Los muertos y el periodista, la sal en la herida
El periodista Óscar Martínez repasa en su último libro los errores, los aciertos, las dudas y la honestidad del oficio con la violencia como telón de fondo
Duro, directo, franco, puñetazos al hígado...uno y otro y otro y otro más. Y en la lona, otro más ¿esto que hacemos vale para algo?, ¿cambia vidas? “Sí, y a veces peor”. El periodista Óscar Martínez (San Salvador, 1983) acaba de publicar su último libro Los muertos y el periodista (Anagrama), que se presenta este martes en Ciudad de México, un crudo repaso sobre este oficio con la violencia, la injusticia, la miseria, la honestidad o la desesperación como protagonistas y Centroamérica como telón de fondo.
Las moleskines del reportero, garabateadas hasta las tapas, son el hilo conductor de 15 años de trabajo como jefe de redacción de El Faro enfocados en explicar por qué esta es la esquina más asesina del mundo. Una búsqueda que se apoya en tres de los muertos aparecidos en sus reportajes, Rudy, Herber y Wito, unidos entre sí por la libreta y sus miserias. Al calor de los tres, Martínez incorpora reflexiones personales o discusiones editoriales a las que se añaden sus pesadillas o los mensajes que caen de madrugada al celular. Un intento, sin pose ni exageración, por explicar porque bebe más ron del aconsejable o se descubre tomando duchas frías en mitad de la noche. ¿Era esto o ir al sicólogo? “Si bien el libro no va de mis traumas, no puedo negar que afloran en el libro los aciertos, los errores, las frustraciones, la profesión que me consume. O era honesto o mejor no me sentaba a escribir”, explica el autor al otro lado del teléfono.
A veces parece el libro redactado por un viejo. Un libro póstumo o de balance. El testamento periodístico de quien pasó una vida investigando y descifrando el poder y sus mecanismos, pero es el de un tipo que no pasa de los 38 años buscando como un depredador: “La curiosidad es un animal insaciable. Se sacia. Duerme un rato. Se levanta y pregunta: y hoy ¿qué comeré?”, describe.
Con un estilo de catarsis, de gran vomitona, el autor se presenta desde el prólogo: “En las siguientes páginas encontrarán una historia vertebral hilvanada con otras historias secundarias. Todas ellas son desesperanzadoras en esencia”. El primer capítulo advierte: “Lea o abandone”.
Al hilo argumental, que encadena de forma eléctrica personajes que pasan de un escenario a otro, Óscar Martínez suma un estilo propio en la forma y en el fondo. En el fondo porque no es un relato de heroicidades, sino la actitud ante un oficio que a veces consiste en caminar sobre un alambre tendido entre dos torres de Manhattan. Un lugar donde los errores cuestan vidas. ”Nuestro trabajo no es estar en el lugar indicado a la hora indicada”, dice Óscar Martínez. “Ese es el trabajo de los repartidores de pizza. Nuestro trabajo son otros verbos: entender, dudar, contar, explicar, desvelar, revelar, afirmar, cuestionar. Ninguno de esos verbos se alcanza solo con lo que sale de la boca de un policía tras lo que el agente califica de un ‘enfrentamiento’. Pero tantos parecen aceptarlo con tanta normalidad”, dice sobre la profesión de la que forma parte.
En la forma, su manejo del lenguaje es también una constante sacudida. Al gancho al hígado le sigue un cubo de agua fría tras otro. Te entrevisto “porque tu vida interesa más que tu muerte”, escribe en un momento dado.
Para las cuestiones complejas, Martínez maneja la estrategia de diálogo consigo mismo dejando en el aire cuestiones clave: ¿el periodismo vale para algo?, ¿odiar a una fuente?, ¿lealtad a quien traiciona?, ¿una confesión vale una muerte?, ¿una publicación merece la pena?. “No me importa mucho si ese periodista lo hizo porque es un buscador de la justicia o porque quiere ser famoso. A mí me importa mucho si lo hizo bien. ¿Fuiste lo suficiente? ¿Viste, oliste, escuchaste, sentiste? ¿Anotaste, grabaste? ¿Podés demostrar? ¿Cuestionaste a la viuda? ¿Dudaste del padre? Nunca preguntaría: ¿Lo salvaste?”, dice desde El Salvador. El resultado es el mejor Mario Puzo, pero sin Coppola ni Hollywood de por medio, solo pobreza, casas de lámina, barro, confesiones, escuadrones policiales y terribles asesinos que terminan también asesinados. Las “razones estructurales”, tan etéreas y huecas como los informes oficiales que las incluyen, reunidas en un libro.
Todas las historias están ahí y han sido publicadas. A través de una estructura arriesgada en la que se entrecruzan tres tipos que terminarán muertos, sus biografías son reportajes que es posible encontrar en internet. Pero lo que no encontrarán es lo que pasó el día después de la publicación, lo que quedó anotado ese día en las libretas, qué palabras se escribieron en rojo, los dilemas éticos que planteó o las secuelas emocionales que dejó. “No es un manual para periodistas, son mis dilemas. A través de la historia de Rudi y sus hermanos, los tres asesinados, personas humildes que además eran mis fuentes, voy sumando otras microhistorias”, resume.
