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La mecha del feminismo enciende México

El movimiento se ha endurecido en un país que cuenta 10 asesinadas al día y amenaza con prolongar una lucha contra “la persecución política”

Erika Martínez, madre de una víctima de abuso sexual, en las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. En video, entrevista a mujeres feministas en la Ciudad de México. Vídeo: FOTO| VIDEO: NAYELI CRUZ
Carmen Morán Breña

El feminismo es una mecha en México. “Ya es solo cosa de que la flama baile un poquito y todo explote”.

-¿Y qué espera de esa explosión?

-Un incendio nacional, una revolución institucional. Puede parecer utópico, pero solo hay dos caminos: la gestión y las leyes o un rollo más preparado de combate, dice la feminista Nayeli por teléfono.

Y va ganando el combate, tanto en la calle como en las instituciones. Los últimos días se ha desatado una pelea entre los movimientos de mujeres y los representantes políticos que no deja un cabo para desenredar el ovillo. Unas se agarran a golpes con la policía, los otros siembran un venenoso discurso de persecución y señalamiento. Y 10 mujeres son asesinadas cada día; 300 al mes; 3.000 cada año.

La policía encontró el cuerpo destrozado de Ingrid Escamilla el 11 de febrero. El criminal fue detenido y seis agentes investigados para determinar quién de ellos filtró tan sangrientas fotos a los medios de comunicación. Preguntada la Fiscalía seis meses después, nada se sabía aún de esos agentes, que siguen en sus puestos de trabajo. Pasan los años y los crímenes, y las respuestas siempre son las mismas: silencio e inacción. Más de un 90% de impunidad.

Erika Martínez repite de nuevo cómo abusaron de su hija a los siete años y cómo el agresor sigue tranquilo en su casa, pero esta vez habla desde la oficina nacional para la defensa de los Derechos Humanos de México, que ha sido okupada por los movimientos feministas. Allí siguen encerradas unas decenas de mujeres, víctimas todas, unas alojadas y otras en la “acción directa”. Rechazan la palabra violencia, de la que se les acusa una y otra vez por sus fogatas en las calles, el destrozo de vidrios, lanzamiento de explosivos caseros y la pelea cuerpo a cuerpo contra la policía en las manifestaciones.

Vestidas de negro y con las cabezas encapuchadas, cinco pares de ojos dialogan con este periódico en la sede de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), convertida en un refugio para víctimas de maltrato por donde corretean algunas niñas vestidas de princesa y con plumas de colores en el pelo. No hay una pared por la que no haya pasado el espray: “Yo no salí de tu costilla, tú saliste de mi coño”; “vamos a quemar todo hasta destruir su indiferencia”. En el patio interior se acumula la ropa en el suelo, los sacos de papas, montones de zapatos. Son donaciones para que las encerradas aguanten. El aparente caos tiene un orden, sin embargo. Carteles en la pared identifican cada cosa: ropa de bebé, de adulto. Lo mismo en la cocina de la casa, donde la nevera distingue los alimentos para veganos y la intolerancia a la glucosa o el trigo. Erika se encarga de la logística, ella puede salir y entrar sin problema, a cara descubierta, es una víctima y se la trata con consideración.

Los brazos de María están negros de moretones. No hace ni dos días hubo pelea con la policía en la manifestación para reclamar el aborto en el país. Las cinco se han encapuchado y elegido un nombre para este reportaje. María habla dulce y serena, cuida niños y sale a dar patadas contra los feminicidios cuando toca. Rebeca, 22 años, estudia Economía y se ríe tímida cuando le preguntan por su futuro laboral quizá en la política. Anónima no quiere decir su edad, es algo mayor que las demás y cuando la policía le aplasta el cuello con la bota reza para que no la liberen: “Como me suelte… capaz y me vuelvo asesina, pienso”. Flor se dedica a la restauración de muebles y a Sofía la expulsaron de la universidad por prender fuego a las instalaciones. Su meta es el cine, con Agnès Varda como inspiración. “Cuando te violan a los seis años…”, dirá en algún momento de la conversación.

