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Columna
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Las peligrosas huellas de la socialdemocracia en el Brasil de Bolsonaro

La izquierda se une para hacer frente al partido fundado por Fernando Henrique Cardoso en São Paulo

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, en Brasilia.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, en Brasilia.ADRIANO MACHADO (Reuters)
Eliane Brum

Uno de los principales riesgos de la polarización es precisamente confundir la continuidad con la ruptura. En este momento, en que el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), hoy un partido de derechas, intenta venderse como el “centro” que algún día fue, es fundamental recuperar la perspectiva del proceso histórico. Uno de los enigmas del actual panorama político brasileño es que no se haya responsabilizado al PSDB por ser uno de los principales agentes de destrucción de la democracia. Al embarcar en el discurso anti-Partido de los Trabajadores (PT), el PSDB ha contribuido en gran medida a culparlo de todo el desencanto con la política y los políticos, a la vez que se ha acercado a todo lo que Jair Bolsonaro representa y defiende. El partido ha dejado sus huellas en la corrosión de la democracia, cuya consecuencia es Jair Bolsonaro. El PSDB no es solo otro partido que ha contribuido a la más reciente escalada autoritaria de Brasil. El PSDB está en su génesis.

En sus primeras fases, el PSDB se ganó la fama de no mojarse, de no ser ni chicha ni limonada, ni de izquierdas ni de derechas. Durante muchos años fue lo más cercano a un partido de centro, aunque más a la izquierda que a la derecha, ya que algunos de sus fundadores y principales exponentes, como Fernando Henrique Cardoso y José Serra, se habían exiliado durante la dictadura cívico-militar (1964-1985). Con el tiempo, ser “tucán”, como se llama a los del PSDB por el pájaro que simboliza el partido, llegó a significar no tomar una posición clara. La expresión se utilizaba en política, pero se extendió y se convirtió en una jerga que designaba a cualquiera que se quedara en el “sí, pero no”.

Los tucanes, en su mayoría hombres blancos, eran vistos como personas cultas, con licenciaturas y posgrados, de gestos educados y buenos modales, más en sintonía con los salones europeos y su arrogancia indiferente que con el exhibicionismo explícito e impulsado por la fortuna familiar de los estadounidenses. También se vendían como modernos, urbanos y de mentalidad aireada, lo que los mantenía alejados del truculento caciquismo de la política brasileña, marca de clanes como los Sarney, los Magalhães y los Barbalho, que preferían liderar partidos declaradamente derechistas o meter el bigote en el amplio paraguas del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (hoy MDB).

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Cuánto tenía de verdad esa imagen de sentido común es algo que puede discutirse, pero lo más importante es darse cuenta de que, hoy, esta imagen no se corresponde con la realidad. Aunque todavía resiste, tal reina de Inglaterra en un rodeo, la figura de Fernando Henrique Cardoso, a quien a veces llaman para dar lustre a la imagen externa del partido, pero que ya tiene poca influencia en la vida cotidiana del PSDB.

El propio Fernando Henrique Cardoso, dos veces presidente de Brasil (1995-2002), todavía lidia con la persistente sospecha de que en 1997 el partido compró los votos necesarios para aprobar en el Congreso la enmienda constitucional que permitiría —como él permitió— su reelección. Los indicios de que se compraron votos eran —y siguen siendo— muy fuertes, pero diferentes esferas del Poder Judicial y del Legislativo impidieron que siguieran las investigaciones y archivaron las denuncias. Geraldo Brindeiro, entonces fiscal general de la República, ha pasado a la historia como el “archivador general de la República”. La mancha en la figura de Cardoso permanece hasta hoy y el tema, como esos fantasmas que tienen asuntos pendientes en el mundo de los vivos, vuelve de vez en cuando, como ahora. Los hechos son como cuerpos enterrados en tumbas clandestinas: persisten en emerger, por más capas de tierra y silencio que se les eche encima.

