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Noches de cólera en la ‘banlieue’: “No son disturbios, es una revuelta”

El rechazo a la policía y las instituciones alimenta los incidentes en los extrarradios de Francia tras la muerte de un adolescente por el disparo de un agente

Unos vehículos ardían el jueves en Nanterre.Foto: DPA vía Europa Press | Vídeo: EPV
Marc Bassets

Las sirenas ululan obsesivamente, relucen a lo lejos las luces de la policía, hay restos de una hoguera en medio de la calle, uno de los vecinos que se ha acercado para curiosear pregunta a dos chicas que se alejan del lugar de los altercados:

—¿Es Bagdad ahí, chicas?

Y ellas —la cabeza y la boca cubiertas por un pañuelo oscuro, no se sabe si para protegerse de los gases o por tradición— responden:

—¡Sí!

Esto no es Bagdad: es la banlieue, el extrarradio multicultural y empobrecido de París, en la cuarta noche de disturbios, después de la muerte, el martes, de Nahel (o Naël), un muchacho de 17 años de origen magrebí, por el disparo de un policía. Esto es Bondy, conocida por ser la ciudad de Kyilian Mbappé, futbolista francés de origen camerunés y argelino, la superestrella que unas horas después de que empezase a circular un vídeo de la muerte de Nahel declaró: “Me duele Francia”.

Esto es Francia en 2023, un país que vive en la anomalía: un millar de detenidos algunas noches, decenas de policías y gendarmes heridos y un presidente, Emmanuel Macron, que busca la manera de controlar la situación y se ha visto obligado a suspender una visita de Estado a Alemania. En menos de una semana los franceses han sufrido un doble espanto. Primero, por la muerte filmada de un adolescente indefenso y los excesos policiales. Después, por la violencia desatada contra edificios oficiales —comisarías, ayuntamientos, bibliotecas, escuelas...— y la destrucción y el saqueo de comercios. Después del funeral de Nahel el sábado, las autoridades se preparaban para una quinta noche de fuego e insomnio, y concentraban sus esfuerzos en ciudades como Marsella, Lyon y Grenoble.

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Macron y el canciller alemán, Olaf Scholz, el viernes en Bruselas.
Macron y el canciller alemán, Olaf Scholz, el viernes en Bruselas.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

Este es relato de una noche en la banlieue. De Nanterre, la ciudad de Nahel al noroeste de París, hasta Montreuil, en el noreste. Un recorrido de 40 kilómetros por dos departamentos (Hauts-de-Seine y Seine-Saint-Denis). Un viaje en busca de los orígenes de la cólera desatada estos días y en el que, más de una vez, se percibe también el hartazgo de algunos contra los que expresan su ira destrozando y saqueando. Un 57% de los franceses confía o siente simpatía por la policía, según un sondeo del instituto Ifop publicado por el diario Le Figaro, frente a un 32% que siente hostilidad o inquietud. El líder político más valorado por su reacción a la crisis, según el mismo sondeo: Marine Le Pen, líder de la extrema derecha.

—Por ahora, todo tranquilo.

Quien habla es un agente de los CRS, las Compañías Republicanas de Seguridad, cuerpo de la policía nacional francesa encargado del mantenimiento del orden. Durante la revuelta de 1968, que se inició precisamente en la Universidad de Nanterre, se popularizó un eslogan que los vilipendiaba diciendo: “CRS, SS”. Es viernes, las once de la noche, y en Nanterre, donde empezó todo, no hay un alma en la calle excepto decenas de furgonetas de los CRS y algún periodista perdido. Los CRS están casi igual de perdidos. Vienen del norte de Francia, han sido movilizados en la operación para sofocar el levantamiento de las banlieues. Las dos últimas noches se han desplegado 45.000 policías y gendarmes por las zonas de riesgo en todo el territorio, además de helicópteros y blindados.

