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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lorenza Cano y Angelita Meraz: desaparecer o morir asesinada cuando se busca

La violencia se ensaña con las mujeres buscadoras en México: el secuestro de una de ellas y el asesinato de otra vuelve a cuestionar el actuar de las autoridades de todos los niveles para proteger a los colectivos de búsqueda de desaparecidos

Angelita Meraz León, en una imagen difundida en redes sociales.
Angelita Meraz León, en una imagen difundida en redes sociales.
Erika Rosete

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Están solas, no queda ninguna duda. Las mujeres buscadoras en México están completa y absolutamente solas. Alma Lilia Tapia, la vocera de uno de los colectivos de buscadoras que trabajan en el Estado de Guanajuato —al que pertenece Lorenza Caro Flores, la mujer secuestrada por un comando armado— contaba en un recorrido de búsqueda en su natal Salamanca, que las mujeres como ella, que buscan desesperadamente huesos o indicios que les lleven a sus desaparecidos están “desquiciadas”. Usó esa palabra seguida de una mirada tristísima y de resignación. Ahí, en un descampado en medio de la ciudad de Salamanca, y en presencia de un par de periodistas, ella dijo: “Hay una solo pregunta que nadie nos ha hecho nunca hasta ahora. Nadie nos ha preguntado lo que pensamos o sentimos cuando llega la noche y nos quedamos solas”.

Curiosamente, esa soledad elegida, la de la intimidad de la oscuridad de un cuarto en sus casas, es el único momento, según describe Alma Lilia, en la que ellas pueden llorar y estar a solas con sus desaparecidos. Revisan una por una las fotografías del ser amado guardadas en el celular, releen conversaciones, vuelven a reproducir audios que se quedaron ahí, agazapados para siempre como el único recuerdo vivo de sus ausencias. Nadie se lo ha preguntado, porque a nadie le importa verdaderamente. La realidad es todavía más dura, la de estas mujeres, que una desaparición marcó para siempre, sin importar su origen, su edad o su realidad cotidiana. Todas o casi todas ellas han perdido, además, sus trabajos, sus amistades; sus vínculos familiares han quedado rotos o deteriorados. Les piden que “den vuelta a la página”, que llorar no les va a resolver nada. Y ante la avalancha de una indiferencia sistémica, ellas guardan silencio y continúan buscando, escarbando la tierra.

Lorenza Cano Flores tiene 55 años, escribo en presente porque ha pasado ya un mes desde que un comando armado entró a su casa en Salamanca, Guanajuato, y asesinó a su hijo y esposo, antes de llevársela. Aún no se sabe nada de ella y todos, incluidas sus compañeras buscadoras del colectivo, quieren y esperan a que aparezca con vida. Cano Flores vivía en una colonia periférica de Salamanca, cuyo paisaje es un laberinto de calles asfaltadas y sin asfaltar que tienen de horizonte una de las seis refinerías que existen en México. Buscaba desde 2018 a su hermano. No asistía a todas los recorridos porque tenía un problema en una de sus piernas que le impedía caminar largas distancias. Su hija, Laura, cumplía con esas tareas, mientras Lorenza apoyaba enviando a los equipos de trabajo comida y refrigerios.

Lorenza Cano Flores, en una imagen difundida en redes sociales.
Lorenza Cano Flores, en una imagen difundida en redes sociales.

El pasado 22 de enero las autoridades de Guanajuato anunciaron la captura de dos presuntos responsables por el secuestro de Lorenza —y el asesinato de su esposo y su hijo—. Una semana después los liberaron, no había pruebas en su contra. No pasaron muchos días, para que el asesinato de Angelita Meraz León, una mujer de 27 años que buscaba también a su hermano desde 2018, cimbrara nuevamente a un país ya acostumbrado a este tipo de noticias, y con un registro oficial de más de 111.000 personas desaparecidas. A Angelita, como le decían sus conocidos y cercanos, la asesinaron cuando estaba trabajando en su salón de belleza, en la ciudad de Tecate, Baja California.