La entrega de la banda presidencial de Fernando Henrique Cardoso a Lula, en 2003, fue hermosa. Cardoso estaba visiblemente emocionado al pasarle el testigo al primer presidente de clase obrera de la historia de Brasil, como una continuación natural y deseable de su propio Gobierno. Lula fue algo ingrato en este sentido, incapaz de reconocer lo que tuvo de positivo el Gobierno de su predecesor. A pesar de que continuó su política económica tal cual, lo que causó estupor a los más izquierdistas del Partido de los Trabajadores.

A lo largo de los 13 años que estuvo en el Gobierno, el PT se convirtió en un partido de centro. Sin embargo, en algunos ámbitos, como en la política de imposición de grandes hidroeléctricas en la Amazonia y en el creciente acercamiento a la agroindustria, fue francamente conservador: se llegó a poner a la ruralista Kátia Abreu en el Ministerio de Agricultura durante el segundo mandato de Dilma Rousseff y al exdirector de un hospital mental vinculado a la tortura de pacientes en la coordinación de la salud mental. Parte de la izquierda del PT dejaría el partido en los años siguientes a la primera investidura de Lula para fundar el PSOL, en 2004, o para fundar su propio partido, como hizo Marina Silva cuando dejó el Gobierno y luego el PT, durante el segundo mandato de Lula, por no contemporizar con la política ambiental y para la Amazonia, cada vez más influenciada por el desarrollo depredador de Dilma Rousseff.

No rescato los hechos para escribir un tratado, sino porque es importante volver a examinar el proceso y dónde se sitúa cada personaje para comprender lo que hoy está en juego. En este momento, el PSDB de Bruno Covas, asustado con la posibilidad de perder la alcaldía de São Paulo, esencial para los planes de João Doria Jr. de presentarse a las elecciones presidenciales de 2022, intenta tachar de “radical” a Guilherme Boulos, el candidato del PSOL, el mismo truco que se utilizó contra Lula cuando el entonces sindicalista empezaba en la política, en los años 80. En ese momento, Brasil empezaba a redemocratizarse, después de 21 años de dictadura cívico-militar, período en el que 8.000 indígenas y cientos de opositores fueron asesinados por agentes del Estado que nunca rindieron cuentas. También es el período en el que se formaron los actuales generales en torno a Bolsonaro.

Rescato aquí un extracto de mi último libro, Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro, para que no me acusen de plagiarme. El nombre del capítulo es sugerente: “El tucán se ensucia las plumas en las cloacas”. Intento mostrar el papel que José Serra pudo haber desempeñado en los acontecimientos que comenzaron a perfilar el abismo en el que se encuentra Brasil. Serra, uno de los fundadores del PSDB, fue ministro de Planeamiento y de Sanidad de Fernando Henrique Cardoso, fue también alcalde y gobernador de São Paulo y también ministro de Relaciones Exteriores del expresidente Michel Temer (2016-2018). Hoy es un senador más de la República, denunciado por corrupción en la Operación Lava Jato.

1) PSDB, José Serra y el aborto como moneda electoral: el momento en que el todo vale hace su entrada triunfal en las campañas políticas

Hay una fecha que marca el momento en que se cruzó un límite que nunca podría haberse cruzado en la política brasileña. Fue un precursor de las rupturas que vendrían después. Ocurrió en la campaña de 2010. En aquella ocasión, los caminos del expresidente de la Cámara de los Diputados, Eduardo Cunha, se cruzaron con los de Dilma Rousseff y su oponente José Serra. El PSDB empezaba el declive que lo llevaría a los días actuales, con la cara de João Doria Jr.

En las primeras campañas electorales tras la dictadura cívico-militar, la mayoría de los candidatos solían evitar el tema del aborto. No lo abordaban para evitar perder votantes, ni lo usaban como moneda electoral para conseguir el apoyo de los más conservadores. Si no había valor para abordar la cuestión desde un debate responsable, también había pudor para no bajar el nivel haciendo proselitismo con una de las causas de muerte de mujeres jóvenes en Brasil, la mayoría negras y pobres. Fernando Collor de Mello ensayó romper esa frontera cuando utilizó a la hija de Lula con Miriam Cordeiro para atacar a su principal adversario en 1989. Pero en las siguientes elecciones se mantuvo una especie de acuerdo tácito.

