Alonso Ruizpalacios practica una autopsia a la policía de México (y al amor entre patrulleros)
En su nuevo documental, el director de ‘Güeros’ y ‘Museo’ muestra la cara corrupta pero también humana de los agentes en Ciudad de México
En los primeros minutos del nuevo documental del director mexicano Alonso Ruizpalacios, Una película de policías, una mujer embarazada grita porque está a punto de dar a luz en su departamento y no llega una ambulancia por ella. Los vecinos llevan esperando horas y, desesperados, llaman a la policía para que haga algo. Aunque una oficial llega al lugar, en la colonia Industrial de la Ciudad de México, ella tampoco logra que su institución envíe al servicio médico. “Central, no sean así, la señora está bien grave”, ruega por radioteléfono. Pero la central no hace nada, y las contracciones no tienen paciencia ante tanta ineptitud. La oficial, sabiendo que nada más puede esperarse de su institución, decide colocarse unos guantes quirúrgicos e improvisa el parto, corta el cordón umbilical con unas tijeras para niños, y remueve la placenta. “En la Academia no tenemos cursos de primeros auxilios ni conocimiento de medicina”, admite luego aliviada Teresa Hernández Cañas, la oficial. La niña nació, y en agradecimiento, la madre la nombra como la mujer que la recibió. “Yo le dije ‘no, pero mi nombre ni me gusta, ¿cómo la va a desgraciar?”, dice riendo Teresa.
Una película de policías, que Netflix estrenará el 5 de noviembre en la plataforma y que este jueves llega a algunos cines en México, es un documental trágico y cómico como esa primera escena, y extrañamente híbrido: mezcla ficción y no ficción de una forma particular, y combina una historia de amor con una denuncia contra la corrupción en la policía. En la película escuchamos la voz de dos oficiales que se enamoraron en una patrulla, Teresa y su pareja José de Jesús Rodríguez Hernández, alias Montoya, conocidos como ‘la patrulla del amor’. Pero en la pantalla no los vemos sino que solo escuchamos sus voces. A los que vemos son a dos actores, Mónica del Valle y Raúl Briones, representando las anécdotas que cuentan los dos enamorados.
Ruizpalacios, director de exitosas películas de ficción como Güeros y Museo, describe a EL PAÍS este documental como “un experimento”. “No sabíamos bien si iba a funcionar”, dice. Ruizpalacios entrevistó y grabó a Teresa y Montoya a finales del 2018 y, mientras trabajaba en el guion basado en las grabaciones, le pidió a los dos actores que se inscribieran en academias de policía como estudiantes para entender la cultura de la institución. “Pero los actores no leyeron el guion hasta que ya estamos por filmar la parte ficcionalizada de la película”, cuenta Ruizpalacios. “Se metieron a la academia de policía sin saber a los personajes que iban a interpretar”. Eventualmente les pasó el guion y los audios. “Pero Raúl y Mónica no conocieron a Teresa y a Montoya sino hasta el último momento”, dice el director.
En el audio que se escucha en el documental, Teresa y Montoya cuentan que son la base de la pirámide de la policía, los que ganan solo 1.100 pesos quincenales y se ven obligados a sobornar a otros altos mandos para tener un mejor chaleco antibalas, o una mejor patrulla. Hablan también con mucha transparencia sobre su relación amorosa, sus heridas familiares o su depresión. Pero igual de transparentes son los momentos en los que hablan de sobornos a ciudadanos, o las alianzas que tienen sus comandantes con delincuentes. “Aquí en la policía, hay de todo: como hay muchos policías buenos que tienen intenciones buenas de salir a desempeñar su servicio como lo debemos de hacer, también hay muchos policías que a lo mejor son rateros”, dice Teresa.
Pero hay un elemento más que hace de esta película un documental experimental. Tanto en Güeros como en Museo, Ruizpalacios había roto en algunos minutos la cuarta pared: como se le llama a las escenas en los que se rompe la ilusión de la actuación y pareciera que los actores se dirigen al público directamente. En Una película de policías el director vuelve ese efecto y lo lleva a otro nivel: vemos de repente a los dos actores, Mónica y Raúl, hablarle al público de su proceso dentro de las academias para aprender a interpretar a los policías. El documental sobre dos oficiales enamorados se fusiona con un segundo documental sobre los dos actores aprendiendo a ser fuerza pública.
“Esto fue la continuación de un proceso de investigación sobre qué hay de documental cuando haces ficción, y qué hay de ficción cuando haces documental”, dice Ruizpalacios. “En las películas que he hecho de ficción siempre me ha llamado la atención cómo, cuando estás filmando, pasa algo en la locación que es real, y que lo capturas en la cámara, y cómo eso afecta cómo están interactuando los actores. Toma un rumbo nuevo la escena. Aquí era un poco a la inversa: ver cómo dentro de una historia real, con un audio real, podíamos borrar estas fronteras y hacer un lenguaje nuevo”.