La intención inicial de las autoridades, según activistas y personas cercanas a Angelita, era la de comenzar la investigación del asesinato como un presunto feminicidio. Ante esa situación, la expareja de Meraz León, se presentó voluntariamente a las autoridades para declarar y dar su versión. El presidente López Obrador, al ser cuestionado por el caso de esta mujer buscadora, respondió que el presunto responsable había sido ya identificado y aseguró que “todo indicaba que no hay relación con lo que ella hacía”. El mandatario hablaba de la expareja de Meraz León, quien, según la vocera del colectivo al que pertenecía Angelita, se había presentado por voluntad ante las autoridades.

La vulnerabilidad a la que están sometidas todas las personas que son parte de un colectivo de búsqueda también tiene que ver con una dejadez que roza la indiferencia y la impunidad por parte de las autoridades de todos los niveles de Gobierno. Aunque los mecanismos y el protocolo de búsqueda están delineados y perfectamente especificados para que cada autoridad haga lo que le toca, la realidad es que las rencillas políticas entre partidos, el poder inconmensurable que tienen ya algunos grupos delincuenciales en muchos territorios del país, la pobreza y carencias estructurales, la desigualdad que lastima en cada rincón del país y una población totalmente sedada ante la violencia, son solo algunos de los ingredientes que alimentan un fuego que termina por consumir a quienes intentan hacer algo por cambiar la situación.

Las mujeres buscadoras en México están solas, como cuando solas, en sus habitaciones, y con las luces apagadas, pueden llorar todo lo que ellas desean; cuando la luz del móvil enciende sus cansados rostros y les devuelve la imagen o la voz de un hijo, una hija, un hermano, un esposo...

Es un escenario terrible y una realidad que cuesta mucho asimilar: hasta que estas tragedias no se acercan peligrosa y horrorosamente al resto de la ciudadanía, pareciera que no existen. Una muestra la dejaron en los noventa, los feminicidios, cuando el país entero se sorprendía por las —mal— llamadas “muertas de Juárez”, allá en el norte, como si se tratara de un territorio ajeno a nosotros, acá en el centro o en el sur, como si el “nosotros” no englobara la tragedia de esas mujeres con nombres y realidades específicas que las hacía —entonces— todavía más vulnerables que las mujeres de las otras latitudes de este país en llamas. Como si la tragedia nacional de la violencia no se nos replicara tarde o temprano también, como si perteneciéramos a otro universo.

No he conocido todavía a una sola de las mujeres que buscan desaparecidos en México que no sienta culpa. Culpa porque no llegaron temprano del trabajo a casa para ver al hijo que nunca volvió; o por no haberle comprado un celular nuevo porque el suyo se había perdido hace días y por eso no pudo comunicarse cuando desapareció. Se culpan por los más mínimos e insignificantes detalles, como si ellas fueran las culpables inmediatas y como si esa culpa no fuera la de todo un país.

Una mujer a quien conocer y seguir: Hermila Galindo

Hermila Galindo.
Hermila Galindo, política, escritora, maestra, oradora, periodista y activista feminista y sufragista mexicana.Archivo de Rosario Galindo

Por Julieta Sanguino

Hermila Galindo fue una luchadora incansable por los derechos de la mujer en la época posrevolucionaria en México. Después de que la Constitución de 1917 no validara el voto femenino, Hermila se presentó como candidata a diputada. Fue la primera mujer en contender por un cargo público en México. Los periódicos denigraban su participación y se burlaban de ella por intentar algo que se pensaba imposible. Una mujer no podía ser elegida a un cargo popular. Hermila se presentó por el distrito cinco de Ciudad de México y aunque perdió, dejó huella en la historia del país.

Durante el Gobierno de Venustiano Carranza, Hermila fue la secretaria particular del presidente y cuando este murió asesinado en 1920, Galindo decidió alejarse de la vida pública. En 1940 le otorgaron la condecoración al mérito revolucionario. Después de décadas de lucha, las mujeres pudieron votar en México hasta 1953. El trabajo de Hermila Galindo fue imprescindible para conseguir el derecho de votar y ser votadas en el país. Durante aquel año, el presidente Adolfo Ruiz Cortines otorgó a Galindo el nombramiento honorario de “la primera mujer congresista”. Un año después, la política falleció en Ciudad de México a los 68 años de edad.

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Sobre la firma

Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.

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