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Tribuna
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Bases del “pluripartidismo líquido”

La fragmentación del voto refleja rupturas sociales e ideológicas. La volatilidad tensiona la política

José Antonio Gómez Yañez
El coordinador de EH Bildu, Arnaldo Otegi comparece en San Sebastián tras la reunión de la Mesa Política de la coalición.
El coordinador de EH Bildu, Arnaldo Otegi comparece en San Sebastián tras la reunión de la Mesa Política de la coalición.Juan Herrero (EFE)

El bipartidismo dejó paso al “pluripartidismo líquido”. Desde las europeas de 2014, en cada elección ha surgido o desaparecido algún partido u opción “territorial”. A izquierda y derecha quedan dos núcleos sólidos que se desgastan paulatinamente, PSOE y PP, rodeados por varios millones de votantes cuyos apoyos oscilan entre nuevas opciones o la abstención. Apenas hay trasvase de voto entre izquierda y derecha. Hay otros núcleos sólidos, pero de nivel regional: PNV, Bildu, ERC, Compromís y Coalición Canaria, y el espacio posconvergente sometido al tejer y destejer de sus diletantes políticos.

Las elecciones de 2019 mostraron lo voluble que es el centro derecha. En junio, el PP obtuvo 4,4 millones de votos y en noviembre, 5. Ciudadanos pasó de 4,3 a 1,6 y Vox de 2,7 a 3,6, respectivamente. En seis meses, 1,5 millones de votantes de centro derecha cambió de voto y 1,2 se abstuvo (el 23,6% de estos electores). Aún más, algunas encuestas muestran que algunos votantes de Vox “recuerdan” haber votado a Ciudadanos en noviembre y están arrepentidos. El PP, el núcleo estable de este espacio, se apoya en votantes más bien mayores, residentes en capitales, ciudades intermedias y zonas rurales tradicionalmente conservadoras, con fuerte presencia de viejas clases medias, que se consideran conservadores o democristianos y, la mayor parte, se declaran católicos practicantes. A su alrededor giran los votantes de Ciudadanos y de Vox: más jóvenes y mayoritariamente católicos no practicantes. En el caso de Ciudadanos, con fuerte presencia de nuevas clases medias urbanas, se consideran liberales y centristas. En el de Vox, personas que “reaccionan” ante el debilitamiento y la hostilidad que perciben hacia su idea de España, el protagonismo de las autonomías, una legislación familiar que consideran injusta con los hombres, etcétera. Entre los de Vox, en su fase inicial, había un elevado porcentaje que se declaraba separado o divorciado, lo que hace pensar que había tenido contacto con esta legislación.

En el centro izquierda al PSOE lo soporta un electorado más bien mayor, con elevada presencia de jubilados, asociado a la idea de Estado de bienestar, que se identifica como socialista o socialdemócrata. Ubicado en las posiciones 8 a 6 del espectro izquierda (10) - derecha (1). Pese a su aparente solidez, se divide en dos mitades sobre casi todos los temas actuales (Cataluña, la monarquía, etcétera). El PSOE retiene su apoyo con un discurso antiderecha y la evocación de los viejos tiempos. Superpuesta, y a la izquierda de este bastión socialdemócrata, gira una heterogénea constelación de “nueva izquierda”: más jóvenes que los socialistas, urbanitas, se autoubican entre el 10 y el 7 de la citada escala, se declaran liberales (libertarios sería más preciso), ecologistas, feministas, comunistas, etcétera; ajenos al legado de la Transición, republicanos, distantes de los sindicatos, que no forman parte de su mundo. Piensan que las comunidades deberían tener derecho a la autodeterminación o tener más poder, es decir, lindan con el independentismo, por lo que consideran coherente mover su voto entre Podemos y los nacionalistas (Bildu o BNG en junio), pasando del PSOE. Es un electorado proclive a la abstención y poco dado a identificarse con unas siglas o una organización política o sindical tradicional, a gran parte de sus integrantes los mueve una pulsión antisistema y, desde luego, antiderecha (lo que incluye una visión de España que rechazan).

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La fragmentación que recoge el “multipartidismo líquido” refleja las rupturas sociales e ideológicas de la sociedad. Alrededor del PSOE y PP gravitan electorados que posicionalmente se autoubican (en una escala lineal de izquierda a derecha) cercanos a ellos, pero cuyos referentes ideológicos son distantes y pueden cambiar de voto o abstenerse de forma sorpresiva con rápidos procesos de decisión. En diciembre, en pocos días, muchos votantes de Ciudadanos se volcaron en Vox o se abstuvieron y en junio los de Podemos se deslizaron al BNG o a Bildu vaciando a los Podemos regionales (un tercio de los votantes de Podemos en 2016 lo abandonaron en 2019). En estas claves, los análisis basados en la transferencia de voto sólo sobre la ubicación “izquierda-derecha” no son útiles. Entre estos dos magmas la polarización es extrema. Para el PSOE y el PP canalizar estos apoyos exigiría un trabajo político que no están en condiciones de afrontar.

Sus culturas políticas y organizativas están lejos de estos nuevos sectores sociales que emergieron tras la crisis. No parece factible que estos electorados centrífugos se acerquen a las dos viejas formaciones, ni siquiera por voto útil, aunque pudieran votarlos por hostilidad ante el riesgo de que ganen “los otros” las elecciones.

Esto tiene consecuencias. Los apoyos de los nuevos partidos son volátiles, por tanto, su existencia será efímera y salpicada de sobresaltos. El recurso de sus direcciones para retener a sus votantes será elevar la tensión en la llamada “guerra cultural”. La fluidez de los apoyos provocará el aterrizaje de nuevas oleadas de políticos novatos, pero convencidos de sus ideas. El diletantismo en la política será una constante durante años. Esto será un problema para las empresas que necesitan marcos legales estables y cooperación con las administraciones, que no serán muy bien dirigidas. La política se verá sometida a tensiones que ya se entrevén y que parecían superadas.

José Antonio Gómez Yáñez es sociólogo.

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