Calma ante la Prefectura de Hauts-de-Seine, una torre de 25 pisos a unos metros de la plaza Nelson Mandela, la misma donde se encuentra el poste donde se empotró el Mercedes que conducía Nahel después de recibir el disparo del policía. Calma ante la escuela Miriam Makeba, que guarda los restos de un ataque el martes: cristales rotos en el vestíbulo y olor a quemado. Al día siguiente, Jean-Yves Sioubalak, presidente de la asociación de padres, se apostó con otros padres ante la escuela y pasaron la noche allí para protegerla. Cuenta que, cuando se acerca un grupo sospechoso, intenta disuadirlos. Y les dice:

—No hay que quemar la escuela. Es lo que permite a nuestros hijos aprender. La escuela es el futuro.

Camino de la Ciudad Pablo Picasso. Cité Pablo, como la llaman en Nanterre, es el barrio donde vivía Nahel, inconfundible por las torres circulares del arquitecto Émile Aillaud, y donde cada noche los jóvenes se enfrentan a la policía disparando fuegos artificiales con lanzaderas. Una pintada: “Justicia para Naël. Ni olvido ni perdón”. Cerca, un cartel del Ayuntamiento: “Nanterre, en fiesta todo el verano”. Más allá, una decena de hombres de entre 20 y 30 años aconsejan dar media vuelta: “No se aventuren. Si entran, les apedrearán como a los policías”.

“¡No son salvajes!”, advertirá más tarde un mujer cerca de la estación de Nanterre. “Esto no es el zoo”.

Suenan los primeros petardos, un dron sobrevuela el parque central de la ciudad, se eleva una columna de humo en la Cité Pablo y, más lejos, los rascacielos del barrio de La Défense, luminosos en la oscuridad, parecen el decorado de la Francia próspera y monumental que separa París de este suburbio como una frontera infranqueable. Las cosas a veces se ven distintas a un lado y otro del decorado.

“Lo que usted llama disturbios, yo lo llamo revuelta”, sentencia Sirine Sehil, abogada, 26 años, nieta de argelinos, “tres generaciones aquí”, se lamenta, “e incluso a mí y mis hermanos y hermanas nos dicen que no somos franceses”. La conversación tiene lugar un día antes en Nanterre, durante una marcha en memoria de Nahel que terminó con gases lacrimógenos, escaparates rotos y locales incendiados. La abogada expresa una opinión extendida entre las personas más jóvenes: en Francia la protesta pacífica no sirve, solo cuando hay altercados —solo con la rebelión, dirá ella— quienes protestan se hacen visibles y se los escucha.

“La gente que llama a manifestarse pacíficamente jamás será víctima de la violencia policial”, añade Sirine Sehil. “Nosotros no llamamos a la calma, llamamos a la justicia y a la verdad. No pediremos justicia sonriendo, porque si esto funcionase, ya lo sabríamos”.

Por la autopista que rodea París por el norte, la radio informa de que la tensión ha llegado a la convulsa Marsella, y que Mbappé y otros futbolistas de la selección nacional han firmado un comunicado en el que llaman a la calma y declaran: “La violencia no resuelve nada”.

Una mujer se acercaba el sábado a un homenaje improvisado en una calle de Nanterre al adolescente Nahel.
Una mujer se acercaba el sábado a un homenaje improvisado en una calle de Nanterre al adolescente Nahel.Sam Tarling (Getty Images)

Saqueos y hogueras

Parece, a estas alturas de la noche, que el llamamiento tiene éxito, o quizás es el despliegue de las decenas de miles de policías y gendarmes lo que explica que esta noche sea más serena en la región parisina, la primera desde la muerte de Nahel. Pero al tomar la salida de la autopista a Bondy, queda claro que no. Es la una de la madrugada. Arde un coche de la policía, están saqueando una tienda de la cadena de muebles y electrodomésticos Conforama, quien en este momento entra al centro de la ciudad en automóvil se ve obligado a esquivar las hogueras o un contenedor de basura que arde en la calle principal.

“Estoy triste”, admite un hombre en el umbral de su casita unifamiliar en Bondy. Se llama Patrick, es transportista en el aeropuerto de Roissy, hoy cumple 39 años, lo celebra con amigos en el pequeño patio mientras a poco más de un kilómetro empieza el jaleo. “Que estén cabreados, lo entiendo, pero hasta cierto punto”.