En 2010, al constatar el potencial electoral de los evangélicos —especialmente de los neopentecostales, que siguen creciendo y pueden superar en número a los fieles católicos en las próximas décadas—, los políticos y directores de campaña se dieron cuenta de que lanzar el aborto en los medios de comunicación y en los mítines podría ser conveniente. Tanto para ganar el voto religioso como para derrocar a los oponentes con escrúpulos para convertirse en creyentes de última hora. Nadie se empeñó más que José Serra en la campaña electoral en la que él y Dilma Rousseff se disputaban la presidencia.

Al final de la primera vuelta, Internet y las calles fueron tomadas por una campaña anónima, que afirmaba que Dilma Rousseff era una “abortista” y “asesina de fetos”. Rousseff empezó a perder votos entre los evangélicos, y parte de los obispos y curas católicos instaron a los fieles a no votarla. Circulaban sospechas de que el ataque procedería de la campaña de Serra, pero no se llegó a demostrar la autoría. Lo que puede afirmarse es que Serra aprovechó con creces el ataque que venía de las catacumbas y que determinó el curso de la campaña.

Dilma Rousseff, por otro lado, corrió a buscar el apoyo de los religiosos y acabó escribiendo una carta donde se declaraba “personalmente contra el aborto” y se comprometía, si ganaba las elecciones, a no proponer ninguna medida para cambiar la legislación. En el circo electoral, tanto Serra como Rousseff se convirtieron enseguida en devotos tomados por un fervor religioso hasta entonces desconocido para aquellos que seguían sus trayectorias. Serra pregonaba que tenía a “Dios en su corazón”. Rousseff agradeció a “Dios por la doble gracia” y, usando el lema de los grupos extremistas católicos, dijo que hacía “una campaña, en primer lugar, en defensa de la vida”.

La campaña de 2010 se convirtió en el momento más bajo desde la redemocratización del país. Eso significa que fue el momento más bajo en 21 años de elecciones presidenciales. E inauguró el primero de una serie de momentos cada vez más bajos, que culminó con el discurso de Jair Bolsonaro en 2018, en el que atacó a los negros y a los indígenas, a las mujeres y a los homosexuales y transexuales.

Lo que sucedió en 2010 abrió las puertas a todas las insensateces y los retrocesos que vinieron a continuación, en cuestiones relacionadas con la salud de la mujer y el respeto a la diversidad sexual. Basta recordar, por ejemplo, la suspensión del kit antihomofobia, que se utilizaría en las escuelas públicas para trabajar el respeto a las diferencias y prevenir la violencia contra los homosexuales.

El kit “Escuela sin homofobia” fue peyorativamente bautizado como “kit gay” por pastores y políticos homofóbicos —o simplemente oportunistas— y fue recordado en todas las campañas electorales que vinieron, incluyendo la que dio la victoria al declaradamente homofóbico Jair Bolsonaro en 2018. También vale la pena recordar que suspendieron una campaña de prevención de enfermedades de transmisión sexual en la que una prostituta decía que era “feliz”. Parece que el hecho de que una mujer sea feliz y sea una prostituta hirió más la sensibilidad de los hipócritas que la de las personas que enferman o incluso pierden la vida por enfermedades evitables.

La campaña de 2010 demostró que rebajar el tema del aborto a moneda electoral cumplía dos objetivos: 1) hacer que el oponente, liberal en las costumbres —lo que caracteriza a la izquierda en general y a la derecha genuinamente adepta al liberalismo—, pierda un gran número de votos entre los religiosos, especialmente los neopentecostales evangélicos y los católicos carismáticos; 2) presionar a los candidatos —que, si ganaran las elecciones, podrían hacer avanzar el debate sobre el aborto como el problema de salud pública que efectivamente es, al igual que otras agendas relacionadas con la sexualidad y la diversidad— para que se comprometan a dejarlo todo como está o incluso a retroceder.

