El auge de la ultraderecha llega a su máximo en Europa: uno de cada seis votos
El 17% del electorado europeo eligió una opción ultraconservadora en las últimas elecciones de su país. EL PAÍS ofrece un análisis del mapa de estas fuerzas a lo largo del continente
La galaxia de partidos de ultraderecha europeos tiene más apoyo hoy que nunca en cuatro décadas. Tras los notables resultados del grupo de Marine Le Pen en las elecciones francesas de primavera y los recientes éxitos en Suecia e Italia, las formaciones del extremo ideológico situado más allá de la familia de los populares suman un 17% de los votos, una de cada seis papeletas.
El gráfico muestra el nivel de apoyo de los grupos catalogados como de extrema derecha por el proyecto PopuList —en el que participan decenas de académicos— a lo largo del tiempo, sumando los votos conseguidos por los partidos así etiquetados en las elecciones parlamentarias de una treintena de países europeos. Se trata de una nebulosa de grupos con distintos matices, igual que todas las familias políticas, pero aunada por comunes valores nacionalistas, identitarios y conservadores.
En los años ochenta, estas fuerzas radicales no lograron más del 4% de los votos. Fueron subiendo hasta alcanzar el 8% entre 2007 y 2010, y siguieron al alza con la crisis migratoria de 2015. Ahora, a lo largo de 2022, la extrema derecha ha vuelto a dar un salto adelante.
En Italia, el 26% cosechado por Hermanos de Italia permitirá, con toda probabilidad, que un partido de ultraderecha encabece por primera vez el Gobierno de un país de Europa occidental en la historia reciente. Junto a los socios de la Liga, el total de votos para la derecha radical fue un 35%. Los Demócratas Suecos lograron un histórico sorpasso al grupo de los Moderados, afiliados al Partido Popular Europeo, con más de un 20% de los votos. Le Pen y su partido obtuvieron resultados inauditos en las recientes presidenciales (41% en la segunda vuelta) y legislativas francesas. Viktor Orbán ganó en abril por cuarta vez consecutiva las elecciones legislativas en Hungría, aunque la OSCE consideró que los comicios fueron libres pero no justos, por distorsiones propiciadas por el Ejecutivo.
Este auge es el producto de una larga acumulación de descontento con distintos rasgos. Christophe Guilluy, geógrafo francés que lleva años estudiando la cuestión, cree sin embargo que hay un factor central: “Para comprender hay que mirar atrás”, dice. “Lo que ocurre hoy es la consecuencia de decisiones económicas tomadas en los países occidentales desde los ochenta, elecciones de globalización, de deslocalización del trabajo. No se comprendió que esas decisiones desestabilizarían la particularidad de Occidente, una clase media mayoritaria, integrada económicamente, y por tanto cultural y políticamente”.
Buena parte de esa clase media se ha venido abajo, o tiene una sensación de insatisfacción, riesgo o retroceso. Siente un profundo disgusto, incluso cólera, hacia el establishment político, financiero, cultural que ha construido el modelo en el que vivimos, y ve en las propuestas de ultraderecha una posible solución a sus problemas.
Giovanni Capoccia, profesor de política comparada en la Universidad de Oxford que desarrolla un proyecto sobre democracia y extrema derecha, coincide en la necesidad de observar el fenómeno con un amplio marco temporal. “Los partidos de derecha radical están en crecimiento desde hace 30 años. Se detecta en términos generales un cambio de opinión que los normaliza, mucho menos tabú que antaño”. Su normalización en la sociedad, facilitada por otros partidos que han comprado sus argumentos, ha conducido a una participación en gobiernos cada vez más frecuente. Para gran parte de la población, son una opción como otras.
Desde 1980 ha habido unos 70 gobiernos europeos con partidos de extrema derecha. Por ejemplo, el italiano Silvio Berlusconi nombró ministros de Alianza Nacional en 1994. Además, fuerzas que los académicos de PopuList clasifican como extrema derecha han gobernado en Eslovenia en varias ocasiones y lo hacen ahora mismo en Hungría y en Polonia.
