Guadalupe Loaeza: “La alta sociedad de México es ridícula, cursi y mediocre”
La escritora mexicana estrena una nueva novela sobre un caso de adulterio que agitó al país en los años 50 y en la que vuelve al ataque de las clases altas
Guadalupe Loaeza (Ciudad de México, 78 años) está sentada en el sillón de terciopelo morado que tiene en su sala. Antes de comenzar la entrevista retoca su maquillaje. Se pinta los labios y se retoca el rubor. “Ya podemos comenzar”, dice con una sonrisa. La escritora mexicana acaba de publicar un nuevo libro, La amante de Río Nilo (Planeta), una novela sobre la que fue considerada “la mujer mejor vestida de México” y que acabó encarcelada en la prisión de Lecumberri por adulterio en los años 50. “Era imperdonable que cometiera adulterio porque, en aquella época, las mujeres tenían que conjugar el verbo aguantar en todos los tiempos. Para eso fueron educadas, sin importar la clase social”, dice la escritora.
Podríamos decir que Loaeza conoce bien a la clase alta mexicana porque lleva toda la vida perteneciendo a ella. Incluso se la podría clasificar como una auténtica ‘señora de las Lomas’, una categoría reservada solo a unas pocas mujeres que viven en uno de los vecindarios más exclusivos de Ciudad de México. Desde esa atalaya, Loaeza ha retratado durante décadas a la flor y nata desde adentro. Las fiestas a puerta cerrada con empresarios, políticos y famosos; las escapadas para esquiar en Estados Unidos; las reuniones en el club, las vacaciones en Francia… “Los dueños de México siguen siendo las mismas familias”, sentencia la escritora. Cuando las puertas se cerraban y los reflectores se apagaban, ella era una testigo privilegiada de lo que se cocía en la parte alta de la pirámide. “Quiero escribir sobre los ricos de este país”, recuerda que le dijo al director del periódico Unomásuno. Eran los años 80 y desde entonces, supo sacarle partido. Su particular forma de retratar a la alta sociedad causó furor y más de una enemistad.
En 1987 escribió Las Niñas Bien, un libro del que ha vendido más de 350.000 ejemplares y que cuenta las aventuras y desventuras de un grupo de señoras adineradas a las que les pega la crisis económica y ven cómo todo su mundo se derrumba. “Cuando publiqué aquel libro dejaron de invitarme a las fiestas”, recuerda con una sonrisa. “Muchas de mis amigas se enojaron conmigo porque se reconocieron en el libro. Cómo no iban a hacerlo si cada personaje era una de ellas”, agrega divertida. Dice que de tanto escucharlas, se le ocurrió la idea de hablar de ellas. “Se expresaban horrible de México, de la manera más cruel, racista y clasista, ahora, digamos que nuestro vocabulario ha cambiado un poco. Ya no se utilizan palabras como ‘criada’ o ‘gata’ porque es políticamente incorrecto”, sentencia.
—¿Pero cree que las clases altas ya no hablan así porque es políticamente incorrecto o prefieren no decirlo en alto, pero siguen pensando igual?
—Las dos cosas. Veo a mis amigas mejor informadas, más leídas, más participativas. Ahora votan, salen a la calle, protestan, se enojan, se indignan un poco más, aunque la clase alta mexicana sigue siendo ridícula, cursi y mediocre. Hablamos más de estos temas porque ningún Gobierno se había ocupado tanto de los pobres y ningún presidente había hablado tanto del clasismo y del racismo como López Obrador. Tiene razón el presidente, la clase alta no quiere que las cosas cambien, quieren seguir siendo privilegiados porque vivimos instalados en el confort y no nos percibimos sin el servicio doméstico, por ejemplo.
—¿Le gusta Xóchitl Gálvez a la alta sociedad?
—Pues, les gusta, pero se les queda corta porque es una señora que tiene un origen humilde y tiene un vocabulario muy folclórico. Digamos que les gusta y no les gusta. Les llama la atención porque ven que puede dar la pelea y sí la están apoyando, pero no le hacen las cenas que le organizaba Viviana Corcuera a Vicente Fox. Yo le quise organizar una reunión a Xóchitl, pero no se podía porque era contraria a la ley. En la última manifestación en apoyo a Xóchitl no estaba la clase alta de este país.