La campaña de 2010 demostró, principalmente, que el aborto y otros de los llamados “temas morales” son un instrumento eficaz de negociación política o incluso de chantaje. Desde entonces, hay congresistas que se aferran a esta agenda, hacen declaraciones públicas y lanzan proyectos de ley marcados por un retroceso que ya no parecía posible. Muchos de estos oportunistas se han hecho un nombre y han crecido en una guerra moral señalada por la inmoralidad de las prácticas y la deshonestidad de los argumentos de los religiosos de ocasión.

Al bajarse el nivel en la campaña de 2010, se rompió una barrera ética en el debate público de Brasil. Y esta brecha ya no ha parado de agrandarse. No debemos olvidar nunca que esta frontera no la derribó ni la parte más materialista del MDB ni los líderes evangélicos más inescrupulosos. Fue José Serra, un representante del PSDB histórico, tradicional.

No es un mero detalle. Es un hecho crucial para entender el papel que el PSDB ha jugado en el destino de Brasil. La manera como funciona el MDB la investigan, detallan y conocen más tanto los intelectuales que se dedican a ello como el público que sigue la política de Brasilia. En el ámbito de la Justicia, la Operación Lava Jato mostró mucho más claramente cómo actuaban el MDB y el PT que el PSDB.

El PSDB ha desempeñado un papel determinante en la amplia y múltiple crisis que vive hoy Brasil, y este papel debe clarificarse. No fue casualidad, ni ocurrió sin la responsabilidad de los tucanes más emplumados, que la cara del PSDB dejara de ser la de Cardoso y pasara a ser la de Doria, con una transición por la cara de Geraldo Alckmin.

Es también en 2010 cuando Eduardo Cunha —por aquel entonces todavía un simple diputado evangélico del MDB, partido aliado del PT— vislumbra una manera de expandir su poder de influencia. Con el aval de Lula, este nebuloso personaje peregrinará por los templos evangélicos para afirmar que Dilma Rousseff está en contra del aborto. Este nuevo “aliado” lidera el contraataque y pide votos para Rousseff en los bastiones del evangelismo neopentecostal. Por pragmatismo electoral, cuando se vio atacada, Rousseff renunció a sus principios. En aquel momento, ni ella ni nadie podía saberlo, pero empezaba allí, antes incluso de que Rousseff ganara sus primeras elecciones, su triste marcha hacia el impeachment.

En los años siguientes, Eduardo Cunha se convertiría en el rey del Centrão, un grupo de diputados vinculados menos a la derecha o a cualquier ideología y mucho más a sus intereses personales y privados, que se caracteriza por apoyar a cualquier Gobierno a cambio de cargos y favores. En resumen: entran en el Legislativo con el objetivo de ponerse en venta. Eduardo Cunha también uniría las bancadas conservadoras de la Cámara de los Diputados para impedir, en la práctica, el aborto legal. A partir de 2015, ya como presidente de la Cámara, se convirtió en el principal actor del impeachment de Dilma Rousseff, tras concluir que el PT no impediría que se investigaran sus actos de corrupción. El impeachment lo motivaron muchas razones y también pasiones, entre ellas la venganza del villano.

2) El PSDB, Aécio Neves y el prebolsonarismo o pretrumpismo: la asquerosa estrategia de dudar del proceso electoral

La escena de 2010 marca la caída ética del PSDB y señala el punto aparentemente sin retorno en el que el partido se desconecta de su histórico lado progresista. El impacto en la historia reciente del momento en que los cuerpos de las mujeres se convirtieron en moneda electoral en Brasil se ha minimizado, entre otros motivos porque la mayoría de los analistas son hombres.