Todas ellas son historias que hemos escuchado en la cantina, frente a una cerveza o mientras suenan Los Tigres del Norte entonando Tres veces mojado. No hay nada nuevo que no hayamos oído de él ni un Óscar revelado, es la compilación de dos décadas haciendo periodismo en un rincón del mundo donde matar es un verbo que dice poco que requiere de matices: descuartizar, incinerar, decapitar, estrangular, machetear...Ojo por dos ojos, dos ojos por cabeza, cabeza por…”, escribe Martínez. “¿Qué es la violencia extrema? Depende a quién le preguntes”, se responde. Como no hay buenos ni malos puros, el libro escapa del discurso buenista primermundista que elabora estereotipos con los que podemos convivir. Así, el migrante apaleado que genera la solidaridad mundial también violó cuando viajaba en grupo. O el sanguinario sicario también soñó con otra vida para su hija. Y de eso también va este libro. “No escribo para que el lector se sienta cómodo, me gustaría que sintiera rabia, que es un sentimiento muy agitador”, explica desde San Salvador.
Hay libros que resumen una generación y un momento. Lo fue también, en otra dimensión, su primer libro Los migrantes que no importan (Editorial Random House) por su capacidad de poner luz y rostros hace una década a la crisis humanitaria que se vive en México y Centroamérica por donde circulan anualmente casi medio millón de personas sometidas a los abusos más crueles. Un libro que documentó con nombres, fechas, hechos y lugares convertido en un clásico necesario para entender la emigración en esta parte del mundo
Esta vez lo vuelve a hacer. Con Los muertos y el periodista, Martínez vacía en 232 páginas una década de reportajes, investigaciones, consecuencias, frustraciones, dudas, satisfacciones y cagadas. En realidad, el libro no habla en su nombre, sino en el de una generación que paga caro ideas que ocupan pocas letras, pero generan muchos problemas: honestidad, lealtad, periodismo, compromiso, descubrir, exilio, acoso, precariedad, insomnio. Es un libro generacional en el que están Roberto Valencia, Carlos Martínez, Daniel Valencia, Sergio Arauz, Nelson Rauda, Bryan Avelar, Cesar Fagoaga, Fred Ramos, Jennifer Ávila, Wilfredo Miranda o Víctor Peña... periodistas de distintos medios del Triángulo Norte Centroamericano acostumbrados a temer por igual a pandilleros y gobiernos.
Durante algún tiempo, el periodismo en América Latina contó mejor que nadie el aleteo de la mariposa sobre el nenúfar, el sentir del campesino afligido o el silencio de una madre abatida, pero los reportajes de El Faro incorporan el ADN de esta profesión: la noticia. Esta generación incorporó la mala costumbre de sentar a policías en el banquillo por ocultar masacres que perpetraron u obligar a huir del país por corruptos a ministros y presidentes. Como el tiburón que vuelve a la sangre, Martínez describe el momento que supone dar con la pista correcta, el momento en que la entrevista te da lo que buscabas “y te sales de ti”, admite.
Martínez es el mejor de todos nosotros. La perfecta combinación de coraje y tenacidad y talento. Una suma perfeccionada de la rabia de Fallaci, la caza de la noticia de Seymour Hersh, el colmillo de Caparrós y la mirada de Guillermoprieto.
Por cierto, en el libro el final no es un misterio. A Wito le cortaron la cabeza, a Herbert le dejaron con la cara destruida a machetazos, mientras que Rudi quedó reducido a un cráneo perfectamente incinerado sin rastro de humanidad. Durante algún tiempo, al periodismo que escribió la generación que encabeza Martínez se le llamó periodismo de largo aliento, pero este grupo tiene la capacidad de retorcer el idioma y reinventar el género: porque una vez publicado el aliento sigue sin llegar para quien lo publicó.
En todo este lodazal sobresalen margaritas con forma de humor. Como aquel hombre que distorsionaba la voz durante la entrevista para no ser reconocido, o la madre de Rudy, que tiene otros ocho hijos sobre cuyos padres lo único que tenía seguro era que eran nueve hombres.
No es un libro para periodistas. Es un libro que explora el alma humana, lo pasa por la batidora y arroja personajes capaces de los actos más puros y tiernos o los más crueles y sanguinarios. Martínez trata de explicar por qué un lugar se vuelve tan violento y por qué matar es una forma de estar vivo. Por qué el sufrimiento a niveles inexplicables se convierte en el aceite diario que determina cómo un país tan pequeño puede convertirse en el país más violento del mundo. Aquí no hay culpas, pero sí intentos honestos por encontrar explicaciones. He intentado ir con el machete desenfundado y buscar las grietas y salgo rendido ante un libro clarificador, iluminador, agitador y todos lo ‘or’ que quiera usted ponerle. Con toda la sangre que lleva dentro, es un libro con más alma y amor que vísceras.
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