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Taller Leñateros: historia de una imprenta maya y del árbol que creció donde nadie esperaba

El colectivo publica libros en tzotzil, tzeltal o cachiquel en papel reciclado desde hace casi 50 años. Acaba de ganar el Premio Nacional de Artes y Literatura, pero la amenaza de un desalojo pone en riesgo su continuidad

Petra Hernández, Alicia Hernández y Carmen Sánchez en el Taller Leñateros, en San Cristóbal de las Casas.
Petra Hernández, Alicia Hernández y Carmen Sánchez en el Taller Leñateros, en San Cristóbal de las Casas.ISABEL MATEOS

Detrás de la puerta de madera, hay un jardín inesperado. Un árbol de aguacate creció allí donde no tenía probabilidades, en tierra fría, a 2.200 metros de altura. La poeta estadounidense Ámbar Past lo plantó hace casi 50 años cuando fundó, junto a otros, este espacio, un colectivo de mujeres y hombres mayas que difunde literatura en lengua tzotzil, tzeltal, cachiquel o zapoteco desde San Cristóbal de las Casas, en el sur de México. El cartel de la entrada se ha empezado a desgastar donde lo golpea la lluvia y el viento, pero el nombre todavía se lee grabado sobre la madera: Taller Leñateros. El zas de la guillotina a la mañana avisa que la editorial está en marcha.

Carmen Sánchez hace girar la prensa sobre la pieza que está preparando. Con cada vuelta, le cuesta más aplicar presión y al final el agua escurre. La mujer de 21 años, la más joven de las trabajadoras del taller, deshace la fuerza hasta que la máquina gira con facilidad y bajo el fierro pesado aparece un rostro con forma de corazón y boca abierta hecho de cartón reciclado. Sánchez lo coloca encima de las láminas rectangulares del mismo material que extendió en la mesa de al lado. Cuando el sol las seque, serán las tapas de otro ejemplar de Conjuros y ebriedades, el primer libro que ideó el taller y que ya va por la tercera edición.

Conjuros y ebriedades es una antología de cantos de mujeres mayas. La primera edición, publicada en la década de los noventa, tardó 17 años en salir porque hubo que recopilar, traducir y al final imprimir con serigrafía. Participaron más de 150 mujeres; hicieron 2.000 ejemplares en tzotzil, español e inglés. Mientras esta publicación avanzaba, otros títulos menos complejos, impresos también en materiales reciclados, empezaban a sumarse al catálogo de la editorial-imprenta. Todos se confeccionaron en esta misma casa.

Carmen Sanchéz prepara las portadas para 'Conjuros y ebriedades'.
Carmen Sanchéz prepara las portadas para 'Conjuros y ebriedades'.ISABEL MATEOS

Javier Balderas, que tenía 20 años cuando se fundó Taller Leñateros en 1976, lo recuerda así: “Sobre todo, fue la idea de Ámbar [Past]. Ella tenía la inquietud por hacer que se visibilizara la expresión de las mujeres del pueblo originario tzotzil”. “Una forma de expresión”, retoma, “y una pequeña remuneración económica”. Ese era el primero de los objetivos. Algunas de las primeras mujeres que se sumaron al colectivo venían de trabajar en el campo, por ejemplo, o de ser empleadas domésticas. El segundo objetivo, continúa el hombre, era que el impacto ambiental de su producción fuera el menor posible.

“Hace 47 años, no se hablaba tanto en México del cambio climático”, dice Balderas, “pero no podíamos hacer obra de árboles caídos, había que recogerlos y darles nueva vida”. En el taller, se acumulan las donaciones de cuadernos escolares, libros o revistas viejas. Todo se recicla. Hay, además, esquinas cubiertas con ramas, trozos de madera, hojas de palma o flores de misa secas que les envía el párroco local. También sirven para hacer papel. Para moler esas fibras, inventaron una máquina que funciona sin electricidad, a pedal, y que se convirtió en el símbolo del taller. “El maya en bicicleta”, señala Balderas.

Javier Balderas hace andar la máquina que muele las fibras para hacer papel.
Javier Balderas hace andar la máquina que muele las fibras para hacer papel.ISABEL MATEOS

A la intemperie en el patio trasero del taller, el hombre, de 65 años, recuerda el frío que hacía allí los primeros años. Aunque ya no se sienten esas temperaturas intensas –hoy la mínima es de 12 grados– perdura una tradición que empezó entonces: a las 10 de la mañana, la imprenta se detiene porque es el momento de tomar un café que caliente la panza. Eran los años en los que casi 200 personas llegaban a juntarse para debatir, consensuar y crear.

Entre aquellas primeras mujeres se movía, aún siendo una niña, Petra Hernández, que ahora tiene 50 años. La mujer forra portadas de libretas con papel reciclado. Coloca el pegamento y aplica calor con una plancha. “Es muy lindo”, cuenta. A los 18 escribió un poema que se incluyó en la obra Conjuros y ebriedades. Ese canto se convirtió después en un pequeño libro negro y oro titulado Hechizos de amor. La traducción al español empieza así: “Que llegue / con flores / en su corazón / el hombre. / Que llegue / con todo su corazón. / Que hable / con mi carne. / Que le duela / su sangre / por mí”.