Las estrellas del PSDB se desentendieron al ver a José Serra ensuciándose las plumas —y las del partido— en las cloacas en 2010. Y se volvieron a desentender cuando otro miembro histórico del PSDB, Aécio Neves, emprendió el más grave ataque a la democracia desde el fin de la dictadura cívico-militar. Los brasileños que hoy tuercen el semblante en señal de indignación, al seguir el daño que Donald Trump ha hecho a la hasta entonces aparentemente sólida democracia de los Estados Unidos, deberían observar con más atención lo que ocurre en su propio país.

Aécio Neves, nieto del icono Tancredo Neves, el primer presidente de Brasil tras la redemocratización, aunque murió antes de asumir el cargo, tuvo la irresponsabilidad criminal de dudar del resultado de las elecciones. Sin una sola prueba, abrió la puerta a toda la corrosión de la democracia que vino después. Cuando Aécio Neves perdió las elecciones de 2014 frente a Dilma Rousseff, él y su partido cometieron el acto, a la vez oportunista e irresponsable, de cuestionar el proceso electoral sin nada que justificara su sospecha. Brasil, con las urnas electrónicas, tiene uno de los sistemas de votación más fiables y eficientes del mundo. Aceptar la derrota forma parte de las reglas fundamentales de la democracia. Y negarla, como hace Donald Trump hoy, para asombro del mundo, e hizo Aécio Neves en 2014, es un ataque inaceptable al voto de todos los electores.

Neves iniciaba entonces una nueva crisis, en un escenario que ya era grave, marcado por las crecientes dificultades económicas y la pérdida acelerada de apoyo de la presidenta reelegida. Con ese acto, estableció un precedente más que peligroso. Más tarde, una grabación revelaría a Neves afirmando que pidió que se auditaran los resultados de las elecciones solo “para tocar los cojones”. Neves debe pasar a la historia no solo por sus crímenes de corrupción, sino por ese gesto contra su país. Aécio Neves y José Serra deben ser recordados como políticos que practicaron gestos determinantes para la destrucción de la democracia brasileña.

Cuatro años después, en 2018, otra elección. Durante la campaña, desde el hospital, donde se recuperaba de un atentado con arma blanca, Jair Bolsonaro grabó un vídeo cuestionando las urnas electrónicas y señalando que podría no aceptar el resultado de las elecciones, en caso de que perdiera. Su vicepresidente, el general Hamilton Mourão, ya había dado una entrevista a la cadena Globo News afirmando la posibilidad de que el presidente electo diera un autogolpe con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Bolsonaro y los generales anunciaban allí que no aceptarían la derrota. Parece que la democracia solo valía la pena si el resultado era positivo. No pusieron en práctica sus planes, ya que Bolsonaro ganó las elecciones de 2018 en las urnas. Y, como ganó, sus sospechas desaparecieron inmediatamente.

En las elecciones municipales del pasado 15 de noviembre, algunos perfiles bolsonaristas en redes sociales se esforzaron para poner en duda el proceso de recuento electoral, mostrando lo que planean para 2022. Bolsonaro, sin embargo, no es el inventor de este truco absolutamente repugnante. En Brasil, el responsable se llama Aécio Neves. Aun así, el playboy de Minas Gerais consiguió un escaño de diputado en 2018, a pesar de todo su historial, del que forma parte la literalidad de una maleta llena de dinero procedente de la corrupción.

3) El PSDB acelera en dirección al botox: autocrítica tardía de Tasso Jereissati, sin efecto concreto en el partido devorado por João Doria

El PSDB desempeñó un papel importante en el impeachment de Dilma Rousseff y participó en el Gobierno de Michel Temer (MDB). Cuando se unieron a los movimientos callejeros a favor del impeachment y contra el PT, vestidos con la camiseta de la selección brasileña, los políticos tucanes también se engañaron al pensar que la calle era suya. No era así, como pronto descubrirían.

