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LA BRÚJULA EUROPEA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Muchos profetas y pocos forenses (para las correcciones del tiempo recobrado)

La construcción de un futuro mejor requiere un análisis inteligente del pasado, como nos recuerda desde hace 70 años la genial Declaración Schuman

Andrea Rizzi
Christine Lagarde, en una conferencia de prensa en Fráncfort el pasado noviembre.
Christine Lagarde, en una conferencia de prensa en Fráncfort el pasado noviembre.DANIEL ROLAND (AFP)

El arte divinatorio es un ritual cotidiano y concurrido en la era covid. Abundan profetas, oráculos y público para ellos. Incluso, y es comprensible, cada cual en su domicilio trata de escudriñar las vísceras de las aves para entender qué nos depara el futuro, hacia dónde vamos, qué será de nuestra manera de vivir, de nuestros oficios.

Se trata de un instinto lógico y tiene sentido. Pero para salir de este hoyo lo mejor posible harán falta ambos brazos, siendo el otro un análisis implacable y certero de todos los fallos del pasado que esta crisis expone o exige a gritos no repetir. A nivel público –con todos los aspectos sanitarios en primera fila- pero también en las vidas privadas.

La Unión Europea y sus países miembros cometieron en el pasado errores que son relevantes en las circunstancias actuales. Hay varios, pero se pueden destacar tres. En primer lugar, la muy cuestionable gestión de la crisis económica de 2008 –que provocó en conjunto una recuperación mucho más lenta que en EE UU-. En segundo lugar, su persistente incapacidad de alumbrar innovación estratégica y gigantes empresariales en el sector digital –que la deja en un estado de aguda dependencia ahora que estos servicios serán más fundamentales que nunca-. En tercer lugar, sus limitaciones, fragilidad e ingenuidad en las luchas de potencias.

En el primer plano hay cierto grado de reflexión. En el apartado monetario, la reacción del Banco Central Europeo ha sido en esta circunstancia mucho más rápida que en la anterior crisis. La institución anunció una acción de tamaño considerable y su presidenta, Christine Lagarde, acaba de pronunciar este jueves unas palabras que podrían resultar igual de significativas que el famoso “lo que haga falta” de Mario Draghi. Tras una trascendental sentencia del Constitucional alemán que cuestiona las actuaciones de BCE, Lagarde afirma que seguirá adelante “sin inmutarse”. En el apartado de política económica, también parece que se aprendió de la lentitud y de las timideces de la anterior crisis. Esta vez hubo conciencia de que hacía falta rapidez y tamaño. Pero todavía debe cuajar una reflexión compartida sobre cómo articular la masiva inyección de oxígeno financiero común que es necesario. La lección de la anterior crisis es que las políticas expansivas sacaron a EE UU del hoyo mucho antes que la Zona euro; y que la acumulación excesiva de deuda produce economías zombis.

En el plano de la vitalidad digital, la reflexión es mucho menor. Es comprensible porque no es una urgencia existencial. Pero Europa no debería tardar. Las actuales circunstancias incrementan exponencialmente la centralidad y el radio de acción de los servicios ofrecido en el área telemática, y la ventaja de los gigantes y las startups estadounidenses cobrará un valor añadido enorme. En gran parte del sector, Europa es un mero consumidor dependiente, a causa de su histórica incapacidad de estimular innovación en el área. Toca reflexionar sobre cómo corregir esto.

En el plano de las relaciones de potencias, la UE tiene dificultades congénitas. En múltiples ocasiones ha tenido menos influencia de la que le corresponde debido a las divisiones internas. A estos problemas estructurales, se suman a veces fallos tácticos. El inicial titubeo nacionalista en la respuesta a la pandemia ha causado otra herida interna al grupo, de la que los líderes son ahora amargamente conscientes (con disculpas y esfuerzos mediáticos). En el plano global, igual (y los Veintisiete buscan ahora recuperar el terreno perdido con iniciativas para los Balcanes o de carácter más amplio).

Ante estos problemas, y prácticamente para todos los demás, se puede recurrir a la honda inteligencia de la Declaración Schuman, de la que este sábado se celebra el 70 aniversario. “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”, reza quizá su paso más célebre. Y precisamente las realizaciones concretas que propuso Schuman –la comunidad del carbón y el acero- brotaron de la más inteligente lectura del pasado y de cómo enmendarlo.

Este mismo esfuerzo de mirada hacia atrás antes de reconstruir parece necesario en las vidas privadas. En este momento de estasis, hay a la vez una oportunidad y una necesidad de mirarse dentro mejor que nunca. Un esfuerzo introspectivo proustiano o franzeniano, según los gustos, del que podrán brotar las correcciones imprescindibles para que el tiempo recobrado no sea insulso.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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