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Tribuna
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Mejor “crisis de relaciones” que “opresión”

La situación de personas y grupos oprimidos en todo el mundo ha empeorado más con la pandemia, pero su origen es más profundo. El conocimiento europatriarcal no nos sirve ya de nada

Tribuna Minna Salami 21/12
Nicolás Aznárez

Empecemos por decir que vivimos en una época de máxima opresión. Eso es innegable. Tras los catastróficos acontecimientos de 2020, incluso los más propensos a mirar hacia otro lado ante la opresión tendrán que reconocer el ejercicio sistemático de la autoridad que perpetúa las desigualdades y la opresión.

La pandemia de covid-19 ha puesto de relieve y agudizado los elementos opresivos encerrados en las estructuras sociopolíticas. Por ejemplo, en el Reino Unido, donde escribo, los hombres negros tiene el triple de probabilidades de morir del coronavirus que los blancos, en gran parte debido a las desigualdades de la atención sanitaria. En el mundo en general, las mujeres han perdido victorias que habían conseguido con gran esfuerzo: la violencia doméstica, la ablación genital y el desempleo han aumentado. La explotación histórica del Sur en busca de recursos ha hecho que fuera difícil para las economías ya precarias de los países en vías de desarrollo hacer frente a la nueva situación de cierres y confinamientos. Se calcula que, en 2020, 71 millones más de personas se han visto empujadas a la pobreza extrema. Es aterrador comprobar las tremendas consecuencias que las agresiones prolongadas contra el mundo natural y la biodiversidad han tenido para toda la vida en el planeta Tierra.

No es extraño, pues, que la opresión haya sido uno de los temas de los que más se ha hablado este año. Desde los trabajadores esenciales infravalorados hasta los ecosistemas que florecieron cuando la humanidad se vio obligada a encerrarse en sus casas, desde el movimiento Black Lives Matter y el resto de manifestaciones masivas en Hong Kong, Nigeria, Polonia y Tailandia, entre otros lugares, hasta el deseo de tener como líderes a más mujeres, que parecen haber gestionado más dignamente la pandemia, todas las cuestiones que la covid-19 ha puesto de relieve se enmarcan en un contexto de opresión.

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Ahora bien, la opresión está enmarcada en un problema más profundo, que es lo que yo denomino la crisis de las relaciones. Mi definición es muy sencilla: la crisis de las relaciones es la incapacidad de obtener un resultado deseable y no destructivo cuando dos entidades entablan una relación. Utilizo entidades porque no se trata solo de la relación entre distintos grupos humanos, sino también entre los seres humanos y el mundo no humano y entre los seres humanos y sus sistemas de conocimiento.

La crisis de las relaciones se caracteriza por un sentimiento de división que parece simultáneamente insuperable y completamente destructivo. En otras palabras, cuando la necesidad de construir relaciones conscientes entre entidades distintas es más acuciante que nunca, nos cuesta hacerlo porque la crisis es demasiado profunda.

Aún no hemos indagado todo lo posible en esta crisis tan profunda. Es necesario comprender la historia general —el metarrelato— que causa la opresión, sobre todo porque, con demasiada frecuencia, es un término que se malinterpreta y del que se abusa.

La palabra opresión se ha puesto de moda y en el proceso ha perdido todo su significado trascendental. Ahora tiene una connotación negativa asociada a ideas como las “olimpiadas de la opresión” y, por consiguiente, se descarta. Y el negligente despilfarro de una palabra que era tan poderosa hace que parezca menos urgente abordar la tragedia que le sirve de base, que es la crisis de las relaciones.

Crisis significa varias cosas. Lo primero que nos sugiere es una catástrofe o una emergencia, pero también es un punto de inflexión y un instante trascendental. Al hablar de crisis de las relaciones son pertinentes las dos definiciones, pero en este contexto es más importante el hecho de que una crisis indica una situación vulnerable y volátil. El futuro de la coevolución planetaria es vulnerable y pende de un hilo.

Crisis también es un término que suele utilizarse para dar una señal de alarma. Por ejemplo, hablamos de crisis económica, crisis climática, crisis de empleo, y así sucesivamente. No relacionamos crisis con relaciones porque vivimos en un mundo dominado por lo que llamo el “conocimiento europatriarcal”, que es un enfoque del conocimiento que es binario y excluyente, y por tanto categoriza las relaciones como una cosa femenina, suave y emocional, en contraste con la forma seria(!), masculina(!) y racional(!) de sentir una crisis.

Sin embargo, cuando vemos que bajo cada opresión de grupos de personas y entre las personas y su planeta se encuentra una crisis fundamental de las relaciones, queda claro que el conocimiento europatriarcal no nos sirve ya de nada.

Necesitamos modos de conocimiento que fomenten un sentido de reciprocidad. Y al hablar de reciprocidad no me refiero a que todos nos demos la mano y nos pongamos a cantar Kumbaya o a abrazarnos a los árboles. Ni siquiera estoy pensando necesariamente en “armonía”, sino en lo que el filósofo John Searle llama la “intencionalidad colectiva”, “la capacidad no solo de cooperar sino de compartir estados intencionales como las creencias, los deseos y las intenciones”.

El naturalista ruso Piotr Kropotkin lo definió como “apoyo mutuo” en su libro del mismo título publicado en 1902, escrito en favor de la reciprocidad y contra la mentalidad darwiniana de “la supervivencia de los más fuertes”. Kropotkin escribió: “A largo plazo, es mucho más beneficioso para la especie el ejercicio de la solidaridad que el desarrollo de individuos con tendencias depredadoras”.

Me preocupan las explicaciones evolutivas tajantes del comportamiento humano que infieren teorías como la de Kropotkin —y la de Darwin, por cierto—. Las cosas nunca son rotundamente biológicas o evolutivas. Esa es una realidad que, por desgracia, conocen muy bien las mujeres, la gente de color, las poblaciones indígenas y las personas LGTB a las que se ha tratado de arrebatar su humanidad sobre la base de “hechos biológicos”.

Pero si hay algo inequívoco, o que al menos debería serlo después de este año, es que todos estamos entrelazados entre nosotros y con la naturaleza. Tenemos que llegar al fondo de la opresión sistémica y abordarla de manera que nos permita paliar el problema antes de que sea demasiado tarde. Para ello necesitamos nuevos enfoques del conocimiento que no estén construidos —como el conocimiento europatriarcal— en función de una crisis de las relaciones.

Por fortuna, tanto los viejos como los nuevos enfoques del conocimiento están al alcance de quienes sueñan con un mundo más noble.

Minna Salami es periodista, fundadora del blog MsAfropolitan. Acaba de publicar El otro lado de la montaña (Temas de Hoy) y formó parte de la antología New Daughters of Africa (2019).


coautora de New Daughters of Africa (2019).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.


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