En septiembre de 2018, uno de los tucanes de plumaje grueso, Tasso Jereissati, afirmó en una entrevista al periodista Pedro Venceslau, en el periódico O Estado de S. Paulo: “El partido ha cometido una serie de errores memorables. El primero fue cuestionar el resultado electoral. Comenzó el día después [de las elecciones]. No es propio de nuestra historia y ni de nuestro perfil. No cuestionamos las instituciones, respetamos la democracia. El segundo error fue votar en contra de nuestros principios básicos, especialmente en la economía, solo para estar en contra del PT. Pero el mayor error, y buena parte del PSDB se opuso, fue entrar en el Gobierno de Temer. Fue la gota que colmó el vaso, junto con los problemas de Aécio. Nos devoró la tentación del poder”.

Autocrítica importante, aunque tardía. Y, además de tardía, sin efecto, porque el giro del PSDB hacia unas peores prácticas se acentuó con João Doria. Quienes creen que controlan las calles no han estudiado ni la historia ni la psicología humana. Con un fino techo de cristal, tanto Serra y Neves como el PSDB son hoy mucho más pequeños que en el pasado, en todos los sentidos.

Sin embargo, peor que no tener resonancia es perder el respeto. El PSDB que surgió con la redemocratización ya no existe. Lo que existe ahora es otra cosa. El presente ya lo muestra. El actual PSDB tiene la cara, el estilo y la estética de Doria, un millonario estéticamente mucho más parecido a Trump que a Bolsonaro, pero sin ningún punto en común, por ejemplo, con Joe Biden, el moderado recién elegido presidente de los Estados Unidos. Es fácil imaginar que la cara, el estilo y la estética deben horrorizar a los tucanes todavía “finos” que sobreviven como decoración en los polvorientos estantes de la historia del partido. Pero callaron demasiado ante tantas atrocidades a lo largo de los años y hoy solo les queda tragar sin escupir.

No podemos olvidar a Geraldo Alckmin, el padrino traicionado de Doria en el partido, que cuando gobernaba en São Paulo demostró que era cualquier cosa menos un soseras. Es difícil trabajar con la hipótesis del “y si”, pero también tiene sentido imaginar cómo habrían sido las protestas de 2013, que cambiaron Brasil, si Alckmin no hubiera enviado a su Policía Militar a aporrear a manifestantes y periodistas, expulsarlos de las calles con gas lacrimógeno y spray de pimienta, con un nivel de violencia que indignó incluso a la clase media, siempre tan conservadora.

Alckmin y una de las policías más asesinas del mundo —que también muere mucho, hay que decirlo— fueron los protagonistas involuntarios de las protestas. Aun así, Alckmin no aprendió. En 2015 mandó a la misma Policía Militar truculenta a aporrear a niños y adolescentes que protestaban contra una reforma impuesta a la comunidad escolar sin suficiente consulta y debate. Estudiantes de las escuelas públicas eran apalizados como si el país viviera en una dictadura y como si las manifestaciones no estuvieran contempladas en la Constitución. João Doria, el ahijado de Alckmin, ganó las elecciones a alcalde de São Paulo en 2016 arremetiendo contra la política y los políticos y autoproclamándose “gerente”, consumando otro ataque más contra la democracia.

En 2018, Doria dejó sin pena la alcaldía de São Paulo tras cometer una serie de maldades, como la demolición —con gente dentro— de un edificio al que llaman “Cracolandia” en la que resultaron heridos al menos tres de los residentes. João Doria fue elegido gobernador siguiendo la estela de Jair Bolsonaro y con el eslogan “BolsoDoria”. Ahora, con la vista puesta en las elecciones presidenciales de 2022, el gobernador de São Paulo se ha desvinculado del actual presidente y se presenta —y también al partido— como el último bastión de la moderación. Algo así como “Doria, el pacificador”.

4) Bruno Covas y el viceproblemón: la alcaldía se dejó a los vices en los dos últimos mandatos del PSDB

Para distanciarse de Bolsonaro y de la extrema derecha, el PSDB necesita mostrar que aún guarda en el alma un cariñoso recuerdo de la época en que era centro político. En este sentido, apostar por Bruno Covas para la alcaldía de São Paulo ha sido una decisión inteligente. Covas tiene el apellido adecuado, ya que es nieto de Mario Covas, exgobernador de São Paulo y fundador del PSDB y, por lo tanto, el heredero de una especie de aristocracia del partido, hoy tomado por nuevos ricos con la cara llena de botox. Aunque se puedan hacer varias críticas a la gestión de Bruno Covas en São Paulo, hay que reconocer que aún está lejos de poder compararse con el trío Doria-Aécio-Serra.

