Son remisos, no antivacunas
La vacunación no funcionará con un 47% de rechazo. Hay que educar al público
El rechazo a las vacunas anticovid exhibe una evolución chocante en España, uno de los países europeos con mejores índices de vacunación contra otras enfermedades. En la era prepandémica, los movimientos antivacunas eran un fenómeno prácticamente residual en el país. Pero el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revela que el 47% de los españoles se muestran reacios a vacunarse del coronavirus cuando llegue ese producto al mercado y al sistema sanitario. Si ese índice de rechazo es real, constituiría un grave problema para el objetivo de yugular la pandemia. Un 10% de antivacunas se puede soportar, porque cada persona contagiosa estará rodeada de nueve inmunizadas, y el virus no podrá propagarse (aprendí ayer que esto se llama “efecto polizón”). Pero un 47% de rechazo a las vacunas arruinaría la campaña.
Ante esto, la tentación inmediata del 53% restante (los provacunas) es insultar a los antivacunas, tacharles de ignorantes y, en casos extremos, proponer la obligatoriedad de la vacunación. Esta reacción automática carece de la finura necesaria y puede generar más daño del que pretende evitar. Si el 90% de los padres españoles vacunan a sus hijos contra los demás agentes patógenos, resulta difícil creer que la mitad de ellos sean antivacunas. Un antivacunas es un activista de la irracionalidad, radicalizado e intoxicado a conciencia por el lado oscuro de la red. Yo creo que la mayoría de los españoles que rechazan la vacuna no encaja en esa descripción. Son remisos, no antivacunas. Tienen más dudas que doctrinas, y lo que habrá que hacer es informarles, educarles y enseñarles a pensar con claridad.
Entre las cosas que habrá que mostrarles está que las vacunas son una de las herramientas fundamentales de la medicina y la salud pública. Junto a los antibióticos y al saneamiento de las aguas, explican que la esperanza de vida se duplicara en el siglo XX en los países occidentales. Ahora mismo evitan seis millones de muertes al año en todo el planeta e incontables casos de parálisis y enfermedades incapacitantes. Fueron las vacunas las que erradicaron la viruela, y son las que están en vías de eliminar la polio y el sarampión y cada año reducen los casos de hepatitis, rubeola, fiebre amarilla, paperas, gripe y papiloma. Su carácter de medicamento preventivo las pone en la vanguardia de la medicina del futuro próximo, que necesita basarse más en evitar las enfermedades que en curarlas mal. El valor esencial de las vacunas está por encima de toda duda razonable.
Pero sepultar a la gente bajo el peso de esas evidencias no siempre funciona. Un antiguo jefe, Peter Lawrence, dudaba siempre cuando preparaba una conferencia entre si aplastar a la audiencia o persuadirla, y por lo general elegía lo segundo. No basta destruir las convicciones del público. Hay que preguntarse dónde se originaron esas convicciones y luego erosionarlas poco a poco. La gota malaya suele ser más eficaz que el martillo pilón. En el caso del coronavirus, lo que más preocupa a los remisos es la seguridad del producto. Y lo primero que hay que hacer es demostrarla por encima de toda duda razonable. Los protocolos son bien conocidos, y no conviene saltárselos en nombre de la urgencia. Una salida en falso sería letal.
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