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Nikki Haley juega contra Trump en casa (y lleva las de perder)

Las encuestas dan al expresidente una victoria aplastante en las primarias de Carolina Sur, Estado en el que nació y fue gobernadora la única rival republicana que queda en pie

Nikki Haley
Nikki Haley (izquierda), con sus simpatizantes en un mitin en Georgetown (Carolina del Sur), el pasado jueves.BRIAN SNYDER (REUTERS)
Iker Seisdedos

Nikki Haley juega este sábado en casa, pero lleva todas las de perder. La única rival de Donald Trump aún en pie en la carrera por la designación republicana para las elecciones presidenciales es como uno de esos equipos de mitad de la tabla a punto de jugar un partido ante los suyos frente al líder imbatible de la liga. Salvo que se obre un milagro, no tiene forma de ganarlo. El encuentro será en las primarias de Carolina del Sur, Estado en el que Haley nació y en el que fue gobernadora entre 2011 y 2017, antes de atender la llamada de (precisamente) Trump para ocupar el cargo de embajadora de Estados Unidos ante la ONU.

La candidata lleva toda la semana recorriendo el Estado sureño y repitiendo básicamente el mismo mitin, uno de cuyos puntos álgidos llega cuando suelta: “Había 14 hombres en esta carrera; me he llevado por delante a 12, ya solo me queda el último”. Doce son los rivales del partido que fueron quedando por el camino en los últimos meses, Ron DeSantis, gobernador de Florida y expromesa republicana, incluido. Pero el último es también el más difícil: Trump la aventaja en las primarias de este sábado en casi 35 puntos, según las encuestas.

Si se cumplen los pronósticos, será la cuarta cita temprana de la campaña electoral que Trump se lleva sin demasiado esfuerzo, tras Iowa, New Hampshire y Nevada. Pero Haley, que tiene desde hace meses el 24 de febrero marcado en rojo en su calendario como su gran oportunidad, ya avisó este martes que, sea cual sea el resultado, no piensa “ir a ninguna parte”. Que seguirá peleando; primero, en Míchigan, y después, el 5 de marzo, en el famoso supermartes, día en el que coincide el mayor número de elecciones primarias en Estados por todo el país.

Por un puñado de votos, Haley recorrió el miércoles y el jueves 500 kilómetros, a dos mítines diarios, para dejarse la piel en North Augusta, uno de esos pueblos americanos que se dejó engullir por su propio suburbio, y en Myrtle Beach, ciudad de vacaciones en temporada baja, así como en los coquetos y adinerados puertos de Beaufort y Georgetown. Si algo tienen en común estos cuatro lugares es lo poco que se parecen a Bamberg, la localidad en mitad de la nada en la que nació Haley hace 52 años. Se trata de una comunidad de clase obrera, decididamente demócrata y de mayoría negra (63,7%). Lo primero es toda una rareza en Carolina del Sur, que ha votado republicano en las últimas 11 elecciones presidenciales. Lo segundo, no tanto: con un 27,09%, es el quinto Estado con mayor porcentaje de población afroamericana de la Unión. Es un segmento que no la apoyó cuando se presentó a gobernadora. Esta vez, tampoco la ayudarán en su conquista ciertos desafortunados comentarios de la candidata, que se negó a citar en televisión la esclavitud como la causa de la Guerra de la Secesión.

El miércoles pasado fue imposible encontrar en Bamberg un simpatizante de Haley, pero sí al menos un vecino que la recordaba. “Era amiga de mi nuera en el colegio cuando estaba en octavo [14 años]. Este es un lugar pequeño, ¿sabe? Todos nos conocemos. Mi nuera habla de ella con cariño”, contó Jeff Deibel, que dirige la radio local y aquel día estaba tomando fotos del hueco que dejó en “un edificio de tres plantas” un tornado que arrasó en enero el pueblo, de unos 3.000 habitantes.

Racismo en la infancia

La semana pasada, el autobús de campaña de Haley (la “Bestia del Sudeste”, lo llama) paró aquí, y la candidata pudo comprobar personalmente los destrozos. “Este es el pueblo que me enseñó a ser fuerte”, dijo a sus antiguos vecinos. En sus memorias (dos hasta la fecha) recuerda con menos cariño sus años en Bamberg y habla del racismo que sintió cuando la niña Nimarata Randhawa aún no se había cambiado el apellido por el de su marido y su familia era la única de origen indio del lugar a la que dos veces les negaron la venta de una casa por su origen étnico. O de cuando la eliminaron de un concurso de belleza por no ser “ni negra, ni blanca”.

