“Para Hollywood los latinos ya no somos solo consumidores de telenovelas, fútbol y narcohistorias”
El director de ‘La Llorona’, nominada en los Globos de Oro como mejor cinta en lengua extranjera, habla sobre el precio que ha pagado por contar uno de los episodios más negros en la historia de Guatemala
No es La Llorona que usted se imagina. La última película de Jayro Bustamante (Guatemala, 1977) da un giro a una de las leyendas populares más conocidas para contar los horrores del genocidio perpetrado en su país a inicios de los años ochenta: Decenas, si no cientos de miles de muertes y desapariciones de indígenas quedaron impunes, tras una guerra civil que se extendió por casi cuatro décadas. En la delgada línea entre lo que no se puede olvidar y lo que no se quiere recordar, entre lo paranormal y lo real, un general logra librarse de las consecuencias legales de sus acciones, pero no de la sed de justicia de la población ni de los espíritus que lo atormentarán hasta sus últimos días.
Tras ser nominado al Globo de Oro y seleccionado como finalista en los Oscar, Bustamante habla por teléfono sobre una apertura inédita de Hollywood al cine centroamericano, de cómo y por qué convirtió el realismo mágico en un grito de batalla, y de su intención de transformar la gran pantalla en una válvula de escape para una región históricamente marcada por la violencia, el miedo y la represión. Lo que sigue es una versión condensada y editada de sus repuestas.
Pregunta. ¿Se imaginaba que su película tuviera tal impacto?
Respuesta. Sinceramente no nos imaginábamos nada de lo que nos está pasando. Aunque no trabajamos para los premios, trabajamos para contar una historia. Y cuando esto empezó a pasar, nos llenó de alegría y de sorpresa. Creo que es importante no tomarlo con emoción, sino con inteligencia para que el momentum no se nos pase. Digo esto no solo para mí, sino para todos los cineastas de la región. Tenemos que entender que esto está pasando, que gracias a una película tenemos luz todos y que ahora tenemos que prepararnos. Creo que cuando lleguen las oportunidades grandes a Centroamérica, vamos a tener que demostrar que podemos. Y hasta ahora hemos demostrado que podemos.
P. ¿En qué punto está el cine de Guatemala?
R. En Guatemala producimos una media al año de cuatro películas. Eso es muy, muy poco. Pero si tomamos como ejemplo el año pasado, de esas cuatro películas, una estuvo en Cannes y ganó la Cámara de Oro. Otra estuvo en Venecia y se ganó el premio del Venice Day [La Llorona]. Otra película estuvo en Berlín. Realmente estamos teniendo exposición y esto es muy importante.
A esto se le suma un movimiento un poco más internacional desde Hollywood y es una apertura hacia la voz latina. De pronto, ya no somos solo consumidores de telenovelas y de fútbol, y ya estamos pasando la línea de ser solo consumidores de narcohistorias. También podemos contar otro tipo de historias. Creo que es de verdad un momento en que nos tenemos que subir a esta ola y empezar a desarrollar una industria. Es un trabajo que nunca me imaginé que me iba a tocar, pero que al final te llena de muchas satisfacciones, diferentes a los premios, a lo económico y al resto de cosas que conocemos.
P. Mucho de lo que sabemos Centroamérica se cuenta desde fuera. ¿Por qué cree que era importante contar esta historia con una visión desde Guatemala?
R. No creo mucho en las fronteras ni en las limitaciones de ese tipo. Creo que la creatividad tiene esa capacidad de transformar y que los puntos de vista cuanto más diversos, más interesantes son. Agradezco mucho a todos los directores y periodistas que han hecho cosas sobre nosotros, pero de alguna manera es nuestra responsabilidad contar lo nuestro. Somos una región que sale apenas del miedo, un miedo que nos obligaba a estar en silencio. Lo que más me gusta es ver que hay gente que está venciendo esos miedos. Eso quiere decir que las próximas generaciones serán menos miedosas y podrán hablar más.
P. ¿Cómo surge la idea de contar uno de los episodios más negros en la historia de Guatemala con la leyenda de La Llorona?
R. La gana era hablar de comunista como insulto en el país y de las deformaciones de ese insulto. En Guatemala, el comunista es el enemigo del Estado y también se usa contra los defensores de los derechos humanos. Cuando te pones a pensar que en Guatemala se usa un insulto así, podés entender que un genocidio pueda pasar en el país. Eso me llevó a hablar del genocidio, de la impunidad, de cómo se fueron dando los juicios [sobre esos crímenes].
