El asalto al domicilio de un alcalde marca una escalada en la violencia en Francia
El presidente Macron quiere que, cuando se haya restablecido la calma, se abra una reflexión sobre las razones que han conducido a la crisis
En L’Haÿ-les-Roses, uno de esos municipios indistintos en la periferia de París en el que conviven con más o menos armonía barrios de casitas burguesas y bloques de vivienda social, no se recuperan del susto. Nadie creía que la ola de violencia tras la muerte, por un disparo de un policía, de Nahel, un adolescente de 17 años, alcanzase este punto. Nadie pensaba aquí que llegaría al punto de amenazar la vida de un cargo electo y de su familia. Pero ha ocurrido.
A la una y media de madrugada del domingo, unos desconocidos estrellaron un automóvil robado con material incendiario contra la casa unifamiliar de Vincent Jeanbrun, el alcalde. Jeanbrun no estaba en la vivienda, pues estos días vela en el Ayuntamiento, objetivo de los alborotadores. Su esposa y sus hijos de cinco y siete años, que sí dormían en la casa, huyeron despavoridos. La Fiscalía ha abierto una investigación por intento de asesinato. Los autores escaparon.
“Esta noche se ha sobrepasado un límite en el horror y la ignominia”, declaró unas horas después Jeanbrun, miembro destacado del partido conservador Los Republicanos. Su esposa, la también política Mélanie Nowack, se encuentra ingresada al sufrir una fractura en la tibia.
El presidente francés, Emmanuel Macron, pidió, en un encuentro en el palacio del Elíseo con la primera ministra, Élisabeth Borne, y varios ministros, que “continuasen haciéndolo todo para restablecer el orden y garantizar el retorno a la calma”, informó en la noche del domingo una persona presente en la reunión. Indicó que “el Gobierno debe continuar apoyando a [los] policías, gendarmes, magistrados, secretarios judiciales, bomberos, cargos electos movilizados día y noche desde hace cinco días”. El presidente, según la misma fuente, “desea que después comience un trabajo minucioso y a más largo plazo para entender en profundidad las razones que han conducido a estos acontecimientos”.
El asalto al domicilio del alcalde marca una escalada en la violencia, que hasta ahora había puesto en riesgo la vida de policías y gendarmes. Pero no de civiles.
“Esto ya no tiene nada que ver con la muerte del muchacho”, decía un vecino, cerca de la casa del alcalde, todavía sellada por la policía y con restos del incendio. Añadía otro: “Esto es criminalidad”. “¡Jamás me habría imaginado que llegaríamos a esta situación!”, exclama Olivier Lafaye, presidente de la oposición macronista en el Ayuntamiento. “Creo que a raíz de esto habrá una toma de conciencia, la gente está conmocionada, es importante la resistencia moral y política”.
Otro vecino, dos baguettes bajo el brazo, cuenta que fue él quien avisó a los bomberos. Se despertó por un ruido, salió para ver si su automóvil estaba intacto y vio un incendio en la puerta de una casa cercana. Él no sabía que ahí vivía el alcalde. Rehúsa dar su nombre, porque explica que es argelino y no quiere que le identifiquen. Dice el hombre, en la treintena: “Entiendo a los jóvenes, pero esto ya es demasiado”.
Las amenazas a alcaldes y cargos electos no son una novedad en Francia y vienen de antes de la muerte de Nahel. Ahora se han reproducido. Minutos antes de que un coche se estrellase contra la residencia de Jeanbrun, en el centro de Francia unos desconocidos incendiaban el automóvil de Filipe Ferreira-Pousos, el alcalde La Riche, en la periferia de la ciudad de Tours. Ferreira-Pousos, como Jeanbrun en L’Haÿ-les-Roses, había recibido amenazas en los días anteriores. En Nîmes, en el sur del país, la Fiscalía abrió una investigación por tentativa de asesinato tras recibir un policía un disparo con arma de fuego. Su chaleco antibalas le salvó.
Parece una paradoja que los hechos de L’Haÿ-les-Roses, Nîmes o Tours, sucedan cuando hay indicios de que los disturbios pierden intensidad. En la noche del domingo al lunes, las fuerzas del orden detuvieron a 157 personas, el menor número desde el inicio de las revueltas. Del sábado al domingo los arrestados fueron 719. La noche anterior habían sido 1.311 y la anterior —la del jueves al viernes—, 875. “Noches más en calma gracias a la acción resuelta de las fuerzas del orden”, declaró el ministro del Interior, Gérald Darmanin, antes de conocerse el ataque contra la residencia del alcalde Jeanbrun.
Las autoridades confían en que el despliegue robusto de las fuerzas del orden y la impopularidad de los actos violentos en las barriadas afectadas basten para apaciguar los ánimos. Esperan que las medidas actuales, que el Elíseo describe como “graduales”, permitan evitar el recurso al estado de urgencia.
La estrategia parece dar los primeros frutos, pero la crisis —la tercera de descontento social y orden público que afronta Macron después de los chalecos amarillos y la reforma de las pensiones— está lejos de estar resuelta. Y en cualquier momento puede descontrolarse de nuevo o escalar, como en L’Haÿ-les-Roses. Como en las dos noches anteriores, el Ministerio del Interior desplegó a 45.000 policías y gendarmes por todo el país.
La abuela de Nahel lanzó un llamamiento en declaraciones a la cadena BFM-TV: “A la gente que está destruyendo cosas, les digo: ‘Parad, parad’. Han tomado a Nahel como pretexto. Que dejen de destrozar escuelas y autobuses, son las mamás las que van en bus”.
Aunque los disturbios en el extrarradio no son nuevos, ni tampoco los altercados en las manifestaciones, las imágenes de estos días tienen un impacto en la posición internacional de Francia, un año antes de los Juegos Olímpicos de París. Macron ha anulado una visita de Estado a Alemania, la primera de este rango desde la del presidente Jacques Chirac en el año 2000. En una entrevista con la cadena alemana ARD, el canciller Olaf Scholz declaró: “Observamos [lo que ocurre en Francia] con preocupación y espero, estoy totalmente persuadido, de que el jefe de Estado francés encontrará la manera de que la situación mejore rápidamente”.
Que Francia vive en la anomalía, era visible en L’Haÿ-les-Roses. Y no solo por la carga con un automóvil contra la casa del alcalde. El Ayuntamiento está sellado por alambres de espino y las ventanas cubiertas por placas de madera. Ahí se desplazaron este domingo la primera ministra Borne, y el ministro del Interior, Darmanin, además de Valérie Pécresse, la presidenta de Île-de-France, la región de París. Preguntada sobre la imagen de Francia en el extranjero, Pécresse declaró: “Estoy segura de que la violencia decrecerá en los próximos días”.
Según los primeros sondeos, quien parece capitalizar la crisis es la extrema derecha de Marine Le Pen, identificada con las políticas de mano dura en materia de seguridad. La izquierda populista ha recibido críticas del resto del espectro político por haberse resistido a llamar a la calma. Cuando el ministro del Interior se marchaba, Claude Riu, un hombre de origen catalán que paseaba a sus bulldogs, le gritó: “Darmanin, si no sois capaces, dejadle el puesto a Le Pen”.
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