa alcaldesa que alega que la vacunaron por ser paciente oncológica, cuando aún no se ha planteado siquiera la vacunación de esa clase de pacientes. Para alegar eso, podría haberse callado, pero más allá de la anécdota, de la torpeza, del egoísmo y la falta de empatía que denotan estas actitudes, nos hallamos ante la prueba más clamorosa de la falta de calidad humana y moral de demasiados servidores públicos. Ese problema sobrevivirá a la pandemia. Y será quizás más difícil de solucionar.
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