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Irlanda contra el Reino Unido, un combate con los inmigrantes como saco de boxeo

Miles de personas llegan a la isla procedentes de territorio británico a través de Irlanda del Norte para escapar de las deportaciones a Ruanda

Olalekan Makinde, de Nigeria, estudia los papeles de inmigración este jueves dentro de su tienda, en Dublín.
Olalekan Makinde, de Nigeria, estudia los papeles de inmigración este jueves dentro de su tienda, en Dublín.
Rafa de Miguel

Olivia Headon llama discretamente a la puerta de cada una de las tiendas de campaña instaladas a orillas del Gran Canal, el brazo de agua que recorre Dublín y conecta la ciudad con el río Shannon. Junto a un grupo de voluntarios, ha traído medio centenar de esterillas aislantes para evitar que la humedad cale en los huesos de los inmigrantes hacinados a lo largo de 100 metros. “Algunos no tenían ni idea de que iban a acabar en Irlanda y otros han huido del Reino Unido por miedo a que los acaben deportando a Ruanda”, explica Headon, que ha trabajado durante una década para el departamento de comunicación de la Organización Internacional para las Migraciones (IOM) de la ONU en zonas de conflicto como Ucrania o Somalia.

El país que más inmigrantes envió durante casi un siglo al resto del mundo se enfrenta ahora a una crisis migratoria que lo ha pillado con la guardia baja, incapaz de dar una respuesta eficaz y humanitaria al aluvión de recién llegados, y enzarzado en un conflicto diplomático con su vecino y rival, el Reino Unido.

“Irlanda no será el resquicio por el que se cuelen los problemas migratorios de otro país”, protestaba a principios de este mes Simon Harris, primer ministro de la república. Su Gobierno acusa a Londres de haber permitido que miles de solicitantes de asilo entraran al país vecino desde Irlanda del Norte, territorio británico. Ante la posibilidad de ser deportados a Ruanda a partir de julio, cuando el primer ministro británico, Rishi Sunak, se ha empeñado en que comiencen los vuelos, muchos inmigrantes irregulares han decidido huir al territorio de la UE más cercano y accesible.

Olivia Haedon, voluntaria, repartía este viernes esterillas entre los inmigrantes del campamento de Dublín
Olivia Haedon, voluntaria, repartía este viernes esterillas entre los inmigrantes del campamento de DublínRafa De Miguel

El Brexit trajo consigo el protocolo por el que se preservaba una frontera abierta entre las dos Irlandas, y esos 500 kilómetros porosos se han convertido en una vía fácil de acceso por carretera o por ferrocarril.

Cerca de 7.000 personas han llegado este año a la isla. Al ritmo actual, el Gobierno cree que podrían llegar a las 20.000 a finales de año, y exige poder devolver a la mayoría de ellas —un 80%, ha calculado— al territorio británico desde el que asegura que llegaron.

Irlanda, un país de cinco millones de habitantes, acoge desde el año pasado a 75.000 ucranios y cerca de 25.000 aspirantes a refugiados de otros muchos países: Siria, Afganistán, Camerún, Jordania, Palestina y, principalmente (hasta un tercio de los recién llegados), Nigeria.

“Nadie de los que conozco aquí quiso acabar en Irlanda”, explica el marroquí Abdel, de 33 años. Lleva más de siete meses en Dublín, junto a su esposa húngara, Evelyn, de 22 años. Los dos ocupan una de las tiendas del campamento improvisado. Antes recorrieron media Europa, después de un problema judicial en España que prefiere no detallar. La pareja acabó en el Reino Unido. Y fue allí donde comenzaron a oír cada vez más el rumor de que Ruanda podía ser su destino final. “Decidí que nos veníamos para aquí, aunque ahora me encantaría advertir a muchos de mis compañeros que Irlanda es el país equivocado”, añade. “No están preparados para esto”.

Durante casi un año, se acumularon las tiendas de campaña —el modelo fácil de desplegar, instalado en apenas dos segundos, que es tan popular— alrededor de las oficinas de Protección Internacional, en Lower Mount Street, casi frente a frente con la Delegación de la UE en Dublín. Regalaba tiendas y sacos de dormir el propio Gobierno irlandés, incapaz de dar alojamiento a los inmigrantes que iban llegando. Un espectáculo dantesco de hacinamiento y falta de higiene en el centro de la ciudad.

Una madrugada, a finales de abril, decenas de policías, junto a grúas y autobuses, despejaron a la fuerza la calle. Se llevaron a centenares de inmigrantes irregulares a dos campamentos improvisados a las afueras de la ciudad, con tiendas más grandes, duchas, cuartos de baño, comedores y mejores instalaciones.

La calle se llenó de bloques de hormigón y vallas de metal, para impedir que surgiera un nuevo campamento. Pero los nuevos centros no tenían espacio suficiente para todos, y muchos de los recién llegados no querían estar aislados, lejos de la ciudad, incapaces de atisbar oportunidades de mejora.