Los rasgos comunes de estas formaciones se declinan de distinta manera en cada país. “Hay especificidades nacionales, tanto en el tipo de partidos como en las causas. En Suecia desempeñó un papel relevante la criminalidad; en Italia claramente ha sido un factor clave el que Hermanos de Italia fuera el único partido en la oposición al Gobierno de Draghi; en Francia hay la peculiaridad del importante peso relativo de la inmigración musulmana”, elabora Capoccia.
El mapa de la derecha extrema en Europa se compone sobre la base de esas especificidades y del normal subir y bajar de cualquier partido. Como explica Alexandre Afonso, profesor de la Universidad de Leiden, cuando cobran protagonismo “los temas que la derecha radical posee, estos partidos crecen”. Esos temas son aquellos que enarbolan con frecuencia e insistencia, como el crimen o el cuestionamiento de la inmigración.
El auge de la ultraderecha se puede conectar con la brecha que parece abrirse en Europa, en términos sociales, económicos, culturales y territoriales además de políticos.
“La clase media, con las clases populares dentro, ha sufrido un deterioro paulatino”, prosigue su razonamiento Guilluy. “Primero los obreros, luego los agricultores, luego los empleados. Es una desestabilización que ha derivado en desposesión. Desposesión, por ejemplo, de lugares. Estas categorías ya no tienen acceso a las grandes urbes, los lugares que crean empleo y riqueza, lo que llamo la ciudadela. Se ha generado un choque social, cultural y político. Es la Suecia periférica la que vota por la ultraderecha, no Estocolmo”, dice el autor, que tiene previsto publicar el 19 de octubre un libro sobre la materia (Les dépossédés, Los desposeídos, Flammarion).
Quiénes votan a la extrema derecha
En esa dinámica, amplios sectores de la sociedad son sensibles a una llamada nostálgica, recuerdo de otro tiempo que no era necesariamente más próspero ni más estable, aunque muchos sienten que por supuesto lo era, y que coincidía con mayor crecimiento económico, menor presencia de extranjeros, mayor control nacional.
Dentro de ese marco desempeña un papel importante el factor identitario. El nacionalismo se asienta en elementos culturales, religiosos, tradicionales y étnicos. Hay una auténtica carrera en el uso de esas palancas. “Grandes partidos tradicionalmente conservadores moderados han mutado en nacionalistas. El Partido Republicano de Estados Unidos es el máximo ejemplo, al haber sido conquistado por su ala radical, nacionalista y al borde del supremacismo blanco”, comenta Capoccia.
Esa mezcla —nacionalismo, identidad, nostalgia— conforma un inextricable conjunto de elementos que ejerce una atracción transversal en muchos países, a veces con especial intensidad en las clases menos prósperas, con menores niveles de educación y con situaciones periféricas.
En las presidenciales francesas, Marine Le Pen perdió por dos a uno el voto de las clases medias-altas, pero ganó entre las rentas bajas (56% a 44% contra el centrista Emmanuel Macron). A la líder de ultraderecha la votaron solo el 23% de los ejecutivos, pero más del 64% de los parados y de los obreros.
Italia repitió ese patrón el pasado domingo, como reflejan los datos del estudio de Ipsos. Aunque las fuerzas del ámbito de la ultraderecha (Hermanos de Italia y Liga) tuvieron amplio apoyo en general, este destacó en ciertos colectivos: clases laborales obreras, personas con menos instrucción, rentas medias-bajas. “Es innegable que hay una brecha entre las grandes ciudades mundializadas, con sus ciudadanos con alto nivel de formación, recursos, capacidad de moverse en el mercado del trabajo, incluso internacional, y periferias menos conectadas con estas redes internacionales. Esto se refleja en el voto”, dice Capoccia.
En España, el patrón de Vox es también relevante: el partido de Santiago Abascal exhibe una considerable transversalidad por rentas. En Andalucía y Castilla y León, el partido logró este mismo año casi los mismos votos entre personas de rentas bajas, medias y altas, al contrario que su competidor en la derecha, el Partido Popular, con más apoyo entre los más acomodados.
Otras fórmulas de rechazo
La contestación no solo se canaliza en el voto a la ultraderecha. “Es una contestación multiforme. Puede ser extrema derecha o Brexit en el Reino Unido, pero también chalecos amarillos en Francia o Movimiento Cinco Estrellas en Italia. La gente utiliza lo que hay en el mercado para expresar su cólera”, dice Guilluy.
