López Obrador no vive en México
El mismo presidente que exhibió la ceguera con la que gobiernos pasados abusaron de México ha decidido gobernarnos pretendiendo que estamos de las mil maravillas
López Obrador vive en un México distinto al que yo vivo.
En donde él vive el Gobierno ha implementado un plan de recuperación heterodoxo que apoya a los pobres y que crea millones de empleos. Su plan llega al 98% de los hogares en comunidades indígenas y en los últimos meses han creado dos millones de empleos. Más empleo que el creado en tres años y sin deuda. El México de las mil maravillas.
López Obrador vive gobernando un país distinto al de todos. Ahí, en su México, la infraestructura hospitalaria ha sido más que suficiente para atender el pico de la pandemia. De hecho, la pandemia ya va terminando, vamos mejor que el 37% de los países del mundo en términos de casos per cápita, y el 65% de las camas con ventilador están disponibles.
Además, en este país de maravillas, todos los mexicanos tienen acceso a la salud desde enero del 2020, cuando desapareció el mal llamado “seguro popular” que solo cubría 66 enfermedades, y entró en vigor el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) que cubre todo a todos. Y sin gastar más dinero.
En el México de López Obrador, que no es el mío, tenemos el sistema de monitoreo y rastreo de casos de coronavirus más avanzado del mundo. Mientras otros países desarrollados han tontamente gastado millones de dólares en pruebas y rastreo, en México se diseñó un sistema que permite identificar casos en 2.465 municipios con tan solo 177 pruebas por cada 100.000 habitantes. Nuestro sistema es tan sofisticado que podemos tomar decisiones de apertura económica en 536 municipios donde no ha habido una sola prueba.
Bueno, pues yo vivo en otro México.
Ya en mi México, donde no hay cifras alegres ni prefabricadas para fines políticos, los créditos y los programas sociales no se consideran empleos. Por eso, en mi país no se han creado dos millones de empleos, sino que se han perdido 686.000 en dos meses. Esto es el 98% de los empleos perdidos en los siete meses que duró la crisis del 2008 y 2009.
En mi país no hay un solo programa de apoyo para los desempleados del coronavirus. Nuestro presidente dice que no hace falta. Argumenta que ya obligó a los empresarios a no despedir a nadie por ley. Pero en este México, en nuestro país de carne y hueso, todos sabemos dos cosas: que los empresarios hacen lo que quieren y que nadie le dice al presidente que está equivocado.
En este país donde vivimos todos, parece que sin López Obrador, no sabemos cuantos casos de coronavirus existen y por tanto no podemos decir si la pandemia se ha manejado con éxito o no.
Los datos que nos dan dependen de un modelo de inferencia estadística incompleto, que solo toma pruebas de casos con síntomas y cuyo factor de expansión o es secreto, o cambia diario, o ambas. Nadie sabe.
Así, debido a que en México solo ha habido 226.000 pruebas en todo el país, el número máximo posible de contagios registrados es justo ese. Por ello, no podemos decir que vamos mejor que el 37% de los países del mundo porque tenemos menos pruebas que el 71%. Mi México es más ciego a la pandemia que 7 de cada 10 países del mundo.
En la ciudad donde yo vivo, y donde crecí, los enfermos pasan noches enteras buscando camas a pesar de que el Gobierno nos dice que el 35% están disponibles. Oficialmente, el Gobierno federal cuenta 1.824 defunciones de coronavirus en la Ciudad de México, pero en realidad hay 9.000 fallecidos más que el año pasado. Nadie sabe por qué.
Los periodistas reportan desechos apilados por funerarias en los campos, a las afueras de la ciudad. Los médicos nos confirman que no hay camas. Protestan por falta de equipo. Se preguntan si se dice que hay camas porque hay algunas que están ahí, pero no están equipadas. Los datos de camas no son corroborables.
Así, determinar qué tan bien vamos en el manejo de la pandemia en México se ha convertido en la prueba litmus del partidismo. Quienes quieren al presidente estiman que vamos bien, y quienes no, confían en que el presidente tiene un contubernio para esconder cifras.
Creo que en mi país hay un acuerdo mayoritario muy claro: todos sabemos que en algo es mejor López Obrador que su oposición tradicional. Y que por eso ganó en 2018. La cuestión es que López Obrador dejó de vivir en México hace relativamente poco, cuando tomó el poder, pero la élites económicas y sus ideólogos llevan años sin vivir entre nosotros.
Los ideólogos del modelo económico actual viven en un México donde el liberalismo creó una clase media y los salarios crecen cuando el trabajador se vuelve mas productivo. En su México todos los sindicatos son malos y el problema fiscal más crítico del país es que los pobres no pagan impuestos por alimentos y medicinas. Para ellos, el que el TMEC con Estados Unidos demande que México implemente derechos laborales es ponerle el pie a nuestro desarrollo exportador.
En el México en el que yo vivo, y donde vivimos la mayoría de los electores, la desigualdad ha aumentado una vez que se estiman los ingresos de los más ricos. Los salarios se estancaron a pesar del incremento evidente de la productividad del trabajador. Lo que llamamos clase media es una forma de pobreza.
En este México, el pobre paga más impuestos como proporción de su ingreso que los millonarios, y el Estado es tan pequeño que su gasto alcanza apenas el nivel de El Salvador medido en puntos del PIB. Nuestro sistema de salud está en ruinas.
Hoy me pregunto qué pasa entre las élites políticas y económicas que dejan de vivir en México casi de manera instantánea cuando tienen el poder. Quizá haya un mecanismo de supervivencia que todos activan. Quizá dejan de hablar con personas fuera de sus clubes.
A veces quiero entenderlos. Debe ser muy duro ver al México real, este país crudo y desigual, y saber que tuviste la responsabilidad de crearlo. Debe ser demoledor.
En México, no hay nada más difícil que tener el poder, cualquier tipo de poder, y verse al espejo.
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