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Columna
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Si el virus vuelve a explotar

Nos apresuramos en abrir porque entendemos que a más rápido nos pongamos en marcha, más ágil será la recuperación de nuestros bolsillos, nuestras relaciones, nuestros ánimos

Jorge Galindo
Agentes cívicos informan en L'Hospitalet (Barcelona), donde el Govern ha endurecido las medidas restrictivas debido a los rebrotes de covid-19.
Agentes cívicos informan en L'Hospitalet (Barcelona), donde el Govern ha endurecido las medidas restrictivas debido a los rebrotes de covid-19.Toni Albir (EFE)

Los rebrotes del virus han llegado con una ristra de “pero cómo no lo habíamos previsto”, “por qué nos comportamos como si no hubiera pasado nada”, y “es que no lo vimos venir después de la que hemos pasado”. Las preguntas son necesarias, pero una respuesta satisfactoria requiere de humildad intelectual colectiva: no entendemos los eventos explosivos, ni tenemos incentivos para ello.

Tendemos a asumir que los eventos que nos rodean son lineales, progresivos: es decir, que antes de que algo suceda, dispondremos de alguna pista para que no nos pille con la guardia baja. Es una de las razones por las que las catástrofes o las tragedias inesperadas nos aterran y fascinan: van contra nuestra manera de construir conocimiento sobre nuestro entorno, siempre basada en aproximaciones lo más ágiles posibles basadas en evidencia escasa.

Una epidemia no es un fenómeno lineal, sino exponencial, que “explota” sin avisar mucho: cada persona infectada tiene la capacidad de contagiar a otras muchas, así que los casos se multiplican en el tiempo de una forma que a nuestro cerebro no le resulta familiar, ni agradable. El riesgo de brote sigue, lógicamente, el mismo patrón, pero tal y como nos lo planteamos nosotros apenas hay “unos pocos casos” en nuestras vecindades.

De hecho, esa es la misma frase que empleaban algunas autoridades en febrero. Públicas, pero también privadas. ¿Acaso no hemos aprendido nada? Más bien creo que nos queda por superar una tercera, falsa intuición de linealidad que no es tal: el hilo que une bienestar perdido por las cuarentenas y el potencialmente destrozado por el propio virus. Si entonces nos demoramos en cerrar, ahora nos apresuramos en abrir porque entendemos que a más rápido nos pongamos en marcha, más ágil será la recuperación de nuestros bolsillos, nuestras relaciones, nuestros ánimos. Pero eso será cierto solo si el rebrote no se produce nunca. Como al apresurarnos lo hacemos más probable, rompemos con nuestra acción el supuesto de partida en una suerte de profecía autocumplida del contagio. Ya lo hicimos en febrero y marzo, de hecho: lo que nos dejó en casa fueron los 8.000 casos detectados, no el riesgo previo que nunca asumimos. Por eso ahora tampoco nos fijamos en las más de 40.000 muertes acumuladas, sino en los contagios inmediatos: por desgracia, una explosión solo condiciona nuestro comportamiento mientras está sucediendo. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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