Todas estas cosas me invitaron a crear una ficción en la que pudiera haber una catarsis comunitaria, un espacio donde nos pudiéramos inventar un grito de justicia. Sabía que era muy difícil que la audiencia local lo aceptara, entonces había que volver a la manera tradicional de contar historias cuando son historias duras: a la fantasía, los cuentos de hadas o las leyendas. De ahí me agarré a La Llorona.
El horror era una manera muy lógica de hablar de un genocidio. Después el challenge fue más cómo hacer que el lenguaje del horror no se comiera el horror del genocidio y ese fue el balance que tratamos de hacer para que fuera más una película de realismo mágico y menos una película de horror de saltos.
P. El hecho de que el realismo mágico se vuelva una forma de hacer justicia ante la impunidad tiene algo de fantástico y de desesperanzador al mismo tiempo…
R. Para mí es el reflejo de lo que tenemos. Como no tenemos Estados protectores ni Estados de justicia, es lo que nos queda como recurso. Claro que es desesperanzador. Al mismo tiempo, el realismo mágico y la psicomagia son caminos que no debemos abandonar. Los rituales sirven mucho para el ser humano, para hacer catarsis personal o para hacer saneamientos psicológicos, pero si solo tenemos eso, seguiremos donde estamos.
P. Mucha gente escucha La Llorona y se imagina la típica película hollywoodense de terror. ¿Le preocupaba esto?
R. No pensaba tanto en lo que la gente se iba a imaginar. Pensaba más en lo que yo quería cambiarle a La Llorona. Quería quitar el machismo a la leyenda, que es nuevo porque las versiones mesoamericanas no están basadas en eso. Quería cambiar el hecho de que La Llorona en el cine siempre se representara como un monstruo, cuando en realidad es una princesa mesoamericana. Si te das cuenta, los monstruos femeninos siempre son más monstruos que los monstruos masculinos, incluso Satanás es representado como un gran caballero en el cine. No digamos Drácula. Quisimos traer a La Llorona con la imagen de una mujer justiciera, digna, con peso.
P. En la película, la culpa atormenta a los militares. ¿En la realidad existe esta culpa entre las élites por lo que pasó?
R. Completamente. Es una culpa que se ha ido transformando en una distorsión de verdades y en una forma de negar a las víctimas el sufrimiento. Hay muchas élites militares que ya no comulgan con esto, pero si nos vamos a lo tradicional y general, lo que dicen es que toda esa gente se merecía morir. Y de ahí, socialmente nos podemos ir a la discriminación, que es mucho más grave, y al sistema meritocrático, en el que creemos que la gente está jodida porque se lo merece y que la gente sale adelante porque se lo merece. No es cierto. La gente está jodida porque les permitimos ese lugar de acción. Es ese espejo de reflexión el que nosotros queríamos plantear en la película.
P. ¿Le ha traído represalias contar esta historia?
R. Al inicio, cuando empezamos a filmar, tuvimos una especie de amenazas anónimas o de consejos de advertencia, pero ahora mismo no. Sí tenemos miedo. Eso es innato en nosotros: el miedo a la represión. También he sido blanco de muchos insultos. Hay quienes creen que llamarme comunista o izquierdista es un insulto. Muchas veces he tratado de explicar que el comunismo es una de las ideas políticas que menos me atrae, porque no me atraen las ideas totalitaristas.
P. El idioma kaqchikel es uno de los grandes protagonistas de sus películas. ¿Por qué ha decidido darle este impulso?
R. En La Llorona usamos dos lenguas mayas: el ixil y el kaqchikel. El ixil, porque fue la etnia más afectada durante el conflicto armado. El kaqchikel, porque yo crecí en una comunidad kaqchikel. Mi abuela era kaqchikel. Tengo lazos muy importantes con la comunidad. De alguna manera, la he incluido porque es la lengua en la que yo me siento seguro. Son idiomas oficiales en nuestro país, pero que no tienen espacios y espero que visibilizarlos contribuya a fortalecer el orgullo de nuestros orígenes, que tanto renegamos.
P. ¿Ha pensado qué le gustaría que pasara en los próximos Globos de Oro?
R. No le quiero echar la sal (risas). Cuando me conviene soy supersticioso y religioso.
P. ¿Cambia algo que pase todo esto en medio de la pandemia?
R. Sí. Para mí el cine es todo, pero no puedo anteponer mi película al bienestar general. Es lo que hay y con lo que hay haremos lo mejor que podamos.
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