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ENTREVISTA | Escritora argentina

María Florencia Freijo: “Llegué al feminismo a través del estigma de ser la puta”

La escritora y asesora legislativa argentina reflexiona en su nuevo libro, ‘Mal (Educadas)’, sobre cómo a las mujeres se las prepara para ser sumisas ante la mirada masculina

Beatriz Guillén
María Florencia Freijo escritora argentina Mal (Educadas)
La escritora argentina María Florencia Freijo.Andrea Alegre

A María Florencia Freijo (Mar del Plata, Argentina, 34 años) la han llamado puta muchas veces, también interesada, calientapijas, soberbia, intensa, histérica, tonta, hueca, rubia: mala. Desde niña creció con los prejuicios encima, con una mirada externa que la juzgaba, para premiarla o castigarla. Es el dedo aleccionador que lleva siglos encima del comportamiento de las mujeres a las que se trata de recortar y encajar en el patrón de lo que Freijo llama la “buena mujer”. Con esta premisa, la politóloga y asesora legislativa empezó a trabajar en su segundo libro, Mal (Educadas), editado por Planeta, en el que analiza la educación que han recibido las mujeres desde la Antigua Grecia hasta el TikTok de hoy. Después de enumerar violencias, exigencias y mandatos en casi 300 páginas, sentencia: “Yo me he enfrentado a todos los arquetipos de la mala mujer y al final decidí atribuírmelos. Decidí asumir que soy una mala mujer, porque tengo el deseo de ser una mujer con voz, porque soy feminista, porque voy a incomodar”.

A la posición en la que se encuentra ahora —autora de dos libros sobre feminismo, madre de un niño, columnista, asesora en políticas de género, voz reconocida en redes sociales con cientos de miles de seguidores—, donde reconoce hasta disfrutar de ser “la señalada”, le ha costado mucho llegar. En una videollamada con EL PAÍS desde su casa, Freijo cuenta que luchó mucho por sacarse de encima los motes. “Sufrí mucho. Yo probablemente llegué al feminismo a través del estigma de ser la puta”, afirma seria. Buscó en el movimiento unas respuestas que no encontraba en su entorno de adolescente: “No entendía por qué en mis primeros años de despertar sexual, en esa búsqueda, a mí se me consideraba una puta por hacer exactamente lo mismo que hacían los varones, por tener ganas de disfrutar sexualmente fuera de la monogamia, fuera del amor romántico”.

Esta apropiación del arquetipo —que en España, por ejemplo, hizo la cantante Zahara en su último disco, que tituló Puta— lleva consigo un profundo reclamo retroactivo a la sociedad, a las escuelas, a aquellos que buscaron denigrar o lo permitieron. “¿Sabes cuál es el peligro del estereotipo de la puta? Ese mote nos invalida para denunciar las violencias que sufrimos. Hay un montón de violencias sexuales que no puedes denunciar porque no tienes credibilidad”. Freijo lanza desde este espacio ahora seguro una reflexión urgente: “Ese mote solo le sirve a los varones porque pueden violentar a esa mujer sin tener ningún costo social, es muy fácil, porque la encerraron en el silencio de no poder decir lo que pasa”.

Después de las cuerdas contra su libertad sexual, siguieron otros corsés: los prejuicios por su decisión de abortar, de ser madre soltera, de irse de viaje de trabajo, de escribir con carácter. Freijo se revolvía, trataba de desprenderse y negarse. “Hasta que me di cuenta de que estaba peleando contra molinos de viento. Nada de lo que dijera iba a poder cambiar el sesgo con el que estoy mirada con anterioridad. Entonces decidí sacarme la carga mental de tener que justificar que no soy una mala mujer. No quiero justificar más que no soy una mala mujer, que soy una buena feminista: no, soy una pésima feminista y soy una pésima mujer”. Y la mala se ríe.

