Prohibido jugar al parchís
Desde hace tiempo, un sector de la derecha trata de apoderarse de las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad del Estado como si le pertenecieran por algún derecho invisible
Los partidos políticos tienen una cierta tendencia a apropiarse de los sectores profesionales como si fueran fichas del parchís. Pareciera que se dicen entre ellos: venga, las monjas y los taxistas para la derecha y los actores y las mujeres de la limpieza para la izquierda. No sé si es algo que responde a tendencias sociológicas bien estudiadas, pero dar por sentado ese reparto tiene algo de indecente. En los últimos años, la derecha más esencialista se ha apropiado de los taurinos y los cazadores y la izquierda peluche de los animalistas o los gais, como si dentro de esas inclinaciones tan íntimas no existieran personas que votan lo que les da la gana. Flaco favor se harían a sí mismos los sectores que se entregan a una adscripción política, pues les enfrentaría de manera innecesaria con quienes votan distinto. Pero como de lo que se trata es de dividir para vencer, la dinámica de todos los países viaja hacia ese enfrentamiento visceral. Por eso es tan interesante cualquier acto de disidencia.
La semana pasada sucedió algo inesperado. A cuenta de la llegada de pateras a Canarias, a un líder de la extrema derecha se le ocurrió sugerir un bloqueo de fragatas militares españolas en alta mar para impedir el paso a los náufragos. Han tenido que ser voces autorizadas del propio ejército quienes les recordaran que la misión de nuestras Fuerzas Armadas no es zaherir a los desamparados. Además, en alta mar, el salvar la vida del náufrago no es una decisión personal, sino una obligación profesional. Desde hace tiempo, un sector de la derecha trata de apoderarse de las Fuerzas Armadas y de los cuerpos de seguridad del Estado como si les pertenecieran por algún derecho invisible. Por más que sus miembros puedan adscribirse a sindicatos sectoriales de teñido matiz ideológico o en su paso al retiro algunos altos mandos añoren el tiempo pasado, el sentido profundo de nuestros servidores armados no pasa por obedecer las consignas de una ideología concreta, sino por cumplir y hacer cumplir las leyes que los ciudadanos han aprobado por medio de su representación parlamentaria.
Dejada aparte esta apropiación indebida, lo que viene a exponerse de manera clara es la falta absoluta de ideas entre nuestro espectro político para enfrentarse al fenómeno migratorio. Algunos olvidan que ya en mitad de la década de 1950 hasta el franquismo planteó leyes para prohibir la llegada masiva de gente de Extremadura y Andalucía a Madrid. Tales experimentos legislativos fueron un fracaso rotundo, porque la fuerza del hambre y la desesperación no se combaten con represión y violencia. España necesita inmigrantes y por tanto debería ordenar y clarificar las llegadas, trabajar sobre los demandantes de residencia y dejarse de marear con mentiras y de exprimir el negocio de la mano de obra ilegal. Europa es chantajeada por aquellos países a los que paga para que le hagan el trabajo sucio fronterizo y ahora padece además el ventajismo de los nacionalismos internos, que bloquean toda política migratoria racional sin presentar otra alternativa que el pisoteo de los derechos humanos. Hay algo de estupidez en todo esto, porque los inmigrantes con el tiempo se convierten en ciudadanos que tampoco votan como bloque, ni son previsibles ni mucho menos despreciables en su incidencia sobre la riqueza del país. No nos traguemos este reparto de fichas de un parchís impracticable y necio.
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