Con perspicacia, Bruno Covas trató de alejarse de Doria y Bolsonaro para llegar a la segunda vuelta, pero la realidad siempre se impone. Además de otros partidos y figuras de la derecha, Covas cuenta ahora con el apoyo formal de Celso Russomanno, el candidato derrotado en la primera vuelta al que apoyaba Bolsonaro. La mayor complicación, sin embargo, es Ricardo Nunes (MDB), su candidato a vicealcalde. Se lo impuso João Doria para que el MDB apoyara su candidatura en las elecciones presidenciales de 2022. Nunes es un sapo muy difícil de tragar para alguien que se anuncia como “centro” y como “moderado” y como “responsable”. Covas lo defiende e incluso afirma que lo eligió él mismo, pero el sapo solo crece.

En 2011, la mujer de Nunes lo acusó de violencia doméstica y, un mes después, él la acusó de provocarle lesiones corporales. Hoy viven juntos. Ricardo Nunes es un influyente concejal de la región sur de São Paulo y actualmente se le investiga por corrupción en las relaciones de políticos con las administradoras de guarderías concertadas, un caso conocido como la “mafia de las guarderías”. En el Concejo de São Paulo, actúa contra los derechos de las mujeres y de los homosexuales y transexuales y apoya el proyecto ultraconservador de la Escuela Sin Partido, que pretende criminalizar a profesores, suprimir la educación sexual y reescribir la historia del país.

Se podría argumentar que un vice tiene poca influencia en el rumbo del Gobierno, pero, en Brasil, solo dos presidentes no han sido reemplazados por su vice desde la redemocratización del país. En São Paulo, dos vices se convirtieron en alcaldes porque el titular, del PSDB, decidió postularse para un cargo de más poder. El propio Bruno Covas era el vice de João Doria, que dejó la alcaldía para presentarse a gobernador, algo que no le perdonan sus votantes. Antes de él, en 2006, fue José Serra quien dejó la alcaldía para gobernar el Estado, y asumió su puesto un casi desconocido Gilberto Kassab. Hoy, Kassab, del Partido Social Democrático (PSD), es uno de los principales líderes de esta plaga política que se llama Centrão, pero que está mucho más a la derecha que cerca de cualquier idea de centro ideológico.

Cabe señalar que tanto Serra como Doria se comprometieron a no hacer lo que efectivamente hicieron. Serra firmó un documento en el que declaraba que cumpliría su mandato hasta el final. Más tarde, cuando le acusaron de traicionar su propia firma, dijo que era solo un “papelito”. Y Doria, durante la campaña, también firmó un documento a petición del portal Catraca Livre: “Yo, João Doria, me comprometo a cumplir plenamente mi mandato durante los años 2017, 2018, 2019 y 2020 si soy elegido alcalde de São Paulo en 2016”. Bueno, todo el mundo sabe qué pasó.

Con el historial del PSDB en la alcaldía de São Paulo, tiene mucho sentido que al votante de São Paulo le preocupe que el alcalde acabe siendo Ricardo Nunes. Con una biografía turbia y bajo investigación, a Nunes le han aconsejado —o quizás ordenado— que no participe en los debates con la vice de la candidatura de la oposición, Luiza Erundina. Una de las políticas brasileñas más experimentadas, exalcaldesa de São Paulo y actualmente diputada federal, Erundina tiene una biografía coherente, una fascinante historia personal y, para empeorar las pesadillas del PSDB, es sagaz en los debates. La campaña para la segunda vuelta comenzó con una intensa campaña en las redes titulada “Exigimos el debate de los vices”, pero Ricardo Nunes y el PSDB hicieron como Jair Bolsonaro y escurrieron el bulto, lo que también dice mucho a un votante mínimamente atento.

