“El cerebro sigue siendo un gran desconocido para los políticos”
El consultor defiende el papel de las emociones como instrumento básico de las democracias
Antoni Gutiérrez-Rubí (Barcelona, 59 años) piensa que a la política le falta corazón. Lo dice tras décadas de asesorar a partidos, candidatos y Gobiernos en España y Latinoamérica. Formaciones de Chile, Argentina y Ecuador, entre otros países, tanto de izquierda como de derecha, han recibido sus consejos. Ahora, sentado en una azotea con vistas al Zócalo de Ciudad de México, tiene ganas de hincarle el diente al país norteamericano. “Me gustaría…”, dice con una sonrisa. “2021 [año de elecciones parlamentarias en México] está aquí muy cerca”. Una ocasión para aplicar la receta contenida en su nuevo libro Gestionar las emociones políticas, editado por Gedisa, que busca reivindicar los sentimientos como la grasa que hace funcionar las democracias.
Pregunta. Dice que al político le sobran asesores de comunicación y le faltan poetas y neuroquímicos.
Respuesta. Sí... Parece que me tiro piedras [ríe]. Para comprender mejor las sociedades es importante tener conocimientos de neurociencia, psicología social, artes escénicas... Todo aquello que nos permita acercarnos más al mundo emocional. El cerebro sigue siendo un gran desconocido para los políticos. Ignoran cómo funciona. Hay una falsa dicotomía que separa la razón de la emoción como dos mundos diferentes, con importancias diferentes. Si el sistema democrático quiere movilizar a las personas para ir a votar o participar en una campaña las emociones son fundamentales.
P. Pero el “bajar a la calle” para escuchar a los votantes es un mantra que se repite siempre entre los candidatos cuando hacen campaña.
R. Sí, pero no es un tema físico, sino de tiempo para escuchar. No tanto un movimiento escénico, sino un cambio actitudinal. ¿Por qué no proyectar la política más desde la vida cotidiana de las personas? Más anclada en la experiencia que en la ideología, en la vivencia que en la teoría.
P. ¿Cómo valora la mañanera del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en ese sentido?
R. En la región no es algo inédito. Rafael Correa [expresidente de Ecuador] protagonizaba una mañanera de cuatro a seis horas cada sábado. Tiene algunas ventajas. Marca la agenda; hace que sea inevitable hacer una referencia a la reflexión del presidente. También es útil como instrumento valórico. López Obrador tiñe de ética pública todas sus reflexiones y propuestas. Es un pulpito; laico, pero púlpito. A veces no sabemos bien si estamos en una fase de sermón, opinión o información. Están mezclados con habilidad y creo que intencionadamente. Además, permite conocer a la persona. Establece una comunicación muy directa y la periodicidad y la naturalidad con la que la ejerce le hace íntimo.
P. ¿Puede entorpecer la presentación de información veraz?
R. Desde el punto de vista de calidad democrática puede ser cuestionable. Más allá de la eficacia, es un formato unidireccional, sin control, sin réplica ni evaluación. Hace que el discurso emocional tenga un protagonismo desproporcionado sobre la política pública y, en ese tipo de formatos, terminamos evaluando más lo que dicen los líderes que lo que hacen.
P. ¿Es López Obrador un populista emocional?
R. La mejor etiqueta es la de un hiperlíder con un nivel de protagonismo en la vida pública muy alto que, además, tiene un carácter centralizador. Es un tendencia creciente. Vamos hacia hiperliderazgos muy hegemónicos y con gran proyección que hacen que los Gobiernos, los parlamentos y los partidos sean menos relevantes.
P. Además de López Obrador, Donald Trump, en EE UU y Jair Bolsonaro, en Brasil, son asiduos de las redes sociales. ¿Está la derecha más dispuesta a explotar ese potencial?
R. Buena parte de la izquierda democrática tiene algo de arrogante. Pretende que los electores confíen en sus propuestas por convencimiento, no por empatía. En cambio, la derecha populista busca la representación por conexión emocional. Tus miedos son mis miedos, tus odios son mis odios. El vínculo basado en la identificación tiene una poderosa energía electoral, mientras que la afinidad ideológica es menos vinculante. El populismo de derecha está sabiendo utilizar mejor los sentimientos, los manipula y rentabiliza mejor.
P. ¿Cómo ve este ciclo electoral EE UU? ¿A quién considera mejor preparado para aprovechar ese potencial emocional?
R. Bernie Sanders ha sabido conectar con minorías, jóvenes y mujeres. No habría llegado hasta aquí sin la capacidad movilizadora de las emociones. Joe Biden nos ofrece el pasaje del fallecimiento de buena parte de su familia. A parte de eso, parece un candidato pensado en las claves tradicionales del marketing político más que en las de la empatía. Sobre Donald Trump, ya sabemos lo que sabe hacer y lo hace muy bien: decirles a sus seguidores que pensar diferente y de una manera no aceptable está permitido. Que sean más auténticos, liberarles las pasiones y los miedos.
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