Deibel, como muchos de los que acuden estos días a los mítines de la aspirante, no tiene muchas esperanzas en su triunfo. “Nuestro sistema favorece la polarización. Y los partidos, en lugar de las personas, así que no le veo mucho futuro”, opina. Y como esos simpatizantes, también considera que fue una buena gobernadora. Así piensa Deborah Brooks, que recordó antes del mitin de Augusta su “extraordinario y compasivo papel cuando evitó que la tragedia de Charleston se convirtiera en una revuelta”. Brooks se refería a la matanza en 2015 de nueve afroamericanos en una iglesia a manos del joven supremacista blanco Dylann Roof, que desembocó en otra de las piedras de toque de la biografía de Haley: aquel día en que ordenó arriar la bandera confederada del Parlamento estatal. Otro de sus votantes, Monty Steedley, que apoyó a Trump en 2016 y 2020, argumentó que veía en ella la “única opción posible”. De Joe Biden, más que probable candidato demócrata, no quiere ni oír hablar, y al expresidente lo juzga “demasiado obsesionado consigo mismo” y aún siente “escalofríos” al recordar el asalto al Capitolio. “¿Qué habría pasado de tener al Ejército de su lado?”, se preguntó.

Votantes de Haley con carteles que dicen: "Carolina del Sur ama a Nikki", el miércoles en el pueblo costero de Beaufort.
Votantes de Haley con carteles que dicen: "Carolina del Sur ama a Nikki", el miércoles en el pueblo costero de Beaufort.ALYSSA POINTER (REUTERS)

Ambos argumentos, su hoja de servicios como gobernadora y el cálculo de que carga con menos equipaje para vencer a Biden, son recurrentes en los discursos de Haley, en los que defiende que bajó el paro cuando estuvo al cargo de Carolina del Sur y que atrajo a empresas como Boeing o BMW. Culpa a Washington de todos los males y promete meter al Capitolio en vereda. También ataca a su rival del sábado por su avanzada edad, por engordar la deuda pública mientras fue presidente, por su simpatía con Vladímir Putin o por sus ataques a los veteranos, asunto en el que la candidata, tras meses de evitarlo, ha decidido entrar en el terreno de lo personal: suele contar que su marido estuvo destinado en Afganistán y recuerda aquella vez que el magnate dijo que los estadounidenses que mueren en la guerra son unos “perdedores” y unos “capullos”.

En sus mítines, Haley también muestra algunas de sus contradicciones. Por ejemplo, cuando hace valer que sería la primera mujer en la Casa Blanca, pero rechaza la retórica feminista, no apta para su base conservadora, del “techo de cristal” que casi rompió Hillary Clinton. O cuando la hija de un profesor que emigró a Canadá desde India con ocho dólares en el bolsillo aboga por la deportación como la única salida a la crisis migratoria.

Sus simpatizantes, como Bob Cook, presente en el mitin de Georgetown junto a su perro Wallen, al que le enfundó una camiseta de I Pick Nikki (Yo me quedo con Nikki), ven en esa batería de propuestas la viva imagen de la cordura ―eso, confían en su campaña, tal vez le haga ganarse el favor de los indecisos e independientes―, así como la “vuelta a las esencias del Partido Republicano de toda la vida”. Tal vez Cook no se haya dado cuenta de que esa formación ya no existe.

David Sandifer, simpatizante y 'doble' de Donald Trump, este jueves a las puertas de un mitin de Nikki Haley en Myrtle Beach (Carolina del Sur).
David Sandifer, simpatizante y 'doble' de Donald Trump, este jueves a las puertas de un mitin de Nikki Haley en Myrtle Beach (Carolina del Sur).iker seisdedos

O quizá es que está secuestrada por el fervor de aquellos espontáneos que se presentan en todas y cada una de las paradas del autobús de campaña de Haley con señales de apoyo al expresidente. Estos días, la de Myrtle Beach fue la más concurrida y bullanguera. Al frente estaba un tipo llamado David Sandifer, al que le gusta disfrazarse del magnate “para mostrarle su apoyo”. Además del traje azul, la corbata roja y la peluca amarilla, se presentó con el resto de la equipación oficial del trumpismo: el bulo de que la elección de 2020 le fue robada, la denuncia de que los juicios contra él (se enfrenta a 91 delitos en cuatro casos distintos) tienen una motivación política, la advertencia de que si acaba en la cárcel eso podría desatar un “levantamiento” y la teoría de que si Haley está aguantando es porque unas fuerzas oscuras están financiando su campaña con el fin de dividir a los republicanos y allanar el camino hacia la reelección de Biden.

Más allá de las conspiranoias, el historiador de Georgetown Michael Kazin considera que el empeño de Haley puede deberse a dos motivos: “la vana esperanza de que alguno de los líos judiciales de Trump ponga a los votantes de su partido en su contra”, o que lo esté haciendo con vistas a posicionarse como candidata en 2028. Otros, como su compañera en la universidad de Clemson, Carie Mager, lo achacan a su personalidad “muy, muy tozuda”.

O, quién sabe, tal vez es que cuando camina decidida al estrado en uno de sus mítines va repitiéndose a sí misma el eslogan de Carolina del Sur, una frase que adorna junto al palmito, árbol oficial del Estado, las matrículas de sus coches: “Mientras respire, aún hay esperanza”.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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