_
_
_
_
_
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Elogio de la forma

Habitamos, como actores o espectadores, en la búsqueda continua del “zasca”, esa onomatopeya cuya elocuencia sonora indica con claridad el propósito de tanta intervención hiriente, afilada o violenta

Rubén Sáez
Vista general del Hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Vista general del Hemiciclo del Congreso de los Diputados.Marta Fernández Jara (Europa Press)

Decía Joan Miró que una forma nunca es algo abstracto, “es siempre un hombre, un pájaro o algo más”. El artista se refería a la forma como trazo, como gesto del pincel o continente del color, pero sus palabras sirven también como metáfora para nombrar otras formas, hoy de peor fama, que quizá merezca la pena reivindicar. El arte, no lo olvidemos, no es un simple salto de la imaginación: nos procura también herramientas que podemos aplicar en otros ámbitos y lugares, y ahora que nuestro insaciable apetito por el ruido y la furia es alimentado sin descanso desde tantos lugares reales e imaginarios, acaso sea el momento de reivindicar la pausa, el sosiego y el silencio, esos espacios que nos permiten reinventar y recrear el mundo, detenernos a escuchar al otro y responder con algo más que una simple arenga o un terrible grito de guerra.

Habitamos, como actores o espectadores, en la búsqueda continua del “zasca”, esa onomatopeya cuya elocuencia sonora indica con claridad el propósito de tanta intervención hiriente, afilada o violenta. Un zasca es, sencillamente, un golpe, un sopapo, un detener de raíz cualquier posibilidad de comunicación por medios expeditivos, aunque sean lingüísticos. Porque el lenguaje, si solo es apelación, incitación o arenga, se convierte en instrumento o medio de otros fines que acaban por definirlo y parasitarlo. Sucede, así, eso que Walter Benjamin denominó “la primera caída”, al olvidar que el habla es también un fin en sí mismo, que es placer, gozo, amor y conocimiento. ¿Ven algo de esto en el Congreso, en las zafias palabras de tantos y tantas portavoces envanecidas, o incluso en nuestros medios, entre el desprecio o la guasa militante de la legión de voces expertas y opinadoras?

En política, el lenguaje es un arma que se emplea para zaherir al otro, y en esto, me temo, frente a lo que muchos afirman, parece evidente que nuestros políticos nos representan. ¡Vaya que sí! ¿Por qué si no emulan el lenguaje que prima en las redes sociales, donde se emplean las palabras para violentar al oponente? El sarcasmo, ese terrible humor que hiere, campa a sus anchas por los peligrosos caminos digitales, pavoneándose como un adolescente y ocupando el lugar que, en otros tiempos menos febriles, tuvo ese otro humor sutil y exigente que contiene en sí mismo un espacio para la duda. ¿Dónde habita hoy la ironía? Resulta difícil encontrarla en la plaza pública, tal vez porque “esa tristeza que no puede llorar y sonríe” precisa siempre de algún grado de humildad: la ironía es siempre autoironía. Funciona, en cierto modo, como mágica vacuna contra el ego, y por eso la vemos u oímos tan poco, porque es el ego envanecido el verdadero impulso de nuestros campeones y campeonas de la política, pero también el alimento exiguo y hechizante de nuestro torpe caminar por la vida y por el superficial espejo convexo de nuestras tontas, vacuas redes sociales.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Reivindicar otra forma de mirar, de escuchar, de referirnos al otro, implica una apuesta por la esperanza y precisa, también, de cierto grado de convicción y aprendizaje, pero también de modestia, pues en el fondo, las formas, la educación, el civismo, nos guardan y protegen contra nosotros mismos. Por eso la democracia es ese entramado complejo de fórmulas de cortesía, de normas y turnos de palabra, de ceremonias y ritos de paso. Esas formas que muchos quieren esquivar, apelando a la unanimidad del pueblo enardecido, a la patria, la gente, la clase o a cualquier otra expresión de colectivismo reductor o interesado, son, precisamente, la salvaguarda contra nuestra común tendencia al exceso, a la unanimidad, a la simplicidad salvífica de la oración, el sermón, el alegato, el eslogan o la soflama. Y por eso es preciso reivindicar las formas, tan denostadas, porque son las que nos permiten encontrar ese lugar intermedio, verdaderamente común, donde encontrarnos con otras ideas y miradas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_