De ‘Bom’ a ‘Alquimia’, de Chiapas a Yale

Ámbar Past dejó San Cristóbal de las Casas para irse a la India hace alrededor de una década, pero el taller ha seguido funcionando. Actualmente, trabajan 16 personas: 12 mujeres y cuatro hombres. Ocho están empleados a tiempo completo. Solo a uno de ellos llegan a pagarle el seguro social. Además de Conjuros y ebriedades, la editorial e imprenta ha publicado títulos como Bom, una recetario de páginas finitas sobre cómo obtener tintes naturales. O Bolom Chon, un libro infantil inspirado en una canción popular con un jaguar retráctil que se despliega al abrir las páginas.

Un ejemplar del primero, de 1989, fue adquirido por la Universidad de Yale y está resguardado por la Robert B. Haas Family Arts Library. El segundo fue premiado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la más importante en español. El colectivo también editó ocho números de una revista, Jícara, que se despliega como un códice prehispánico para reivindicar la “forma de hacer libros” de los antiguos mayas. Y acaba de sacar Alquimia, un texto irónico que propone, por ejemplo, fórmulas para convertir el fierro en oro.

Por su trayectoria, el trabajo de la editorial acaba de ser reconocido con el Premio Nacional de Artes y Literatura, en el rubro de Artes y Tradiciones populares, que entrega la Secretaría de Cultura. Los integrantes del colectivo creen que las literaturas en lenguas originarias han ganado algo de espacio desde que ellos fundaron el taller. “Pero sigue siendo muy marginal y las grandes editoriales están cerradas para nuestros pueblos”, opina Balderas. Sin embargo, otros espacios de expresión han surgido. Cerca de la sede de Taller Leñateros, por ejemplo, funciona la Galería Muy, que expone la obra de artistas contemporáneos mayas y zoques.

Las flores de doña Paulina

Llegando a la punta del cerro Huitepec, a media hora de la imprenta, Paulina Gómez cultiva unas flores llamadas pensamientos, de pétalos morados con amarillo que forman caras de terciopelo. La mujer retira la mata de hojas viejas y muestra las plantas que están naciendo en la parcela pequeña de detrás de su casa. El día anterior cosechó las flores para llevarlas al taller y ahora solo quedan las pequeñas, las que seguirán creciendo y cortará dentro de ocho días.

Detalle de una hoja de papel elaborado con flores pensamiento.
Detalle de una hoja de papel elaborado con flores pensamiento. ISABEL MATEOS

En el taller, usan las flores para obtener tintes naturales y para imprimir con una técnica que se llama petalografía: el peso que se aplica hace que la flor quede adherida al papel reciclado. Es una de las técnicas que más usan y por eso doña Paulina les lleva manojos de flores frescas cada martes. En el terreno, la mujer cultiva además lechuga, cayote, apio o manzanas que vende en el mercado. El pensamiento lo ofrece allí también, se lo piden para hacer ensaladas. Fue en el mercado, cuando era niña, hace más de 40 años, que conoció a Ámbar Past: “Íbamos a vender con mi mamá y ahí pidió la flor”.

Desde 1976, el colectivo ha pasado momentos mejores –tras el alzamiento zapatista de 1994, cuando el mundo puso los ojos en el Estado de Chiapas y en los enmascarados que reclamaban derechos para campesinos e indígenas– y peores –durante la pandemia de covid-19, que frenó el turismo y obligó a algunos miembros del taller a migrar a Estados Unidos–. En julio, hubo otro de esos momentos buenos, cuando la Secretaría de Cultura reconoció su trayectoria. Pero poco antes habían recibido una amenaza de desalojo de la casa que compraron en 1982 por el equivalente a dos millones de pesos actuales (casi 100.000 dólares).

El grupo guarda un contrato firmado con el anterior propietario y un recibo del pago, pero carece de escritura pública. Los nietos del antiguo dueño, fallecido en 2016, comenzaron a reclamar la propiedad tras la muerte del hombre y demandaron a la editorial. El taller obtuvo dos sentencias favorables, pero en abril un juez dijo que existía un contrato verbal de arrendamiento entra las partes. “Es falso, los miembros de Taller Leñatero son los dueños legítimos desde hace más de 40 años”, defiende por teléfono Georgina Alcázar, la abogada que los representa. La letrada ha presentado un amparo que les dará algunos meses de respiro.

Javier Balderas muestra parte del material que reciclan.
Javier Balderas muestra parte del material que reciclan.ISABEL MATEOS

Antes de cerrar por el día, Balderas trae del fondo, envuelto en un morral de tela, un libro pesado. Del lomo asoma el rostro del gobernante maya Pakal hecho en cartón amarillo. Es el último libro en el que están trabajando, Mamá Luna, nene Sol, de la poeta Maruch Méndez. El dinero del premio los ayudará a financiar la primera edición. “Nos llena de mucho aliento saber que más personas en México y el mundo puedan conocer nuestra obra”, dice Balderas, sentado ante el jardín indómito de la entrada. Petra Hérnandez, a su lado, sigue armando portadas. Coloca el pegamento y aplica calor sobre el papel reciclado. El zas de la guillotina marca el ritmo y Balderas interviene para decir que “el taller tiene mucho futuro”: “Aquí abajo sus raíces están muy firmes”. El árbol de aguacate crece tanto que en estos días lo han tenido que podar.

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