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Deb Haaland, una voz indígena y verde en el Gobierno de EE UU

Biden cumple su promesa de formar un Gabinete diverso y plural al escoger a una representante de las naciones originarias para liderar Interior

María Antonia Sánchez-Vallejo
La congresista Deb Haaland, el 5 de marzo en el Capitolio.
La congresista Deb Haaland, el 5 de marzo en el Capitolio.J. Scott Applewhite (AP)

El presidente electo Joe Biden había prometido un Gabinete que reflejase la diversidad del país y con la elección de Deb Haaland como secretaria de Interior da la última pincelada al retrato multicolor de una Administración en la que habrá más mujeres, más latinos, miembros de la comunidad LGTBI+ como Pete Buttigieg, secretario de Transporte, y, además, la primera ministra -el cargo equivalente al de secretaria de Estado- perteneciente a una de las 574 naciones originarias, en las que viven 1,9 millones de personas.

Si el Senado les confirma en sus puestos, el de Biden será el Ejecutivo más plural de la historia de EE UU. Pero la elección de la congresista por Nuevo México cumple otro cometido: es un claro guiño al sector más progresista de los demócratas, que hasta ahora no habían visto cuajar sus aspiraciones de colocar peones en la futura Administración, para influir en sus políticas y paliar lo que muchos de ellos critican como establishment demócrata; el núcleo duro, conservador e inmovilista, del partido.

Huelga pensar que la elección de la hasta ahora vicepresidenta del Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes obedece al obligado relleno de cuotas o los tan esperados guiños a la izquierda, y mucho menos a la importancia hipotéticamente menor del negociado. Al contrario, Interior es una de las mayores agencias de la Administración federal, con 70.000 empleados y supervisión directa sobre el 20% del territorio del país, y Haaland será la máxima responsable de la gestión de los recursos naturales, incluidos los parques naturales y los yacimientos de gas o petróleo, así como el patrimonio cultural del país. También se encargará de enderezar las tradicionalmente convulsas relaciones del departamento con los 574 pueblos reconocidos, que en el periodo de Trump llegaron al clímax de desencuentros.

Haaland, de 60 años, madre soltera y sin domicilio fijo hasta hace solo 15 años, como reconoce en su web, fue en 2018 una de las dos primeras nativas en formar parte del Congreso, donde ha intentado mejorar las condiciones de vida de las comunidades originarias, como la asistencia durante la pandemia -los aborígenes han sufrido un impacto desproporcionado, y una de las tribus más importantes, la Nación Navajo, presenta la mayor tasa de contagios per cápita del país-, así como a políticas medioambientales y contra el cambio climático. Eso la convierte en pieza decisiva del gran programa verde de Biden, el Green New Deal, eje también de la reconstrucción económica tras la pandemia.

La nación a la que pertenece Haaland es la Laguna Pueblo, ubicada en Nuevo México, cerca de la ciudad de Alburqueque. “Una voz como la mía nunca ha sido secretaria de Gabinete, ni ha estado al frente del Departamento de Interior”, escribió en Twitter tras la designación. “Crecer en la casa de mi madre Pueblo me hizo fuerte. Seré fuerte por todos nosotros, nuestro planeta y toda nuestra tierra protegida. Me siento honrada y lista para servir”. La nueva ministra planea aumentar la producción de energía renovable en los territorios indígenas para combatir el cambio climático, así como congelar la concesión de permisos para prospecciones de hidrocarburos o grandes proyectos hidráulicos.

Su nombramiento contribuirá a revertir el maltrato experimentado por los territorios indígenas durante la Administración de Donald Trump, que ha ordenado la mayor reducción de reservas naturales en la historia del país para permitir la extracción de gas y petróleo, la minería o la tala, con proyectos como el controvertido oleoducto Dakota Access, rechazado vehementemente por nativos y ecologistas. El último ejemplo es el de Oak Flat, una zona tribal de Arizona sobre la que planea un proyecto de mina de cobre que la Casa Blanca habría intentado agilizar en los últimos días del republicano como presidente.

“Trump le falló al poder indígena y solo rompió más promesas”, escribió Haaland el jueves en Twitter, poco antes de anunciarse su nombramiento. “[Su actitud] se vio exacerbada por el rechazo de la Administración a tomarse en serio esta pandemia. Deseando pasar página de este oscuro capítulo”, avisaba la secretaria de Interior in péctore.

En la elección de Haaland, Biden ha sopesado los pros y los contras. El mayor riesgo es renunciar a una demócrata en la Cámara de Representantes en momentos en que la mayoría del partido pende de un hilo. Pero tampoco podía hacer oídos sordos a la gran campaña pública en apoyo de Haaland por parte de decenas de líderes tribales, que le pidieron que la incluyera en su gabinete. De la trayectoria de Haaland, hija de veteranos del Ejército y educada en la escuela pública, poco ha trascendido, más allá de que logró la reelección como congresista en noviembre, que ha batallado con fiereza contra la política migratoria de Trump, reivindicado la soberanía indígena o subrayado la dimensión de la violencia de género en sus comunidades.

Antes de estudiar Derecho gracias a un crédito -cuyas condiciones draconianas denuncia con insistencia Biden-, probó fortuna con una pastelería y un negocio de salsas, tuvo sola una hija, y recurrió a cupones de ayuda para darle una cena de Acción de Gracias cuando, sin domicilio, durmiendo en casas de amigos, ignoraba qué les depararía el día siguiente. Al margen de su biografía, de esas que imprimen carácter, su figura, como la de las poblaciones nativas americanas, se declina en plural, como la voz de una nación acallada durante siglos. Y en clave verde.


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