Desde que Guilherme Boulos y Luiza Erundina llegaron a la segunda vuelta, el PSDB intenta jugar sucio, insistiendo en el discurso de la supuesta “radicalidad” de Guilherme Boulos. Considerar “radical” la lucha por el derecho a una vivienda, en sentido peyorativo, y tratar de criminalizar los movimientos sociales son gestos mucho más vinculados a la truculenta extrema derecha de Bolsonaro que a cualquier guiño de “moderación”. El odio casi patológico al PT presenta al partido como el principal responsable de la crisis múltiple que ha vivido Brasil en los últimos años. Sin quitarle la responsabilidad al PT, que es grande, lo que vive hoy Brasil está lejos de tener un único responsable y mucho menos exonera a la derecha, que se ha reorganizado a lo largo de toda la historia republicana para seguir en el poder y no perder los privilegios de raza y clase. Las ruinas que Brasil ha construido a lo largo de los siglos son el resultado de un trabajo a largo plazo que las elites depredadoras han llevado a cabo con éxito.

5) Unas elecciones municipales que son nacionales: lo que está en juego en São Paulo concierne al futuro de todo Brasil

El odio al PT de los últimos años ha permitido que el PSDB no tenga que pagar tanto por sus ataques a la democracia. Por eso es urgente reflexionar sobre el papel del PSDB ahora que la derecha que apoyó a Bolsonaro y que hoy se desvincula casi vergonzosamente de él se está volviendo a reorganizar para presentarse a las elecciones de 2022 como “pacificadora” y “moderada”. Doria es el exponente de este movimiento. Era BolsoDoria hace menos de dos años, hoy es AntiBolsonaro desde que era un bebé. Como Geraldo Alckmin aprendió cuando su ahijado le traicionó, João Doria es como Jair Bolsonaro: solo tiene un partido, que es él mismo.

La sorprendente llegada de Guilherme Boulos y el PSOL a la segunda vuelta de la ciudad más grande, rica e influyente del país fue un susto para el proyecto de poder de João Doria y sus nuevos socios. En los últimos meses, el actual gobernador de São Paulo, el exministro de Justicia de Bolsonaro Sergio Moro y el presentador de la emisora Globo Luciano Huck han tratado de hilvanar una candidatura con el lema de la “moderación” y la “unión del país”. Una candidatura que proponen como centro.

Doria y sus amigos de la derecha travestida de centro están muy preocupados por lo que dirán las urnas el próximo domingo, 29 de noviembre. Ya habían enterrado a la izquierda, y con razón, ya que hasta ese momento los partidos de izquierda y centroizquierda no conseguían entenderse para hacer una oposición real a Bolsonaro. La consolidación de un nuevo líder, fuera del paraguas del PT, señala que la izquierda podría llegar al 2022 con un frente amplio y posibilidades reales de competir por la sucesión del Bolsonaro. O al menos de entorpecer bastante las alianzas de la derecha consigo misma. El apoyo de exponentes como Lula (Partido de los Trabajadores), Ciro Gomes (Partido Democrático Laborista), Marina Silva (Red de Sostenibilidad) y Flávio Dino (Partido Comunista de Brasil) muestran que un amplio frente a la izquierda se ha hecho realidad en la segunda vuelta de las elecciones de São Paulo y ya está en el campo de las posibilidades también para la sucesión de Bolsonaro.

Si Guilherme Boulos y Luiza Erundina ganan, São Paulo será una fuerza poderosa. Si el PSOL pierde, pero obtiene un buen resultado, el escenario político habrá cambiado en Brasil. El próximo domingo, los votantes de São Paulo determinarán mucho más que el futuro de la ciudad de más de 12 millones de habitantes. El futuro de Brasil y de más de 210 millones de personas empezará a tejerse en el presente.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro.

Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.

Traducción de Meritxell Almarza

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