“Mujeres cansadas, tristes, hartas de los mandatos sociales”

Freijo no ha tratado con Mal (Educadas), que sigue a su anterior obra Solas, hacer un libro de historia o una profunda investigación. Busca reunir en un tomo accesible todas las pistas que nos da el pasado para entender nuestra condición de ahora: “Mujeres cansadas, tristes, sobrepasadas o hartas de los mandatos y exigencias sociales”. “Las convenciones sociales cambian, pero siguen poniéndonos en los mismos roles tradicionales que arrastramos desde la antigüedad”, escribe Freijo, que considera que la llave para “resignificar nuestra historia” está en identificar todo lo que nos educa, las razones que sumieron a las mujeres en una enorme desigualdad que aún sigue vigente.

“Ese sentimiento de no ser suficiente que tenemos las mujeres parte de una educación milenaria, donde desde chicas se nos prepara para la mirada externa, para ser femme fatales, para atender bien al marido, para vernos bien públicamente, ser agradables y sonreír, se nos prepara para tener un tipo de cuerpo, para sostener, todo nos ha educado para eso”, dice Freijo. “Nos han enseñado que tenemos que modificarnos y recortarnos enteras para transformarnos en esa mujer que va a ser deseada, que va a ser querida”.

Así, la politóloga inicia con citas de Aristóteles —”en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece”—, sigue con los harenes del Imperio Otomano, pone en valor el intento de educación en Roma, coloca los claustros y las brujas en la Edad Media, y de ahí salta a la publicidad hipersexualizada, a los concursos de belleza, al trabajo de cuidados no remunerado, con menciones después a la mirada masculina de Voltaire o al aislamiento que trajo consigo para las mujeres la revolución industrial.

El libro está trufado con experiencias propias de la autora —que es la tercera generación de mujeres que cuidan solas a sus hijos, que sufrió el abandono de un padre o la violencia de una expareja de su madre—, y con citas a Silvia Federici o Mary Beard. Alguna nombrada de forma superficial, pero Freijo trata de abarcar en el ensayo muchas de las violencias que atraviesan a las mujeres.

“Nosotras pasamos por todas las violencias: nacemos de la violencia obstétrica; después salimos a la calle a sufrir la violencia del acoso callejero y del miedo desde nenas, porque es muy desigual la forma en la que conocemos el mundo, nosotras a través del miedo y ellos a través de la aventura; la violencia simbólica de los juguetes, de las escuelas en donde permiten abusos y acosos; la violencia sexual a través de la cultura de la violación, las mujeres llegamos a nuestra primera relación sexual con la formación de saber cómo excitar a un varón sin saber cómo excitarnos a nosotras; la violencia contra la libertad reproductiva, yo tengo un aborto... Si tuviera que elegir una violencia no podría, porque es continuo. Todo eso va sedimentando: una bronca, un dolor, una sumisión. Porque en definitiva son todo mecanismos de control para que las mujeres nos volvamos sumisas”.

Hacia el final del libro, cuando Freijo ya ha dejado claro que no piensa plegarse ni doblarse más a los mandatos, ofrece una pista, un asidero: cada vez que las mujeres señalan un comportamiento sexista, una violencia, alzan la voz, están reeducando, están picando una esquinita de la losa milenaria que llevan encima. Aunque la escritora exige algo más allá del esfuerzo habitual de sus compañeras: “Necesitamos que empiecen ya a involucrarse los hombres, la sociedad civil y el Estado para transformar el sistema educativo, no todo el cambio puede recaer en el feminismo”.

Freijo apremia, empuja, insiste en la emergencia en la que se encuentran las mujeres, y apunta la fuerte resistencia que están hallando en el camino. “El mundo no está cambiando tanto como creemos, no se está transformando en relación a la urgencia de los datos que nos indican la condición en la que están las mujeres en todo el mundo, tendría que ser un escándalo para todos y todas, pero pasa que seguimos creyendo que la vida de las mujeres vale menos y entonces el costo no nos parece tan grave”.

María Florencia Freijo escritora
La politóloga María Florencia Freijo, autora del libro 'Mal (Educadas)'.Andrea Alegre

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Sobre la firma

Beatriz Guillén
Reportera de EL PAÍS en México. Cubre temas sociales, con especial atención en derechos humanos, justicia, migración y violencia contra las mujeres. Graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS.

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