Censuras
Para aceptar las contradicciones de fuera, primero tenemos que aceptar las propias
No hay movimiento más incompleto que la censura. Ese señalar una cosa para prohibirla genera una gran paradoja: mostrar lo que se quiere silenciar. Quizá por eso, HBO, una plataforma privada con libertad para decidir lo que quiere ofrecer y con olfato comercial, ha elegido como objeto de discusión la formidable y compleja Lo que el viento se llevó, atrayendo nuestra atención bajo la aparente pretensión de que asumamos nuestra responsabilidad como espectadores e incorporemos las implicaciones de las imágenes y estereotipos que se refuerzan en ella. Puede haber algo positivo en esto, pero es curioso cómo, en demasiadas ocasiones, cuando se presenta la posibilidad de discutir sobre otras formas de interpretar el arte, sobre cómo las imágenes pueden perpetuar el dolor y la degradación de algunas personas, el debate desaparece bajo el cliché, y las manadas indignadas sobrerreaccionan para salvarnos a todos.
¿Creemos, como espectadores, que las hermosas imágenes de Victor Fleming son puras fantasías, salidas de la mente de su creador y desconectadas de la realidad? ¿Qué efecto tendrán en nosotros? ¿Y en esa realidad?¿Es posible tal grado de madurez como para distinguir realidad y deseo? ¿Somos, acaso, seres tan racionales, capaces de diferenciar y separar nuestras fantasías del mundo real? Lo queramos o no, nuestra razón no está desvinculada de nuestros deseos y fantasías, ni somos agentes racionales diferenciados perfectamente de nuestro cuerpo y nuestros deseos. Este argumentario tan razonable, tan aparentemente realista, parecería salvarnos del furor de la llamada “censura posmoderna”. Y sin embargo, hay algo muy viejo en esa premisa: si la razón controla nuestra naturaleza interna, dominando el deseo, ¿por qué no emplearla conscientemente para orientarlo en otras direcciones?
Es interesante observar nuestras ilusiones metafísicas, como pensar, en nombre de la libertad, que es posible contemplar una obra artística con una mirada purificada de toda relación de poder mientras, desde una extraordinaria contradicción performativa, impartimos cátedra sobre cómo debemos mirar: sin moralina, sin puritanismos, sin perspectiva histórica… esto es, como si fuéramos extraterrestres que de repente bajan a la tierra y contemplan algo por primera vez. Sería esa la mirada libre, la del agente racional desvinculado de sus fantasías, la de quien sabe que no producirán efectos en lo real. Frente a esos espíritus libres se hallan los cuerpos con miradas impuras, situadas, a los que paradójicamente no les asusta enfrentarse a la contradicción de disfrutar una película sabiendo que también contiene clichés raciales. Pero para aceptar las contradicciones de fuera, primero tenemos que aceptar las propias, esas que, como afirmaba Unamuno, “hacen de nuestro fuero interno un campo de pelea”. Ya ven, hasta el viejo profesor resultó ser un posmoderno.
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