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Columna
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El Papa y el reloj

La actualidad manda, pero no necesariamente en la Iglesia

Jorge Marirrodriga
Francisco, durante una audiencia en Palacio Apostólico del Vaticano.
Francisco, durante una audiencia en Palacio Apostólico del Vaticano.©VATICAN MEDIA /CPP / IPA (GTRES)

Hace pocos años un familiar de una personalidad política católica y encarcelada se encadenó frente a la Plaza de San Pedro en la esperanza de que el Vaticano tomara una decisión política respecto a su país. Pasaron tres días y no hubo movimiento alguno en el Portón de Bronce –situado en el lado derecho las columnas de Bernini y cuya escalinata da acceso a las dependencias oficiales pontificias— mientras aumentaban las especulaciones sobre lo que haría el Vaticano. Aunque Francisco no duerme en el Palacio Apostólico, desde la ventana de su despacho oficial podía divisarse perfectamente a la persona que protestaba junto a sus simpatizantes. A bastantes kilómetros de allí se celebraba una reunión donde se analizaba el impacto político que podía tener esta situación y la tesitura ante la que se encontraba el Pontífice. La conclusión general era que, por el impacto mediático, el Papa debía hacer algo, lo que fuera, aunque resultara meramente simbólico como enviar a alguien a hablar con la persona encadenada o, mejor todavía, acercarse él mismo. “Han pasado ya tres días, ninguna empresa soportaría semejante desgaste de imagen”. Pero hubo quien apostó a que el Vaticano no haría nada porque es una de las pocas instituciones que quedan para la que el concepto de “desgaste de imagen” en términos inmediatos no se puede aplicar. “Esa empresa lleva 2000 años existiendo, para ella tres días no son nada”. Pasaron 50 días... y el familiar decidió marcharse.

Hace menos años, el cardenal australiano George Pell fue acusado de abusos sexuales. Si en la jerarquía católica un cardenal es un altísimo cargo, en el caso de Pell lo era todavía más. Ministro de Economía del Vaticano, era además miembro del llamado C-9, un organismo extraoficial creado por Francisco que, más o menos, tenía por objeto aconsejarle en una reforma profunda de la organización del Vaticano y de la estructura, llamémosle, material de la Iglesia. Las acusaciones además llegaban en plena lluvia de investigaciones en muchos países sobre abusos sexuales en el interior de la Iglesia. Si la situación de Pell se hubiera dado en el ámbito de la empresa habría sido despedido fulminantemente, y en la política habría sido sacrificado para dar imagen de reacción rápida ante una situación que lo demandaba. Pell, que podía haberse quedado tranquilamente en Roma amparado por la Muralla Leonina y el pasaporte con las llaves de San Pedro, dejó sus cargos, volvió a Australia donde fue juzgado y pasó tres años procesado, incluyendo 404 días en la cárcel. El cardenal fue absuelto por el Tribunal Supremo con el voto unánime de sus jueces. El lunes, volvió a Roma donde Francisco lo recibió más o menos con un “¿y de qué estábamos hablando?”.

Uno de los aspectos más difíciles de tener en cuenta en los documentos que emanan de los Papas es precisamente el de la concepción del tiempo. En un presente que a los que viven en él les parece cada vez más acelerado, es inevitable valorarlos desde esta perspectiva. Y esto hace que, a menudo, no se tenga tan en cuenta que el reloj no corre de la misma manera para todos. Por eso en ocasiones parece que están “alejados de la realidad” y en otras “demasiado pegados” a ella. Nunca llueve a gusto de todos. Fratelli tutti habla de ahora, pero no solo. Ni tampoco es la primera vez que se abordan estos temas. Una frase como esta “el fruto del trabajo es justo que pertenezca a los que trabajaron” no ha sido escrita por un Papa en 2020 sino por otro Papa en 1879. De igual manera, que Francisco no es original al redactar previamente una encíclica ecológica. “Debe, pues, la naturaleza, haber dado algo estable y que perpetuamente dure para que de ella [el hombre], perpetuamente, pueda esperar el alivio de sus necesidades. Y esta perpetuidad nadie, sino la tierra con sus frutos puede darla” ya fue expresado por León XIII casi un siglo y medio antes.

La actualidad manda, la prisa también y la imagen todavía más. Pero no para todos. Como para aquel colega de oficio que trabajaba para un medio del Vaticano que preguntado por su pasmosa tranquilidad en la, para los demás, frenética hora de cierra respondía con humor italiano: “No pasa nada, trabajamos para la Eternidad”.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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