En Francia, conviene recordarlo, no solo Marine Le Pen tuvo extraordinarios resultados en las recientes elecciones legislativas y presidenciales: también el izquierdista con aroma nacionalpopulista Jean-Luc Mélenchón los tuvo, un candidato que prometía sobreponerse a los tratados europeos en caso de que se interpusieran en sus planes. Le Pen, Mélenchon y el ultra Éric Zemmour sumaron un 52% en la primera ronda de las presidenciales. Ahí también, síntomas de rechazo frontal.
En otros casos, se asiste a un fenómeno de radicalización de partidos conservadores antaño moderados que acaban recogiendo esa misma ira, como el caso de los Republicanos de Estados Unidos en la era Trump, o los conservadores británicos en la era Brexit. La pulsión nostálgica, por ejemplo, también ha sido para ellos un activo. En 2016, la añoranza del pasado era una de las brechas entre quienes votaron republicano o demócrata: el 80% de los votantes de Trump pensaban que hace 50 años las “personas como ellos” estaban mejor que ahora, pero muy pocos votantes de Clinton decían lo mismo.
En paralelo al auge de estas fuerzas extremas, se produce la erosión de la fuerza de los grandes partidos tradicionales de las familias socialdemócratas y populares, que construyeron en la posguerra la Europa contemporánea y que son considerados corresponsables de un modelo ahora cuestionado.
Otro fenómeno vinculado a ese descontento es el abstencionismo, con tasas récord en Francia o Italia. Otras viejas instituciones generan crecientes niveles de desconfianza, como los medios tradicionales en muchos países.
La globalización quizá haya creado condiciones que han propiciado el auge nacionalista de la derecha extrema. En Occidente, ha traído una moderación del precio de muchísimos productos, pero es un beneficio no siempre visible, mientras que las pérdidas de empleo de una fábrica deslocalizada son algo muy evidente. En términos globales, como señala Capoccia, la globalización ha tenido la virtud de “sacar de la pobreza a una parte importante de las clases bajas a nivel mundial, pero ha reducido la renta de las clases medias en Occidente, mientras una minúscula parte de ultrarricos ha logrado un enriquecimiento descomunal”.
Ahora, la alta inflación amenaza con activar toda esa dinámica, erosionando el poder adquisitivo de forma especialmente dolorosa para las clases bajas y medias-bajas que contemplan con disgusto el sistema.
Conscientes de ello, los gobiernos nacionales, la UE, y en general las fuerzas del sistema buscan, en cierta medida, recuperar terreno, aplacar esa ira, ofrecer protección, mejoras sociales. Es el caso de los fondos europeos de ayuda, generosos esquemas ERTE, subidas del salario mínimo, subsidios para suavizar el impacto de las facturas, reformas de los mercados laborales, rentas mínimas de inserción.
A escala de la UE, la respuesta comunitaria ha coincidido con una fuerte subida del índice de confianza ciudadana en el bloque, según el Eurobarómetro. Pero a nivel nacional, son muchos los países donde la ultraderecha pisa fuerte.
La temperatura del agua sociopolítica registra niveles muy elevados. Habrá que bajarla mucho para evitar que se conformen nuevos huracanes de ira centrífuga.
Metodología. Los datos de resultados de elecciones parlamentarias y composiciones de gobiernos proceden de la base de datos de la web especializada ParlGov. Hemos considerado una treintena de países europeos, todos los que componen la Unión Europea a excepción de Chipre, además de Reino Unido, Suiza, Noruega e Islandia.
La lista de partidos clasificados como ‘extrema derecha’ proviene de la base de datos PopuList, que mantiene un grupo de académicos de diferentes universidades europeas. A continuación puede consultar los partidos de extrema derecha de cada país.
Para calcular el apoyo a partidos de extrema derecha en Europa en cada momento hemos considerado, fecha por fecha, el electorado de cada país y el porcentaje de voto a estos partidos en las elecciones más recientes de cada país. Para calcular un porcentaje único a nivel europeo hemos calculado un electorado total y contado el porcentaje de votantes que representan los votos de la suma de extrema derecha.
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