Volvieron a la ciudad. Hasta 300 nuevas tiendas se montaron a lo largo del Gran Canal. Y la policía volvió a desalojarlos. En vano. Este miércoles, había otro asentamiento con 50 tiendas. El viernes sumaban ya 100. No dejan de llegar.

De los 12 inmigrantes consultados para este reportaje, solo dos han reconocido que huyeron del Reino Unido ante la amenaza de acabar en Ruanda. Pero todos tienen miedo de contar la verdad exacta de su peripecia. Cuatro hombres jóvenes, de entre 21 y 25 años, intentaban explicar, en un inglés atropellado e incompleto, la razón que les llevó hasta Irlanda. Dos son palestinos. Los otros dos, jordanos. “Me fui de Gaza hace ya un mes, y viajé por Egipto y Libia antes de cruzar el resto de Europa a bordo de camiones”, explica el más joven. Asegura que la aventura le ha costado miles de dólares.

Tiendas de los inmigrantes a orillas del Gran Canal de Dublín, este jueves.
Tiendas de los inmigrantes a orillas del Gran Canal de Dublín, este jueves.Rafa De Miguel

“No tantos miles, pero sí bastante dinero”, contesta Mohammed, afgano, de 32 años. Guarda su tienda de campaña como una fortaleza. No se aleja de ella. Cuenta que pagó hasta 1.400 euros para poder entrar en una de las embarcaciones que las mafias utilizan para cruzar el canal de la Mancha, desde las costas francesas a las inglesas. “Más de 60 personas íbamos a bordo. Fue terrorífico. Hasta Irlanda llegué dentro de uno de los camiones que cruza en los ferris que conectan las islas. Tuve que entregar a cambio mi iPhone”, se lamenta.

Racismo latente

El pasado noviembre, las calles de Dublín estallaron con una violencia xenófoba desconocida. El acuchillamiento de una niña y una profesora por un enfermo mental de origen extranjero encolerizó a grupos de ultraderecha que agitaron las redes, incendiaron autobuses y vehículos policiales e intentaron asaltar algunos de los centros y hoteles donde se alojaban los inmigrantes.

Los episodios de acoso nocturno a los campamentos improvisados han metido el miedo en el cuerpo de los inmigrantes. Miedo que se añade al que ya traían de casa.

“Escapé de Camerún porque soy gay, y mi vida corría peligro allí”, explica Challou Charriot, de 46 años. Atravesé Turquía antes de llegar a Irlanda. Pagué 4.500 dólares”, cuenta mientras ordena el interior de su tienda. Su pareja acabó en uno de los nuevos centros de inmigrantes improvisados por el Gobierno. No se han vuelto a ver desde finales de abril.

A pocos metros de Charriot, un hombre revisa una y otra vez los documentos que ha rellenado para solicitar la Protección Internacional del Gobierno de Irlanda. Olalekan Makinde, de 45 años, asoma la cabeza por la ventana de su cubículo y llora desconsolado como un niño al contar cómo se enfrentó al jefe de una secta que violó a su esposa. La mujer se quedó en Nigeria. Makinde ha acabado a orillas de un canal en Dublín, sin saber qué va a ser de su vida. Se tapa la cara y balbucea, intentando justificar su viaje.

Challou Charriot, que no quiere mostrar su cara, ordena su tienda en el campamento de Dublín
Challou Charriot, que no quiere mostrar su cara, ordena su tienda en el campamento de DublínRafa De Miguel

El Gobierno irlandés también balbucea, ante una crisis que no ha sabido gestionar. “Así es como se alimenta a la extrema derecha y se crea una sensación de pánico entre la ciudadanía”, ha denunciado el escritor Fintan O’Toole en las páginas del Irish Times. “Se plantean expectativas imposibles de cumplir (como el control de la frontera) que extienden más y más la alarma entre la población a medida que se constata el fracaso. Y surge una imagen vergonzosamente caótica: jóvenes acampados en medio de la ciudad, sin saber dónde ir”, señala.

Algunos ciudadanos pasean entre las tiendas con indiferencia, o salen a correr por la orilla de canal y sortean a los inmigrantes. Otros, como Maya o Hillary, traen bocadillos, bollos y jugos de fruta para los acampados. Algunos voluntarios recogen cada tarde la basura que se acumula alrededor.

En las próximas semanas, el Gobierno confía en poder habilitar como campamento provisional los terrenos de Thornton Hall, al norte de Dublín, donde un día planeó construir una prisión. Cerca de 2.000 personas vagan hoy por la ciudad, desayunan, comen y cenan en comedores socialescomo el del Capuchin Center o el Mendicity Institution. E intentan resistir en un limbo legal que les proteja de la amenaza de ser deportados a Ruanda.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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