“Somos mujeres rotas que buscan sanarse”, dice una de ellas, no importa quién. “Cuando nos ponemos la capucha, todas somos la misma, ningún dolor es más que otro”. El Bloque Negro aúna a mujeres que pertenecen a distintas organizaciones feministas. Son la barrera, explican, que protege a las demás en las manifestaciones y las que aparecen en los medios de comunicación “amarillistas” metiendo fuego al mobiliario urbano, destrozando a mazazos los cristales de las tiendas, de los coches. Han hecho de la lucha “una forma de vida”.

“Violencia es la que se ejerce contra una persona, no contra una pared, que no siente, es una forma de protesta, si no lo hiciéramos en una manifestación sería vandalismo, pero tenemos que hacer ruido, es la única forma de que nos escuchen. El ruido en una protesta tiene significado”, argumenta Anónima. “Violencia son los feminicidios, estar en peligro en casa, en el metro, en la sala de clase”, añade María.

La capucha les protege también del miedo, “que es el método de control del poder. Queremos dinamitar ese concepto”, sigue Anónima. Plantarse delante del escuadrón policial y agarrarse a madrazos conjura el miedo, el de la niña que guardan muy dentro y el de la adulta que camina de noche, el de una misma y el de todas. “Tener miedo en un país como este no es una opción”, asegura Sofía.

Una mujer  perteneciente al bloque negro feminista, descansa en el patio central de las instalaciones de la CNDH.
Una mujer perteneciente al bloque negro feminista, descansa en el patio central de las instalaciones de la CNDH.Nayeli Cruz

¿Acaso la violencia se combate con violencia?, clamaba estos días la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. “Abramos ese debate”, decía. “No creo que eso sea feminismo”, rechazaba en alusión a la pelea de las encapuchadas contra la policía.

Debate abierto, no hay nadie entre las consultadas que no comprenda la rabia y el dolor de estas mujeres, que no entienda o justifique que se rompa, que se pinte y que se queme. “Todo esto tiene que ver con las nulas respuestas a las demandas, el nulo cumplimiento de la ley y de la justicia, con políticas públicas desaparecidas, con recursos inexistentes. Por primera vez hay un movimiento que no está controlado ni dirigido por nadie”, afirma la abogada experta en derechos humanos Patricia Olamendi, de 64 años, fundadora de Nosotras tenemos otros datos, quien acusa directamente a los representantes políticos de una “persecución del feminismo en México, de señalamientos continuos”. “¿No decía el presidente [Andrés Manuel López Obrador] que hay que llegar al origen de las cosas? Pues el origen es la violencia en la que viven las mujeres. Ese es el debate que hay que abrir. ¿Por qué no disminuyen los feminicidios?”.

Las Brujas del Mar es el movimiento feminista de Veracruz que convocó la exitosa huelga nacional femenina el pasado 9 de marzo, un día después de la manifestación más populosa que haya vivido el país el día de la mujer. Su vocera, Arusi Unda, coincide en que la radicalización del movimiento responde a “la persecución política” a la que están siendo sometidas, acusadas de servir a intereses políticos. A Unda quisieron relacionarla con el presidente panista Felipe Calderón, como Claudia Sheinbaum “señaló esta semana a Beatriz Gasca”, una mujer que donó víveres a las encerradas en la sede de los Derechos Humanos y que fue despedida de su trabajo de inmediato cuando la jefa de Gobierno hizo público su nombre ante los medios de comunicación. “La lucha feminista se está adaptando a las circunstancias y echando a volar. Los políticos hablan de violencia, pero no dicen cómo está afectando a la psique de las mexicanas que haya 10 asesinadas cada día, y encima haya caza de brujas. El Gobierno está creando guerreras”, dice.