Como otras personas entrevistadas esta noche, Patrick pertenece a lo que llamaríamos una minoría, en su caso, un francés de piel negra, y como muchos, sobre todo entre los mayores de 30 años, rechaza la violencia.

“Han matado a un niño, de acuerdo, pero en Ucrania matan a mil cada día”, comenta un argelino de 72 años que pasa por delante del Ayuntamiento. La fachada, iluminada con el rojo, blanco y azul de la bandera nacional, el lema “Liberté, égalité, fraternité” en la fachada, y los bomberos intentando apagar el incendio de varios vehículos eléctricos en el aparcamiento municipal. Se pregunta el hombre: “¿Por qué hacen esto?”.

“Se ha banalizado la violencia”, dice por teléfono el ensayista Karim Bouhassoun, un hijo de los suburbios que consiguió estudiar en la prestigiosa Sciences Po, ensayista y consejero en gobiernos locales, y autor de ¿Que veut la banlieue? Manifeste pour en finir avec une injustice française (¿Qué quiere la banlieue? Manifiesto para acabar con una injusticia francesa). “La gangrena de la criminalidad organizada, además, alimenta los comportamientos ultraviolentos. Saben organizarse muy rápidamente para ser violentos”.

Añade Bouhassoun: “Pienso que la violencia de estos jóvenes viene de un sentimiento de humillación: no tienen trabajo, cuando se cruzan con la policía, los mira mal o les pide los papeles por su aspecto, viven lejos de los centros urbanos y, finalmente, tienen la sensación de que están relegados y no forman parte de la comunidad nacional. Habrá visto que, cuando pasan a la acción, atacan los símbolos de la República: la bandera, la escuela, los ayuntamientos, las comisarías. Yo esto lo analizo como una forma de rechazo del padre. No hay una autoridad familiar suficientemente fuerte que les imponga límites. Hay en los barrios que están ardiendo una enorme concentración de madres solas. A menudo los padres no existen o están ausentes. El Estado ocupa este lugar, pero desde su punto de vista los ignora. Lo que hacen es decirle al Estado: ‘No queréis saber nada de nosotros y por eso os destruiremos, destruyendo vuestros símbolos”.

Hacia el centro de Bondy caminan tres chicas, el cabello descubierto, vestidas de fiesta. Una de ellas, que se declara musulmana, explica que ella no ve ningún problema en quemar ayuntamientos o comisarías. “En cambio”, añade, “no está bien atacar apartamentos o coches, porque la gente los ha comprado con el sudor de su frente”.

A 500 metros de los saqueos, decenas de chicos corren para escapar de los gases lacrimógenos, y un hombre de unos 40 años sonríe: “¡No vamos a tener solo Mbappés en Bondy!”. Se llama Nordine y, como otros de su edad, ha salido a la calle esta noche a observar los disturbios. Él, como sus amigos, tenía más o menos la misma edad en 2005 que los que ahora corretean. Fue el año del gran levantamiento de la banlieue y la referencia que todos tienen en cuenta, desde los mandos del poder en el palacio del Elíseo hasta los vecinos del extrarradio. Nordine y sus amigos comentan las diferencias:

—Ahora son más jóvenes, tienen las redes sociales.

—Compiten entre barrios a ver cuál es más fuerte.

—Nosotros escuchábamos a nuestros hermanos mayores: estos no escuchan ni a sus padres.

Conducir por las ciudades de la periferia es cruzarse con una hogueras de vez en cuando, con un automóvil calcinado, o un centro comercial saqueado unas horas antes y convertido en vídeo viral en las redes sociales. “¡Volved a casa!”, grita una mujer policía desde su coche, con un altavoz, a unos jóvenes que pasean por una zona desierta en Rosny-sous-bois. Son casi las cuatro y en la vecina Montreuil ha ardido un automóvil delante de un edificio. Una mujer mayor sale a la calle con su batín rojo y un paraguas. Llueve.

“Me levanté para hacer pipí y olía a quemado”, dice la mujer. “Mi hermana vive más abajo y tuve miedo de que hubiese ocurrido en su casa”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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