—¿Qué espera de la primera mujer presidenta de México, sea quien sea?
—Siempre he dicho que si a algo le tengo fe en este país es a la mujer mexicana. Quiero pensar que nos va a ir bien con una mujer presidenta. Yo quiero que sea Xóchitl, pero a Claudia le reconozco que está muy bien preparada, sin embargo, llegó tarde a la repartición de simpatía. Es muy antipática la pobrecita. Xóchitl es vital, de carne y hueso y Claudia solo es de hueso, no es clara, tiene gatos en la barriga y ausencia de identidad. Además, detrás de Xóchitl no hay un hombre y en el caso de Claudia, está López Obrador.
Su nueva novela cuenta la vida de Suzanne Avramow, judía exiliada durante la Segunda Guerra Mundial, que llega a México para casarse con Paul Antebi, el poderoso dueño de los laboratorios Carnot. Pronto un nuevo romance rompe el matrimonio de conveniencia, cuando Avramow conoce al mejor amigo de su esposo, Robert Gilly. Con él mantuvo una larga historia de amor que fue un escándalo para la sociedad de la época.
Loaeza utiliza a sus personajes para hacer un retrato costumbrista del México de los años 40 y 50. “Hay envidias, intrigas, mezquindades, un poco lo que describe Suzy de sus amigas mexicanas”. Junto a la hipocresía y la doble moral de la alta sociedad, la escritora retrata cómo fue el país durante el Gobierno de Miguel Alemán, primero, y de Ruiz Cortines, después. “Suzy llega a una sociedad muy provinciana donde había mucho influyentismo y mucha impunidad”, señala la autora.
La novela de Loaeza cabalga entre la ficción y la realidad. Ella conoció a Avramow en los años 70, cuando la autora trabajaba como relaciones públicas en Nina Ricci. La describe como a una mujer “ambiciosa, muy inteligente y leída”, nunca pensó que muchos años después acabaría escribiendo un libro sobre su vida. Aunque la autora se toma varias licencias creativas, su investigación está basada en todo lo que recogió la prensa de aquella época. Ella misma aparece en la novela de niña, un guiño que utiliza para recordar el tiempo que vivió con sus padres en el lujoso Hotel Reforma de la colonia Juárez. Su madre formaba parte de las 300 familias más influyentes de México y su padre fue diplomático de carrera toda la vida lo que les llevó a vivir en Canadá y Estados Unidos. Loaeza siempre estuvo rodeada de un selecto círculo del que formaban parte Jaime Torres Bodet, Octavio Paz, Juan José Arreola y Elena Poniatowska, entre otros.
Hasta la fecha sigue manteniendo una relación muy estrecha con la premio Cervantes. “He aprendido de ella a ser auténtica y a contar las cosas que veo. Elena Poniatowska es honesta y congruente con sus valores, ideales y principios”, asegura. Sobre la chimenea hay colgado un exvoto dedicado al Santo Niño de Atocha que la propia Poniatowska pintó para la escritora. “Me lo regaló cuando enfermé de cáncer”. La escritora cuenta que lleva una temporada batallando con un tumor en el hígado que también le ha servido para reflexionar sobre la vida y el paso del tiempo. “Cuando vives algo así, el concepto del tiempo cambia completamente“, afirma. “Quiero llegar a ver a la primera presidenta de México, aunque la verdad, no sé si lo lograré“, dice medio en serio, medio en broma.
”Antes pensaba que era muy cursi hablar del amor, de la familia, de la paz… no le daba importancia y ahora, sin embargo, quiero más a la gente, quiero mucho más a mis lectores. Ahora salgo al patio y me gusta ver las copas de los árboles, antes no me fijaba en eso. Estoy leyendo de nuevo a Simone de Beauvoir, Marguerite Durás, a Tolstoi… escucho mucha música. Estoy muy cercana a mis nietos y trato de consentirlos mucho”. En estos meses, ha combinado la escritura de sus libros y de su columna semanal con las idas al hospital. Dice que seguirá escribiendo hasta que el cuerpo se lo permita. “Como dice Elena Poniatowska: Lupita, la creatividad cura” y una nueva sonrisa se le dibuja en la cara.
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