¿Se combate la violencia con la violencia? Quizá no, pero la violencia solo engendra violencia, y “el discurso del presidente contra algunas de estas mujeres está siendo discriminatorio y de odio, muy peligroso. Se habla de infiltradas, son mentiras”, responde Olamendi. “Las palabras de un presidente son políticas públicas”, sigue la abogada. En ese sentido, es lógico que el rechazo hacia estas jóvenes haya calado entre la población, que ve vandalismo donde ellas hablan de lucha y de derechos, de seguridad y de empleo, de integridad física y respeto. “El feminismo nunca fue pacífico, ninguna revolución lo ha sido”, sostienen las encapuchadas.

Marta Lamas es una feminista de consideración internacional. Ella y otras muchas pusieron en marcha la lucha de las mujeres hace 50 años. A sus 73, recuerda: “Salíamos a la calle y no se nos ocurría que podríamos ser secuestradas, no había feminicidios como ahora, sí había zonas donde el machismo te podía hacer pasar un mal rato. Pero el contexto ha cambiado brutalmente y las formas de intervención también”, dice cuando se le pregunta si el movimiento se está radicalizando. “Entonces salíamos de la universidad y había trabajo y departamentos para rentar, ahora estamos en un capitalismo que anula las aspiraciones laborales”.

En el Gobierno de Vicente Fox, unas cuantas feministas fueron a entrevistarse con la mujer del presidente, Marta Sahagún, quien se interesó por sus demandas. “Nos preocupan los feminicidios, le dijimos, y nos respondió: ¿los qué?”, recuerda Lamas. “Señorita extraviada”, decían entonces los carteles por las calles, con la foto de la desaparecida. “Ahora los secuestros y los feminicidios tienen un carácter sistémico, con el narco implicado. Un Gobierno no puede resolver eso, pero sí atender a las víctimas, con la policía y la justicia”.

“Veo llegar a mis alumnas a la universidad, después de dos horas de viaje en transporte público, procedentes de familias en precariedad, con un tío que las manosea, quizá las hayan violado y aquí comienzan a pensar en todo ello. Tienen la necesidad de ser escuchadas y de legitimar su dolor”, prosigue Lamas.

Yanderi Sánchez conoció el machismo a través de una exposición fotográfica donde se llamaba por ese nombre a lo que ella y tantas mujeres estaban viviendo. “Yo veía normal que mi abuela le dijera a sus nietas que sirvieran la comida a sus hermanos. Pero ser feminista en México es peligroso, somos muy atacadas. Cuando mi pareja me pegaba, con sangre en la pared, yo le preguntaba por qué lo hacía. Porque quiero pegarte, me respondía. ¿Violencia? Hemos buscado todas las formas posibles para tener justicia y el Gobierno no nos voltea a ver”. Sánchez ha sido violada en seis ocasiones por diferentes personas.

En una manifestación feminista en México basta acercar el micrófono a alguna de convocadas para encontrar una historia de horror, de golpes, quizá de muertes y desapariciones. Yanderi Sánchez, de 35 años, se unió al movimiento Ni Una Menos, al que se sumó también Daniela Sánchez, de 37, harta de que su marido le pegara y le maltratara económica y psicológicamente. “Pensé que al nacer la niña… pero no, ni siquiera le gustó que fuera niña”. Él es abogado y ahora está preso, pero Daniela vive con miedo a una pronta liberación. “Me ha denunciado siete veces”. “Claro que tengo miedo. Y hartazgo y repudio y cansancio; te voy a llenar de plomo la espalda, a destazar con mis manos, me decía él”.

¿Y los hombres?

Que el movimiento feminista en México se está poniendo recio lo observa Arusi Unda no solo en los altercados en la calle, “también en el separatismo, en la creación de espacios libres de hombres, espacios seguros donde compartir entre mujeres propiciados en los últimos tiempos debido a la pandemia que ha impulsado las relaciones virtuales”, donde es fácil esa segregación.

