El día en que María Conejo perdió la cabeza
La ilustradora mexicana reivindica con su obra los cuerpos femeninos, la sexualidad y cómo su representación en el arte impacta a la sociedad
María Conejo (Cuautla, 34 años) llega a la cita pedaleando rápido a través de las calles del centro de Ciudad de México. Lleva unos lentes redondos, los labios rojos y su pelo hace juego con la camiseta a rayas que lleva puesta. Tiene tatuajes en los brazos y un lunar junto a la mejilla que le da un toque aniñado. Es una mujer alta y atlética. De un salto baja de la bici y se la echa al hombro para subir por las escaleras del edificio. “Es por acá”, dice y se adentra en una galería comercial de la calle Regina llena de juguetes y globos de cumpleaños. Un piso más arriba, se abre la puerta de un estudio que comparte con más artistas y donde tiene su taller. Conejo forma parte de una nueva generación de ilustradoras mexicanas que resuena con su trabajo en la escena actual y que va de la mano con el auge del feminismo en el país: Eréndira Derbez, Emilia Schettino, Kareninja o Maremoto son solo algunas.
Nada más abrir la puerta de su espacio, el universo de María Conejo explota. En un biombo dos de sus famosas mujeres sin cabeza presiden la sala. Acéfalas, contorsionadas, liberadas de complejos. Su trabajo gira en torno a la investigación del cuerpo femenino, la sexualidad y cómo su representación en el arte impacta a la sociedad. “Al principio dibujaba este personaje que me representaba a mí de niña, muy melancólico y emocional”, señala la artista. En varias ocasiones regresa en el tiempo para explicar quién es ahora. “Cuando empecé a explorar mis relaciones sexo afectivas, de repente este personaje perdió la cabeza. Coincide que tuve una relación un poco tóxica y trataba de entender por qué estaba perdiendo la cabeza por amor”, continúa.
En mitad de esa búsqueda, Conejo dice que tomó mayor conciencia de su cuerpo y sus acéfalas dejaron de buscar la cabeza para concentrarse en sentir, en ser. “Me gusta cómo el cuerpo sin cabeza puede expresar muchísimas cosas también: con sus posiciones, con sus movimientos... El cuerpo en sí, existiendo, sintiendo cosas, como una plataforma para expresar mis sentimientos, mis ideas”, explica la artista. Cuando tenía cinco años, más o menos, dice que tuvo una revelación que “definió” el resto de su vida. Esa niña a la que le gustaba el karate estará muy presente durante toda la conversación.
“Me di cuenta de lo insignificante que era mi cuerpo respecto al universo y que, sin embargo, era lo más valioso que tenía. Me encanta conectar con él, montar en bici, sentir la adrenalina”, señala. Descubrió lo sensible y vulnerable que podía ser cuando en su colegio de monjas le dijeron que provocaba a sus compañeros y le obligaron a ponerse un uniforme más grande. También cuando fue acosada por primera vez en la calle. Tenía nueve años. “Me hizo sentir que mi cuerpo estaba provocando a la gente, caí en una especie de vergüenza y de culpa. Me cambió porque yo a los nueve años no me percibía como un ser sexual. Fue muy injusto. Me dio miedo”, afirma.
A la larga, la ilustradora ha cambiado ese miedo por una reafirmación que plasma en su obra, aunque reconoce que la violencia que existe contra las mujeres en México la interpela. De ahí también su propuesta. “Este cuerpo que estoy proponiendo es un cuerpo que vive dentro de la cabeza, es un pensamiento, es la percepción del cuerpo de una manera diferente a cómo nos han enseñado a vernos. El personaje es dueño de sí misma, hace cosas en libertad, en conciencia, tratando de llenar el mundo de otras posibilidades”, dice.
En el suelo hay pintura de muchos colores, restos de aerosol, papeles, cartón. Contra la pared, una mesa de trabajo industrial y un pizarrón. Bocetos, una computadora con un sticker donde puede leerse “Pussy Power” (el poder del coño), muchos pinceles, una silla sin respaldo de color azul y dos pechos enormes que asoman por detrás de la mesa y que se asemejan a las montañas de un antiguo decorado teatral. También hay playeras con sus diseños: cuerpos de mujeres en llamas, dando a luz, bailando… Las mujeres sin cabeza de María Conejo se han convertido en su sello personal y triunfan entre sus miles de seguidores en redes sociales.
La ilustradora señala que aunque estudió diseño nunca pensó en ser artista. Al principio de su carrera prefería las bambalinas de la profesión. Después de estudiar en el Instituto Nacional de Bellas Artes trabajó en una galería y como ayudante del escultor Pedro Reyes. “Cuando empecé a trabajar con él fue una revolución en mi mente”, asegura. Ahí comprendió la importancia de dibujar todos los días y entender su trabajo como una disciplina.
Vuelve de nuevo a esa niña. Un día mirando al cielo cayó en la cuenta de que cada persona ve su azul de manera diferente “si todos pudiéramos imprimir en nuestra mente el color azul del cielo, nos daríamos cuenta de que es distinto y que cada quien lo ve desde sus propias posibilidades, contexto y capacidades”. En ese momento un sentimiento de enorme soledad la invadió. “Pensé: nunca vamos a comprender a la otra persona, nunca nadie va a ser capaz de ver el mundo como yo lo veo. Y ese fue mi detonante para hacer arte. Dibujar para que otra persona comprenda lo que siento”.
Señala que la mayoría del trabajo que la inspira está hecho por mujeres. Habla de las escritoras que ahora está leyendo: Audre Lorde, Ursula K. Le Guin, Donna Haraway, Silvia Federici. “La mayoría de mis referentes son femeninos. La mayoría de la música que escucho está hecha por mujeres o personas queer, bueno menos Bad Bunny, que también me gusta”, dice risueña.
En 2021 expuso en la galería Machete de Ciudad de México ‘Fuego interno, Fuego eterno’, su trabajo más reciente. Hace dos meses fue invitada por el Museo Cabañas de Guadalajara a impartir un taller sobre la representación del cuerpo de las mujeres, el Gobierno de Michoacán la contrató para una residencia sobre arte en gran formato y acaba de participar en Ámsterdam en el festival de diseño What Design Can Do? para hablar de Pussypedia, una enciclopedia gratuita, online y bilingüe sobre la vulva que creó junto a la periodista Zoe Mendelson y cuya traducción al castellano se publicará en octubre de este año en México en formato libro.
“Pussypedia llegó como una reafirmación de que conocer nuestros cuerpos es el primer paso para acabar con la vergüenza, con la falta de información”, explica Conejo y agrega: “Me impactó que hasta meterme en este proyecto hace seis años, nunca había visto un diagrama del clítoris ni de la vulva, porque siempre lo que te enseñan en clase es el aparato reproductor. Una de nuestras ideas era reapropiarnos de la pussy y que el proyecto fuera inclusivo. Si no hay conocimiento para mujeres cisgénero, mucho menos hay para personas intersex o para personas trans”.
La ilustradora comenta que una de las partes importantes del proyecto fue renombrar algunos conceptos. “A las trompas de Falopio las llamamos trompas uterinas. A las glándulas de Bartolino, glándulas lubricantes. Al orificio vaginal, salida vaginal. Partes de nuestro cuerpo que llevan el nombre de hombres que nos pusieron su apellido como si fuera un territorio de conquista”, argumenta. “Cambiando solo un poquito los conceptos, reivindicamos nuestro placer y nuestro autoconocimiento”, remarca. Imagínate si en vez de hablar de “tentación y castigo”, la serpiente le hubiera dado a Eva un “regalo”. La historia sería diferente.
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