‘El hoyo en la cerca’: juegos de niños para llevar a la pantalla el odio al pobre de las élites mexicanas
La película, una coproducción mexicano-polaca, ganó el Bisato Award a Mejor Fotografía en el Festival de Venecia y se estrena en México este jueves
Crueldad infantil, fanatismo adulto y odio al pobre. Son los ingredientes principales de los que se vale el director de cine mexicano Joaquín del Paso para ilustrar la violencia y el poder de la élite mexicana. Su última película, El hoyo en la cerca, una coproducción mexicano-polaca que triunfó en el Festival de Cine de Venecia con el premio Bisato Award a Mejor Fotografía, llega a las salas de cine de México este jueves. Y con ella, una crítica feroz a las escuelas privadas, religiosas y exclusivamente masculinas; el adoctrinamiento a los adolescentes por parte de grupos extremistas y la desigualdad que lacera esta región del mundo. EL PAÍS reúne al cineasta y el elenco principal, seis adolescentes que dan sus primeros pasos en la interpretación, para conversar sobre el filme.
En la película, un grupo de niños de familias adineradas acuden a un campamento de verano en medio del bosque organizado por un colegio privado. La escuela la dirige una institución cristiana extremista, con una metodología de enseñanza que premia la competitividad más feroz y castiga cualquier atisbo de debilidad —o comportamientos humanos perfectamente corrientes que ellos entienden como debilidad—. El ambiente es tenso e incómodo desde el inicio. Al llegar, uno de los profesores les explica que no pueden salir del recinto vallado porque están rodeados de pueblos de “jodidos”, de pobres, yonquis y analfabetos peligrosos que pueden hacerles cualquier cosa. La cerca es lo único que separa su pulcra realidad del salvaje mundo exterior. Hasta que descubren un agujero en ella que desata la neurosis colectiva.
Los niños que rodaron la película —35— son ya adolescentes. Esta tarde de mayo, los seis protagonistas —Santiago Barajas, José Manuel Vázquez, Yubáh Ortega, Valeria Lamm, Giovanni Conconi y Lucciano Kurti—esperan sentados en los sofás impersonales de una casa de la distribuidora en la colonia Escandón, Ciudad de México, para realizar la entrevista. Algunos vienen acompañados de sus padres o amigos, otros vienen solos. Todos tienen entre 15 y 18 años: miran constantemente sus teléfonos móviles, hablan entre ellos de stories en Instagram, se hacen bromas sin parar y ríen con risas nerviosas. El ambiente es hiperactivo. “Multiplícalo por 20 y así fue el rodaje”, concede el director, Del Paso. Parecen un grupo de amigos que se conocen desde críos.
Como durante el rodaje de la película todavía eran muy jóvenes, Del Paso diseñó un sistema de trabajo en el que los actores casi no se enteraban de los temas que estaban tratando. No había un guion marcado: unas pocas líneas, unos apuntes a seguir e improvisación. Ellos dicen que se lo tomaban como un juego. Un juego que les llevó a ser premiados en Venecia y protagonizar una película que se verá en cines por todo el país antes de cumplir la mayoría de la edad.
—Cuando la empezamos a grabar no teníamos la madurez para manejar los temas que se tocan en la película. Cuando la vimos fue otro panorama súper distinto, no venías con la idea de ver esos temas tan reflejados. Siento que Joaquín nos intentó proteger de todo eso a una edad tan corta—, apunta Lamm, actriz trans que realizó su transición después del rodaje, y en la película interpreta al cabecilla de los niños matones que se meten con el resto.
—En lo personal hay un antes y un después de esta grabación. El proceso fue el mejor que pudimos tener para nuestra primera película—, dice Ortega, que interpreta a un niño becado, de piel más oscura que sus compañeros y procedente de un contexto mucho más pobre, lo que le granjea malos tratos por parte de la pandilla de Lamm.
—Siento que me abrió los ojos, cuando eres chiquito no te das cuenta de tantas cosas, en nuestras casas nos dan una realidad que no es cierta, te salvan de todo. Afuera no es como te lo pintan—, añade Kurti.
Durante media hora hablan entre ellos y con los reporteros sobre la polarización de la sociedad mexicana, las clases sociales, la opresión de las escuelas privadas o la importancia de la educación. Del Paso relata como su propia experiencia personal en un colegio del Opus Dei y en un campamento cuando era niño le llevó a realizar la película: “Yo venía de un contexto muy diferente, muy libre, y sentí que en este microcosmos [la escuela] había mucha opresión. Fue un año muy difícil y 10 años después me di cuenta de que no tenías memoria de ese tiempo. Tenía un sentimiento alrededor de lo que había ocurrido. Busqué información del campamento y me di cuenta de que era bastante polémico, había un método para moldear las mentes de los niños y se me hizo ideal para hacer una película. Pero tiene licencias [el filme], no es realista: tiene elementos satíricos, de terror, de suspense. Y quería contarlo a través de los niños porque tienen esperanza de cambio, no les juzgas tan fuerte”.
—Yo creo que la película es una reflexión de la sociedad mexicana y las élites a través de niños. Al ver a niños tan jóvenes haciendo cosas tan horribles te pones a reflexionar: crecen a ser los adultos que dirigen el mundo— apunta Conconi.
—Es una película muy polémica con temas muy delicados que no son fáciles de tratar, pero siento que es un mensaje muy importante. Habla de racismo, de clasismo, de machismo... y los pinta de una manera muy verídica— concuerda Barajas.
—Hay muchos casos de esas escuelas, se creen mejor que tú porque van a mejor escuela y tienen más dinero. Es algo que no ha cambiado desde generaciones atrás: mi papá estudió en una escuela así y me dijo que siempre han sido así; mis primos estudian en escuelas así, se intentan sentir superiores por su capacidad económica. Alguien les tiene que bajar de su nube—, remata Vázquez.
El lunes fue la premier de la cinta. En la entrevista, unos días antes, los actores hablan entre ellos sobre qué van a ponerse, con emoción mal contenida. Después posarán en la terraza del edificio. La mayoría no tienen 18 años todavía, pero sonríen a la cámara con la soltura de quien lleva toda una vida haciéndolo.
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