“Ya no me interesa saber si hay hombres buenos o no maltratadores”, afirma una de las encapuchadas. “Si te dan una caja de chocolates y te dicen que uno de ellos está envenenado, ¿te arriesgarías a comer? El beneficio de la duda es el origen del maltrato, ahí es donde empiezan los feminicidios, la trata, los secuestros, cuando piensas que no lo van a hacer”.

“La castración química no es suficiente, le cortaría el pene a cada uno”, sugiere Yanderi, cuando recuerda sus violaciones.

“México es un país feminicida”, sostiene Rebeca bajo el pañuelo negro que cubre su boca.

“No exigimos campos de concentración para hombres, solo sentido común”, reclama Nayeli por teléfono.

Marta Lamas, sin embargo, cree que la política debe encontrar su camino. “Hay grupos que se sientan a negociar y otros que no quieren. En la toma de la sede de Derechos Humanos veo zonas grises. Sí creo que hay algunas filtraciones, influencias políticas para desgastar al Gobierno, y conste que yo no comparto la postura del presidente, pero creo que hay otros intereses que también mueven estas acciones. [En estos movimientos feministas] está faltando una parte organizativa, política, con un pliego de peticiones y una negociación. Lo que pasa es que en este país la palabra negociación no se ve como diálogo o pacto, sino que está connotada como una acción espuria. Entiendo a esas mujeres que salen a pelear y me entusiasma su energía, pero hay que hacer política. Eso me preocupa”. El libro que Marta Lamas acaba de entregar a imprenta se titula Dolor y política.

Las últimas manifestaciones feministas han visto cerrado su paso por un batallón de mujeres policía, lo que ha dado lugar a críticas desde el Gobierno, que dice no entender qué hay de feminismo en pelear contra otras mujeres. “Las ponen a ellas para argumentar después que nos enfrentamos entre nosotras, es una utilización de esas agentes”, sostienen las feministas. “La señora de derechas que hay dentro de mí me dice que no está bien patear a una policía, pero mi señora pedera, enojada, sugiere que es la única forma en que nos van a escuchar”, sigue Nayeli por teléfono. “Porque hemos llamado a la puerta del presidente y no nos ha recibido”.

Cuando estas mujeres se ponen la capucha conjuran el miedo. “No nos vamos a callar, no tenemos miedo, mis amigas están conmigo, llegaremos hasta donde topemos, siempre adelante. Estamos haciendo reaccionar a los políticos. Algunos incluso nos dicen que sigamos haciendo ruido, que viene bien para que sus jefes escuchen. También han cambiado las cosas entre nosotras, ahora veo a las mujeres más seguras, unidas y empoderadas”, afirma Flor en la casa okupada.

“Los que tienen miedo ahora son ellos [los representantes políticos]. Evitan nombrarnos y cuando lo hacen es para descalificarnos y poner a la sociedad en nuestra contra. Quieren hacer creer que las feministas son locas que van a pegar a otras mujeres”, añade Arusi Unda.

La Red Nacional donde se agrupan mediante redes sociales miles de mujeres y organizaciones en México ha montado un grupo de expertas en tecnología, las ciberfeministas, que cuida de que lo que se dicen en esos foros no llegue a manos de la inteligencia política y las defienden de ataques organizados en Internet. “Nos intimidan en redes sociales, nos inventan nexos con empresas o partidos”, asegura Unda. Pero se están organizando.

En la sede okupa, ahora refugio de maltratadas, las cinco encapuchadas se abrazan para la foto. Se dedican cuidados y mimos, se sienten seguras y en su casa. “El miedo ha cambiado de bando”.

Interior de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de la Ciudad de México después de varias semanas de haber sido tomadas por colectivos de mujeres feministas.
Interior de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de la Ciudad de México después de varias semanas de haber sido tomadas por colectivos de mujeres feministas.Nayeli Cruz

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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