El resultado es un juego de roles sobre actuar un papel o una profesión. “Es muy parecido el proceso de ser estudiante [de policía], yo pienso, que al de actor”, dice en un momento Mónica después de sus primeras clases en la academia de policía. Raúl y ella se convierten en guías describiendo a una institución que ha puesto a los más pobres e indígenas en la primera línea de la seguridad pública, y que le enseña a estos futuros oficiales adolescentes a reprimir o disimular su miedo y su dolor. “Me conmovió mucho ver que la mayoría de las personas que están en la academia son personas indígenas con rasgos parecidos a los míos”, dice Mónica al público. “La academia dura seis meses, nada más, y digo ¿cómo en seis meses podrían absorber todo tendrían que saber para ser unos buenos policías?”, se queja Raúl.
Una parte del mediocre entrenamiento que muestra la película le exige a los estudiantes que se lancen de un alto trampolín a una piscina, sin importar si saben nadar. “Es una sensación de abandono y de vértigo”, cuenta Raúl al público. “Y siento que eso es ser policía”.
Un estreno en un momento incómodo
Una película de policías se estrena en un momento en el que la policía no podría tener peor imagen entre la opinión pública. Los abusos de fuerza pública de Estados Unidos a Chile en los dos últimos años han provocado protestas en todo el continente exigiendo reformas estructurales a las instituciones que tienen el monopolio de la fuerza. Y en medio de estas protestas contra la policía, aparece este documental humanizando a dos oficiales enamorados y discriminados en la institución.
“No me gustaría que esta película se leyera como una apología de la policía, porque creo que no lo es, para nada”, dice Ruizpalacios. “Pero realmente no me interesaba hacer una película que fuera una denuncia más de lo que ya sabemos, o que fuera, como dice un amigo mío, ‘películas que podían haber sido un tuit’. Yo quería evitar una película así, que fuera panfletaria o simplista, o que nada más reforzara una visión que ya tenemos”.
El director, en cambio, siente que, al ir contra la corriente, puede ganar más en la discusión pública. “Dándole un foro a una corporación que es repudiada masivamente, me parece que se genera algo más interesante”, añade Ruizpalacios. “La intención no era otra sino humanizar a estas personas y mirar quién está detrás del uniforme con ese nombre, y escuchar, y ampliar nuestra perspectiva, porque creo que es innegable que somos corresponsables de los problemas en los que estamos. Pero es más difícil ver eso. Entonces sí, la película en ese sentido es un reto. Supongo que no va a ser para todo mundo, requiere de que tú hagas este viaje, de dejar al lado tus prejuicios, requiere de escuchar, y eso es algo que nos cuesta trabajo hoy en día. Estamos tan polarizados que es bien difícil ver con empatía lo que nos es lejano”.
Ruizpalacios trabajó en el proceso de investigación y dirección con dos productoras, Elena Fortes y Daniela Alatorre, quienes también esperan que la película traiga una nueva mirada al debate de las reformas que necesita la policía. “Es una relación que se ha roto por completo, la de ciudadano-policía”, dice Fortes. “Queríamos realmente sumergirnos para entender su lado de la historia, para poder complejizar conversaciones que ya se habían vuelto muy estériles”. Como Ruizpalacios, Fortes dice que la película busca “humanizar a la policía y no hacer apología, ni una crítica absoluta”. Mas bien busca “visibilizar los elementos que hacen de esta institución algo tan disfuncional: revela el racismo, el clasismo que existe hacia la policía incluso dentro de la institución”.
Las dos productoras inicialmente querían hacer una película sobre impunidad en un Ministerio Público, pero en el camino se dieron cuenta que eso sería imposible cinematográficamente, y que lo mejor sería enfocarse en la historia de algunos policías. Entrevistaron a decenas de personas que trabajan en el sistema de justicia antes de que alguno de ellos les mencionara la historia de la oficial Teresa. “Es difícil encontrar un mando que no le de miedo hablar, que no le de miedo dar acceso”, cuenta Alatorre. “Teresa siempre dice que su sangre es azul. Y en ese sentido, encontrar a un personaje que sepa por experiencia propia lo que tienen que vivir [los policías], pero con un amor profundo por la institución, a pesar de todas sus frustraciones, hace que sea alguien que quiera contar la historia”.
Visto así, la historia de Una película de policías tiene dos historias de amor, no una. No es solo un documental sobre la ‘patrulla del amor’. Es también la de Teresa como enamorada de una institución que admira pero muy corrupta y que la ataca hasta que le parte el corazón. Esa es una historia de despecho. “Para mí es increíble como ellos, [Teresa y Montoya] solo se tienen a ellos, y eso está en el lado opuesto de cómo se han sentido abandonados por la institución, y por todos los ciudadanos”, dice Alatorre. “Es decir, ¿dónde encuentro mi refugio? Pues es esta persona, es el único lugar”.
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